miércoles, 21 de diciembre de 2011

EL COCHINILLO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 22/12/2011)

Probablemente una de las cosas más agradables de la Navidad sea la convivencia con los amigos, la reunión con los colegas de profesión, el encuentro con los compañeros alrededor de una buena comida. Son días de vacaciones, de regreso a lo más íntimo, de fraternidad. Comidas de empresa, almuerzos con la familia, cenas con los amigos… Pero este año es tan particular como el patio de mi casa. Se nota que la cosa económica no está como otros años. O bien se mira con lupa el presupuesto de una comida o, simplemente este año hemos preferido hacerla en nuestra casa y así no gastar demasiado fuera. Pero hay momentos ya institucionalizados que son “sagrados”.

Viene esto a colación del almuerzo que la pasada semana reunió a Los Titos (creo que ya les he hablado de esta peña de amigos míos), en un conocido Restaurante de la ciudad. Pues bien, allí estábamos, rozando las tres de la tarde, una decena de “titos” alrededor de una mesa, hablando de todo un poco, brindando con oloroso y bromeando con la crisis… cuando llegó. Fue casi sin darnos cuenta. Se abrió la puerta del salón y allí estaba él. Su olor nos llegó incluso antes de que apareciera. Se hizo el silencio. Todos giramos la cabeza y lo miramos embelesados. Se acercó despacio, a cámara lenta, casi protocolariamente, hasta que fue a pararse justamente en el centro de la mesa. Troceado y churruscadito, nuestro amigo el “Tito Cochinillo” era, como cada año, la excusa perfecta para reunirnos en torno a él y degustarlo regado con un buen Rioja. Pasaron los minutos y llegaron el postre, los chupitos y las copas. Y más brindis por el añorado tito Juan Andrés, que se nos fue al cielo, por el tito Paco Méndez que estaba de viaje y por nosotros y el año que comienza. En ocasiones pienso que son estos momentos los que realmente merecen la pena. Los fugaces instantes en que se aparcan los problemas y surge la charla relajada y amigable, sin ambages, sin intereses de por medio, con la amistad como única bandera a enarbolar. Abrir hoy un periódico o escuchar un informativo en radio o verlo en televisión es una invitación permanente al pesimismo por lo que hay y por lo que nos espera. Nuestro futuro laboral está en el aire, los que aún lo mantenemos. Y el país se prepara para tiempos nada gratos. Por eso, momentos como los vividos el pasado viernes me ayudan a sobrevivir y a encarar el nuevo año con optimismo y ganas de hacer las cosas bien.

Probablemente cada uno de ustedes tenga su propia experiencia navideña, sin duda, agradable. Pero yo, desde esta tribuna, a dos días de la Nochebuena y con el permiso de los lectores de Viva Jerez, quiero agradecer la fantástica tarde vivida con mis titos Pedro García, Sergio Seco, Desi Martínez, Juan Álvarez, Juan Reyes, Antonio Cala, Manolo Monge, Gregorio Ruiz y Emilio Rubiales. Levanto mi copa y brindo por vosotros. Feliz Navidad a todos.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL GORDO DE LA NAVIDAD

(Artículo publicado el 15/12/2011 en Viva Jerez)

La cultura y las tradiciones forman parte de nosotros. Ambos conceptos se funden en los pueblos para dotarlos de una identidad que los diferencia de los demás. Y ese contraste es, precisamente, el que les otorga un sentido único que debe ser preservado para, de este modo, mantenerlo vivo generación tras generación. Sirva esta introducción para manifestar mi rechazo frontal a ese señor gordo vestido de rojo, con una gran barba blanca y un extraño gorro con borla que, de un tiempo a esta parte y cuando llegan estas fechas navideñas, me lo encuentro en hipermercados, colgado de algún balcón, en forma de muñeco de chocolate o en la calle Larga repartiendo folletos mientras hace sonar su estridente campana.

Sí, estoy hablando de Santa Claus, también llamado Papa Noel. Se trata, como saben, de una tradición importada de los países nórdicos y que hace alusión a la leyenda del espíritu de la Navidad pero que nada tiene que ver con el cristianismo o el nacimiento de Jesús en Belén. Ya, en un anterior artículo hablé de otra tradición “importada”, como era la del Jalowin, que se nos ha colado casi sin darnos cuenta y que ya han adoptado nuestros hijos e hijas sin saber si quiera de dónde viene y porqué. Pues, en consonancia con ello, tampoco estoy de acuerdo ni me siento identificado con este extraño señor que, además, llega en un trineo (muy español, sí señor) tirado por renos (que como todos saben pertenece a la fauna autóctona mediterránea), volando (¡Sí, hombre!), haciendo sonar su campanita (¡Otra vez con la dichosa campana!), balbuceando algo parecido a “Jo, jo, jo...” (¿De qué se ríe el gachó?. ¿Habrá fumado algo raro?), mientras intenta sin fortuna entrar por la chimenea (le sugiero un plan de adelgazamiento severo). No me gusta que reparta regalos la noche del 24 de diciembre porque se adelanta a la llegada de los Reyes Magos, que esos sí que son nuestros, los de toda la vida, anclados en nuestras tradiciones y fieles a la noche del 5 de enero.

¿Imaginan la cara del inocente Gaspar cuando llegue a una casa llena de juguetes que Santa Claus ya dejó dos semanas antes?. “¿Otro balón?, ¡¡Si ya tengo uno más bonito que me trajo Papá Noel!!”, diría el niño la mañana del día 6. “Otra vez se nos ha adelantado Noel… Es que se le quitan las ganas a uno”, pensaría el Rey Mago al ver ese panorama. Puedo pasar por el hecho de que hayamos incorporado el árbol de Navidad a nuestras casas (siempre que comparta su espacio con el belén). Pero no paso por agregar a Papá Noel a nuestra cultura. Estoy pensando en quitarle los madroños al niño y dárselos al gordinflón a ver si se emborracha, se cae de la chimenea y se marcha con la campanita y la resaca acompañando a los borrachos que, aprovechando que el río de Cartuja es de vino, van haciendo eses por el camino… Jo, jo, jo…

jueves, 1 de diciembre de 2011

EL OJO DE LA CERRADURA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 1/12/2011)

Alguien dijo que la televisión debería tener la forma del ojo de una cerradura para, de este modo, calmar las ansias morbosas y voyeuristas de buena parte de esta sociedad. Desde épocas pretéritas ha sido afán del hombre observar la vida ajena a hurtadillas, quizá para no ver la viga en el ojo propio. Cotillear sobre las miserias humanas de los vecinos, los secretos de alcoba o sus desvaneos e infidelidades para, a posteriori, hacerse el interesante contándolas en un foro determinado, ha sido durante siglos una práctica común y de la que casi nadie se ha salvado. “¿Sabes que Manolo se ha separado de su mujer para irse con otra…?. o “Me han dicho que Loli se ha operado los pechos. ¿Has visto cómo los tiene? ¿De dónde habrá sacado el dinero?” o “Creo que el hijo de la Conchi es de la otra acera. El otro día lo vi con un amigo paseando y lo cogió de la mano…”. Soltar en una reunión comentarios como estos es abrir la puerta a conjeturas y a chismorreos que siempre van acompañados del “No lo cuentes a nadie”.


Conscientes de este afán por conocer y opinar de la vida de los demás, y ahora que las cerraduras se han hecho más estrechas debido al tamaño de las llaves, los programadores de las televisiones generalistas trasladaron este interés a la pequeña pantalla. Así nacieron experiencias como el “Gran Hermano”, de gran éxito en multitud de países (lo que demuestra que no es una cuestión de culturas, si no de la misma raza humana). Este programa se basa en decenas de cerraduras por las que, desde el cómodo sillón del salón, escudriñar las 24 horas de personas anónimas conviviendo en una casa. A la par surgieron otros programas como “El bus”, “La isla de los famosos”, “Supervivientes”, “La casa de tu vida”, “La caja” o el último eslabón de la prostitución de la vida propia a cambio de dinero con el programa de Tele 5 “El juego de tu vida”. El concursante, sometido a un detector de mentiras, debe decir la verdad a cambio de ver aumentado su capital, contestando a preguntas como “¿Le has sido infiel a tu mujer?. ¿Has deseado acostarte alguna vez con una persona de tu mismo sexo?. ¿Te gusta más tu cuñada que tu mujer?.¿Has robado en tu trabajo?. Y debe contestar ante la presencia de su mujer, su cuñada, su madre y su hermano que lo observan atónitos ante lo que escuchan. Y lo peor es que este tipo de programas tienen éxito. Alguna vez el zapping me dirige a este tipo de espacios y me pregunto si los programadores televisivos son los culpables o lo somos nosotros por no cambiar de cadena. Porque si todos le diéramos la espalda, está claro que sería retirado de inmediato por aquello de la audiencia. Lo dicho, propongo que la tele se parezca a una cerradura antigua que, por cierto, ¿Se han dado cuenta que ésta tiene forma de cuerpo sensual?. Y es que, al final, todo encaja…

miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL PESTAZO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 24/11/2011)

Era una chica alta, morena, de ojos color miel y sonrisa cautivadora. Cada día intentaba sentarme cerca de ella en un intento de que se fijara en mí. Un día, en la biblioteca de la Facultad, se sentó a mi lado, abrió un libro y comenzó a tomar apuntes. Y me lancé. Hablamos del curso, de los exámenes. Acabamos en el bar tomando café. Quedamos en vernos al día siguiente, y así estuvimos tres semanas. Hasta que volví a lanzarme y le pedí una cita. El sábado, le dije, te recojo a las ocho en tu casa.

Lo preparé todo. Elegí el restaurante, el lugar de copas y me compré una camisa. Lavé mi Seat Ritmo e incluso le compré esterillas nuevas. Todo debía resultar perfecto. Y llegó el día. Salí quince minutos antes de casa para no llegar tarde. Abrí la puerta del coche y… ¡Ahhh!. Una bofetada de olor nauseabundo penetró en mi nariz y me llegó hasta lo más hondo. ¡Qué peste, por Dios!. Todo el coche olía a podrido. Y entonces caí. La tarde anterior había dejado la bolsa de basura en el maletero con la idea de tirarla al contenedor… Y allí continuaba. Además, y pese a ser octubre, la mañana había sido calurosa y aquello se había recalentado, incluso hervido a pleno sol. Miré el reloj. Quedaban quince minutos para recogerla. Saqué la bolsa, que por cierto estaba agujereada y chorreaba un extraño líquido pastoso, abrí las ventanillas y accioné el ventilador del coche. Ni por esas. Volví a casa en busca de un ambientador. Pero la mezcla de olor a pino con el de cáscaras de plátano, espaguetis y las sobras de las sardinas era aún peor. Faltaban cinco minutos y arranqué. A ver si a gran velocidad y con las ventanillas abiertas se iba el olor. Nada. Noté que la gente me miraba con asco cuando me paraba en los semáforos. Llegué quince minutos tarde. Allí estaba. Preciosa, radiante. Y yo, sudando, con el pelo revuelto de la ventolera que había entrado en el coche con las ventanillas abiertas y con cara de circunstancias. ¿Qué te pasa?. Me dijo. No hizo falta responderle. Sus ojos abiertos y su cara de asco lo decían todo. Pese a todo, entró. Me justifiqué diciéndole que si antes olía peor, que si el Ayuntamiento había puesto el contenedor muy lejos de casa y… No habló.

En el restaurante el camarero nos sirvió con gesto constreñido, como aguantando la respiración, mientras los clientes olisqueaban girando la cabeza en busca del foco del mal olor. Ella, con la cabeza gacha, se limitó a hablar poco y responder con monosílabos. Un sospechoso dolor de cabeza fue la excusa para marcharse antes del postre. ¿Te llevo?. ¡No!, dijo ella. Mejor cojo un taxi. Tardé dos semanas en ir a la Facultad de la vergüenza que tenía. Un hola y adiós fue lo único que conseguí de la chica de los ojos color miel. Eso y una fama de guarro que me duró todo el curso.

jueves, 17 de noviembre de 2011

AJO, BERZA Y CHICHARRONES

(Artículo publicado en Viva Jerez el 17/11/2011)

Es la guerra. La guerra a la grasa, a los dulces, a los chicharrones y a la berza. La moda es estar delgado, a veces extremadamente delgado, para cumplir los cánones que nos impone la televisión, el papel cuché o la cadena de grandes almacenes tal o cual. Están demostradas las ventajas de mantener una dieta sana, equilibrada, mediterránea donde no falte el ejercicio físico y en la que no se abuse de nada. Pero de ahí a pensar que la belleza está en chicos o chicas que no se les ve cuando se ponen de perfil, que te recuerdan a los niños de Biafra y te dan ganas de darle 2 euros para que coman algo sólido, pues ¿Qué quieren que les diga? Va un abismo. En la retina de todos están esas chicas de la pasarela Cibeles, que afortunadamente ya no desfilan pero que nos asombraban por estar casi esqueléticas.

A esas las invitaba a un potaje de garbanzos, de esos que hace mi tía Charo, con su pringá, mucho tocino, morcilla y choricito, su pan de la Venta Las Cuevas y vamos que nos vamos que esto no será ná. Todo ello aderezado con un par de jarras de mosto de Trebujena, unas olivitas y un platito de rábanos de los que pican y de postre un buen trozo de tarta de chocolate con galletas María de las grandes impregnadas en crema. Después una buena siesta, de dos horas, con pijama, móvil apagado y salivilla cayendo por la comisura de los labios… y, les aseguro que una semana, no las reconocerían ni la madre que las... trajo al mundo. En el otro extremo están los obesos, los gordos. Esos que no pueden parar de comer o bien que el metabolismo les ha jugado una mala pasada y, además, creen que ya no hay vuelta atrás. Comen a todas horas, sin medida, para después sentirse culpables del crimen cometido y hacer un examen de conciencia para un futuro, al final, nunca se cumple. Son esos que siempre se engañan a sí mismos diciendo que, para primeros de año -esta vez sí- empiezo la dieta y voy al gimnasio y adelgazo... Está claro que tampoco es ese el camino ya que la salud después se resiente. Ahora que se acerca la Navidad, que la tentación nos acecha en cada mesa, y que las fiestas vienen cargadas de polvorones, pestiños, mantecados y roscos de vino, les sugiero moderación alternando los excesos con los rigores de nuestra dieta mediterránea.

Y si quieren ir con la familia este domingo a una venta a tomar una buena berza, unos chicharrones o un ajo caliente... ¡Adelante!. No se priven, que la vida son cuatro días y uno lo pasamos durmiendo. Eso sí, al día siguiente para almorzar se meten entre pecho y espalda una ensalada con todos sus avíos, dos vasos de agua, un par de mandarinas de postre y después una buena caminata por la Ronda del Colesterol hasta que suden la grasa de los chicharrones y la berza… Yo, por mi parte, mañana me voy a una viña con mis colegas a tomar mosto. Y el lunes, al gimnasio. Ya saben… una de cal y otra…

miércoles, 9 de noviembre de 2011

JALOWIN

(Artículo publicado en Viva Jerez el 10/11/2011)

Noche del 31 de octubre pasado. Vuelvo del trabajo y, en el camino a casa, observo atónito a varios grupos de chicas y chicos disfrazados de brujas, momias, de muertos vivientes vertiendo sangre por la boca... ¡Qué mal rollo, por Dios!. Es Jalowin (me niego a escribirlo en inglés, ¡ea!). Se trata ésta de una más de tantas otras fiestas “importadas” de fuera y que algunos, con gran éxito por cierto, decidieron algún día introducir con calzador como si fuera la más antigua de nuestras tradiciones. Porque estoy seguro que muchos de esos padres que visten a sus hijos de tal guisa desconocen el sentido de esa fiesta anglosajona. Ni que decir tiene que ni los críos saben porqué van así, y que muchos lo confunden con el Carnaval.

Permítanme bucear en la historia. El origen se produce con la conversión de los pueblos paganos al cristianismo. Ellos se negaban a abandonar sus fiestas y ritos paganos celebrados desde tiempos ancestrales, como el Samhain, celebración celta que coincidía con estas fechas. Cuando los cristianos tocaron tierras celtas, pensaron que esta fiesta era un culto a Satanás. Para convencerlos, el cristianismo adoptó el festival y lo convirtió en la conmemoración de la víspera del día de todos los santos o “All hallow's eve”, frase de la que surgió el nombre de Halloween (¡Vaya, ya lo escribí en inglés… cachis!). Los colonizadores irlandeses llevaron esta tradición a Estados Unidos y fue en la década de los ochenta del siglo XX cuando se internacionalizó, siendo la que más dinero genera, después de la Navidad. Pero estamos en España, donde estas fechas tienen un significado endémico. La festividad de Todos los Santos representa, culturalmente, la preparación para una nueva estación, el invierno, en el que la Naturaleza entra en letargo, en un tipo de muerte aparente. En nuestro país, este día es de obligado recuerdo para con nuestros difuntos, a los seres queridos que ya no se encuentran con nosotros. Pero la aldea global en la que estamos inmersos nos ha obligado a comulgar con esta fiesta, con calabazas recortadas (¡Uy qué miedo!) y el “truco o trato” inclusive. Los jóvenes no tienen la culpa. Una fiesta más, disfraces, risas y diversión, ja, ja, ja.

Pero no. No me gusta. Me da lástima esquilmar nuestras raíces. Y es ahora, cuando se acerca la Navidad, cuando pienso en que esa maldita globalización ha llegado también a estas fiestas, con el gordo Papa Noel colgado de las ventanas, Santa Claus con el trineo por la calle Larga y el árbol de Navidad con sus lucecitas de colores. Nada de esto nos pertenece. El nacimiento, el belén sí que forma parte de nosotros. Yo, por mi parte, se lo explicaré a mi hijo, para que no olvide dónde nació y cuáles son sus tradiciones. Y es que, como sigamos así, cualquier día celebraremos el 4 de julio cantando el barra y estrellas. Eso sí que me da miedo, y no los que vi la noche del 31 vagando por esta ciudad de la baja Andalucía.

viernes, 28 de octubre de 2011

DEPRISA, DEPRISA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 27/10/2011)

Sigo sin comprender la causa por la que se hace patente la denominada Ley de Murphy cuando menos interés tenemos en que aparezca. El caso que le cuento es reflejo de cómo esta norma no escrita puede llegar a alterar nuestra razón hasta límites que rozan la locura. Fue este lunes. Debía acudir a una cita muy importante (de las que no aceptan segunda convocatoria) a las 7,30 de la tarde. Afortunadamente –pensé- tenemos una ciudad accesible que nos posibilita cruzarla en coche, de norte a sur, en 15 minutos. Pese a todo, salí de casa más de media hora antes. Y la primera en la frente. Un coche aparcado en segunda fila justamente a la altura del mío. Toqué el claxon una y otra vez hasta que, tras 5 minutos de espera apareció un señor de andar despreocupado y sin aparente prisa que, encima, recriminó mi nerviosismo. Respiré hondo, me callé y tragué saliva.

Por fin arranqué y salí de allí. Miré la hora. Me sobra tiempo, pensé. Al final de la calle me encuentro con una avenida y, delante, un coche de autoescuela. Me armé de paciencia. 4 minutos esperando a que el conductor (seguro que era su primera clase práctica) decidiera incorporarse a la avenida. Tras varios amagos, se decide y cuando giro, el semáforo se torna rojo. 1 minuto después, ya en verde, acelero y al poco otro semáforo en rojo. Y así hasta en cuatro ocasiones. ¿Qué pasa, que al Ayuntamiento le sale más barata la bombillita roja que la verde?. ¡Qué sincronización!. Para colmo, a la mitad de la avenida debo parar porque un colegio en excursión por el centro, y con la profesora al frente, está cruzando por el paso de cebra a paso de tortuga. Empecé a ponerme nervioso. Eran las 7,35. La impaciencia crecía. Nada más podía ocurrirme, pensé. Me equivocaba. Al intentar atajar por una calle de única dirección, el coche de delante se detiene. De él sale una pareja que, sin mediar palabra, abre el capó y comienza a descargar toda la compra del mes. Y como ya no dan bolsas en el Carrefour, pues ¡ala! el marido con la caja de leche en una mano y en la otra la lata de tomate y el paquete de arroz. Y la mujer, con dos bolsas de patatas fritas en una y con los yogures en la otra. Y vuelta a empezar.

Ya son las 7.45 y aún estoy a la mitad del trayecto. Comienza el tic de mi ojo derecho. Por fin terminan y arranco de nuevo. Suena el teléfono y lo cojo. ¿Sí dígame?. ¡Estoy aparcando, le mentí. En dos minutos estoy ahí!. En ese momento un policía local me hace señas para que me detenga. ¡Le tengo que multar por hablar por teléfono!. ¡Aparque en el arcén y espere a que llame a un compañero porque me he quedado sin impresos para la multa!. Vuelve a sonar el teléfono. Ya no lo cojo… ¡Maldito Murphy!.

lunes, 24 de octubre de 2011

EL UNICORNIO AZUL

(Artículo publicado en Viva Jerez el 20/10/2011).

“Usted no tiene psicología para estar detrás de una barra”. Lo dijo así de alto y claro, señalándole con su dedo inquisidor. Y se quedó tan ancho el tío, Pedro y yo nos quedamos atónitos, boquiabiertos. Es de esos momentos en los que uno añora un boquete para meterse en él. Se nos ocurrió situarnos detrás de Juanjo y, con ese gesto universal de la mano abierta simulando beber un trago, indicarle al camarero que nuestro amigo andaba algo pasadito de alcohol, a ver si se calmaba. Lo cogimos del brazo y salimos apresuradamente del local. Juanjo era un tío singular, por llamarlo de alguna forma. Muy cuidado en las formas, educado en el trato y amigo fiel… pero algo inocente, introvertido y raro; casi como un Unicornio Azul. Por entonces ya habíamos pasado del primer cuarto de siglo. Éramos jóvenes inquietos, decididos a comernos el mundo. Pero Juanjo era distinto a los demás. Probablemente por eso, no tenía más amigos que Pedro y yo que, en un intento de socializarlo, le presentamos a los nuestros no sin demasiado éxito, la verdad. Es algo cargante, decían unos; es un pesado, decían otros… En tan solo dos minutos de charla las chicas huían aduciendo lo raro que era. Ni que decir tiene que cuando Pedro y yo salíamos con intenciones ligotescas nunca lo llevábamos…

A veces se “perdía” en su interior y lo descubríamos mirando a la nada, absorto en sus elucubraciones mentales durante un rato hasta que lo “despertábamos”. Ahora bien, cuando bebía (que haciendo honor a la verdad, no era a menudo), mudaba su carácter introvertido y tímido. Contaba chistes malos, reía sin parar y exaltaba la amistad con abrazos y besos que provocaban nuestra hilaridad. Bien es cierto que a veces lo incitábamos a beber para ver su reacción. “Toma un chupito más, Juanjo”. “Vamos con otro, que no vas a nuestro ritmo”. “Llene este vaso para mi amigo”. Pero, de repente, levantaba el dedo, se ponía serio y sentenciaba. Era entonces cuando había que vigilarlo de cerca. Era imprevisible y podía provocar escenas como la referida al principio del artículo en respuesta al desaire que el camarero de un bar le hizo cuando Juanjo le preguntó por Nietzsche y su existencialismo. Pero al margen de esto, queríamos a nuestro amigo. Los tres pasamos buenos momentos de charla a la sombra de tabancos ya desaparecidos, y juntos propiciamos la creación de un colectivo cultural que nos aportó mucho.

Pero, un día, desapareció. Tal y como había llegado. Sin hacer ruido y sin decir a dónde se marchaba. A veces lo recordamos y añoramos e intentamos escrutar sus reacciones de entonces, ahora que yo sé más de Nietzsche y mi amigo Pedro de la psicología del comportamiento humano. Un ruego para terminar y como cantara Silvio Rodríguez refiriéndose a su Unicornio azul: Ayer se me perdió. Puede parecer, acaso una obsesión. Pero si alguien sabe de él, le ruego información, cien mil o un millón yo pagaré…”.

miércoles, 12 de octubre de 2011

JUEGOS DE CALLE

(Artículo publicado en Viva Jerez el 13/10/2011)
Echo de menos jugar en la calle. Dar patadas a un balón entre los adoquines, con las rodilleras cosidas en los rotos de los pantalones, e intentando marcar algún gol entre un jersey doblado y la cartera del cole que, bien situadas en el suelo hacían de portería y que teníamos que recoger cuando pasaba algún coche… muy de vez en cuando. Aún recuerdo a las chicas con coletas jugando al elástico o a la cuerda mientras cantaban “Al pasar la barca, me dijo el barquero…” o “El cocherito leré...”. Aquellas tardes en el barrio de San Mateo jugando al “esconder” o a la “botella” entre las callejuelas de Rincón Malillo o en la plaza de los Ángeles mientras comíamos bocadillos de chocolate “La campana”… La calle y las plazoletas era nuestro mundo.

Probablemente porque las casas de vecinos eran muy pequeñas como para permanecer todo el santo día dando la lata a los padres, o quizá porque la tele tenía una programación limitada a unas horas. O porque no existía la Play, el video, la wii o internet con su feisbuq, tuenti o el tuiter. Lo cierto es que estábamos deseando salir a la calle a jugar a los sheriff, al beisbol o a los bolindres. Y cuando llovía, escondernos en la casapuerta a esperar a que escampara mientras jugábamos a las chapas. En la calle había risas, voces, gritos, balonazos, carreras furtivas en las bicis BH plegables. Recogíamos cartones de la puerta de la droguería o de la ferretería para venderlos al peso y comprar en los puestos de chucherías los regalís a diez céntimos, chicles Cheiw a cincuenta y sobres sorpresa a peseta. Nos subíamos a una tapia frente al Terraza Tempul para ver “de gorra” las películas de Nadiuska y Susana Estrada mientras comíamos pipas o altramuces. Les subíamos las faldas a las niñas para ver el color de las braguitas (casi siempre nos llevábamos alguna bofetada, pero valía la pena), hacíamos cabañas en algún descampado o en el corral de la casa de vecinos o nos reíamos de los despistados negros de la base que preguntaban en medio español medio inglés por dónde quedaba la calle Rompechapines.

Reconozco que eran otros tiempos y que para los que peinamos alguna que otra cana cualquier tiempo pasado fue mejor. Sonrío cuando lo recuerdo y ello me lleva a añorar una niñez sin problemas, sin crisis, sin fantasmas de eres sobrevolando la ciudad. Porque reconocerán conmigo que las cosas han cambiado para peor. Ningún padre (esos mismos que de niños lo hicieron) estaría hoy día tranquilo dejando toda la tarde a un crío jugando en una calle llena de “peligros”. Preferimos tenerlos cerca de la tele, en el ordenador, controlados, no vaya a ser que les pase algo en esas calles de Dios. Es probable que no tuviéramos tantos juguetes, ni tanta televisión, ni tanta electrónica, pero me pregunto si éramos más felices… Yo lo tengo claro, aunque reconozco que tiene que ver con los años. Pero ¿Y ustedes?.

miércoles, 5 de octubre de 2011

OLORES DE UN JEREZ ANTIGUO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 6/10/2011)

En ocasiones paseo por las angostas callejuelas del barrio de San Mateo intentando captar en algún rincón esencias y recuerdos de una ciudad que ya no es. Sí, son las mismas calles y plazas, los mismos edificios en algunos casos reformados… pero hay algo que falta: el olor. Recuerdo mi infancia en la calle Justicia rodeado de olores. Esos que emanaban de la droguería de mis padres (alcanfor, jabón verde, colonias a granel, pinturas y productos de limpieza), de la bodega que daba pared con pared con nuestra casa de vecinos y que a ratos nos regalaba aromas de vino y vinagre; de la frutería de Jeromo que cada mañana nos despertaba con fragancias a mandarina y albérchigos, a tomates y yerbabuena; de las golosinas de Caramelos Donaire; del pescado fresco de la pescadería de la esquina de Justicia con calle San Juan, del intenso olor a chicharrones que cada jueves nos regalaba la carnicería de Manolo y Antonia, el olor a goma y lapicero de los niños que corrían calle abajo al colegio de Don Fernando Casas, la ¿porqué no decirlo? peste a podrido que emanaba de la azucarera cuando el corría el levante en esas noches de verano…

Y es que, los olores son grandes evocadores de recuerdos intensos. Y hoy, cuando paseo por los mismos escenarios de mi niñez, siento con tristeza y algo de nostalgia que esos olores han desaparecido. La modernidad echó el cerrojo a la droguería, y a la carnicería, la pescadería y la frutería. Cerró el colegio y se dejó hace años de trasvasar el vino de una bodega a otra atravesando la calle con esos grandes tubos que siempre dejaban regados los adoquines con algún chorro de fino o amontillado. No, Jerez ya no huele igual que hace 30 ó 40 años. Algo ha cambiado. Los grandes cascos bodegueros se convirtieron en lofts de lujo, los pequeños comercios de barrio desistieron ante las grandes superficies, el envasado acabó con los graneles y las azucareras se fueron con la remolacha a otra parte.

En ocasiones, muy raras veces, furtivamente, me llegan algunos de esos olores paseando por la calle Juana de Dios Lacoste o por el Rincón Malillo. Entonces cierro los ojos y, casi sin darme cuenta, me traslado a otros tiempos. A una niñez de pan con mantequilla y azúcar, parches en los pantalones y juegos en la calle. Y sonrío nostálgico recordando cómo era esa ciudad que hoy ha desaparecido. Sí, es la misma, son los mismos rincones y plazas, las mismas calles y edificios. Pero, a la vez, es diferente. Ni mejor ni peor… diferente.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

PURO TEATRO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 15/9/2011)

En ocasiones, sentarse delante de un ordenador con la esperanza de escribir un artículo con sentido, chisposo o simplemente con coherencia, se hace muy cuesta arriba cuando tu espíritu divaga por oscuros lares de inquietud. No corren buenos tiempos para casi nadie. El desasosiego ante el futuro que se nos avecina apaga la tenue llama de optimismo que cada mañana se enciende en nuestros corazones. La esperanza y la ilusión acaban sepultadas por la realidad. Quizá porque hasta ahora, muchos hemos venido observando el escenario desde el patio de butacas, ajenos a la representación que veíamos sobre las tablas.

Pero todo acaba. De un tiempo a esta parte, decenas de nuevos actores sin experiencia se han visto forzados a subir al escenario abandonando ese cómodo patio de butacas en el que estaban felizmente sentados. A veces, alguno logra bajar y volver a sentarse. Pero solo un rato. Al poco tiempo, el acomodador le insta a volver a un escenario que, en los últimos años, se ha visto desbordado de actores noveles. Y, paradojas de la vida, cada vez hay menos butacas. En ocasiones, alguna queda vacía porque su ocupante se marcha a su casa a descansar. Pero nadie la vuelve a ocupar. La retiran y la guardan en una habitación oscura a la espera de mejores tiempos. ¿Culpas?. Todos tenemos alguna parte. Los dueños del Teatro, los actuales y los que les precedieron, por no saber llevar bien una gestión para la que fueron elegidos por todos. Los señores del puro porque nos prestaron alegremente el dinero para tener la mejor butaca y el mejor sitio para ver la representación, y ahora, no sólo cierran el puño, sino que nos amenazan con quitarnos el asiento para siempre. Y nosotros, todos, por creernos la falacia de que asistíamos a la mejor representación en el mejor teatro, por dejarnos embriagar por los focos de colores que iluminaban el escenario sin ver que todo era puro teatro y que tras el decorado solo había cables, tablas de madera y la oscuridad más absoluta. No nos percatamos que alguien había cambiado los carteles de la puerta y que la función ya no era una comedia sino un drama.

¿Y ahora, qué hacemos?. Algunos ya han comenzado a protestar y acampan a las puertas del teatro. Otros abuchean y patalean sobre el escenario en un intento de hacerles ver a los dueños del teatro, a los señores del puro y al público que la obra no les gusta y que debe cambiarse. Pero son pocos aún. Hace falta más ruido. El suficiente para que los dueños del Teatro aumenten su aforo y vuelvan a poner las butacas. El suficiente para que los del puro vuelvan a abrir sus puños cerrados. El suficiente como para que vuelva la comedia al escenario y los actores sin experiencia al patio de butacas, que es donde deben estar… Sin saber cómo he terminado de escribir. Y creo que me ha servido de terapia para encarar con optimismo un futuro en el que ahora creo. Todavía podemos cambiar el guión. Es difícil pero no imposible. Empecemos por hacer más ruido y por no ser tan conformistas. Nos jugamos mucho. Todos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

LA FIGURITA DEL CHINO


(Artículo publicado en Viva Jerez el 8/9/2011)
Era una figura pequeña, un sucedáneo de porcelana de Lladró. Representaba a una linda pastorcilla que sostenía entre sus brazos una cestita de fruta. Y allí estaba ahora. En el suelo, hecha añicos. Un dedito por aquí, un trocito de pera por allá… Alcé la vista y miré a mi alrededor. No había nadie. Seguro que en unos segundos aparecería uno de los chinos, de esos que hacen ronda por los pasillos, y descubriría el hecho. Así que, con disimulo, hice mutis por el foro mientras apartaba con el pie los trocitos que pude. Caí en la cuenta que una de las cámaras podría haber captado la caída de la figurita al suelo. Iba algo despistado cuando resbalé con una bolsa de plástico y mi mano golpeó a la pastorcilla. Puede que esté grabado y me esperen en la puerta para pedirme explicaciones. 

Dejo atrás el pasillo en cuestión y al doblar la esquina me doy de bruces con un joven de color (amarillo, se entiende). ¡Lo sabe!. Lo noto en sus ojos achinados que me miran fijamente mientras paso a su lado. Empiezo a sudar. Me entretengo mirando los deuvedés de un sucedáneo de Bruce Lee que se venden a un euro con quince. Pero mis ojos no están fijos en el chino karateca de la carátula, sino en el que me ha seguido y que se mantiene a pocos metros detrás de mí. No me quita ojo el tío. Siempre puedo decir que la bolsa con la que resbalé no debía estar allí y que la culpa es de la tienda. Incluso, si la grabación de la cámara no es nítida puedo decir que no soy yo y que esa no es una prueba fiable del delito. Parece que el chino ha desaparecido. Doy un par de vueltas más y me marcho. Mientras camino por los pasillos me doy cuenta que cogido un dvd del sucedáneo de Bruce Lee bajo el sugerente título de “La maldición del Dragón Thai Fei”. De repente, en un espejo al final del pasillo, observo cómo a el chino me sigue. No paro y sin darme cuenta observo que he vuelto al lugar del suceso. Lo noto porque mi pie aplasta uno de los pocos trocitos de porcelana que quedaban por el suelo. Trago saliva. 

¿Quién me mandaría a mi entrar en esa tienda de los chinos?. Sí, a veces lo hago y siempre compro algo (una docena de sucedáneos de bolígrafos bic a un euro, una llave inglesa a dos, un sucedáneo de loctite). No puedo más. La culpa me persigue…y el chino también. Debo afrontar la situación y reconocer mi error. Me dirijo a caja. La chica de ojos achinados pasa por el lector el dvd y me indica con el dedo los cuatro euros que marca la máquina, mientras “creo” que guiña su ojo (es difícil saberlo cuando están casi cerrados…). Sin embargo, en la carátula aparece un euro con quince. ¿Me habrá cobrado la figurita?. ¿Me habrá guiñado por eso?. ¡Qué listos estos chinos!. Así les va. No me ponen en el compromiso y ellos se cobran la figurita. En fin, todos contentos. Ya en la puerta, me giro y veo al chino sonriente saludándome con la mano. A ver si, por lo menos, la maldición del Dragon Thai Fei no es un bodrio de peli, aunque les confieso que no tengo muchas esperanzas… 

miércoles, 27 de julio de 2011

LA GRAN MENTIRA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 28/7/2011)

Vives deslumbrado por la falaz trampa de la fama. Por esos sueldos de revista. Por esos frikis de platós televisivos en “prime trime” que se abrazan a esos quince minutos de gloria que preconizara Andy Warhol. Eres víctima de una corriente nefasta, destinada a hacerte creer a los de tu generación que la fama y el dinero son fines en sí mismos y que su obtención está “al alcance de todos los españoles”, como anunciaba el No-Do.

Sí, te hablo a ti, joven adolescente que contemplas la realidad global desde la pantalla de tu televisor u ordenador, y que sueñas con poseer todo a cambio de nada. No te culpo. Es lo que te venden. Pero todo es una gran mentira, una gran trampa envuelta en papel couchet, con coches de exposición, casas de ensueño y vidas de color rosa que nunca podrás tener porque sencillamente solo existen en un mundo imaginario que bien podría ser el que se nos mostraba en el “Show de Truman”. Un mundo de pompa y boato abarrotado de famosas cuyo único mérito fue contar sus miserias de cama o desnudarse en las revistas, ex presidiarios que recibieron pingües beneficios en exclusivas por contar sus peripecias delictivas en la tele, personajillos sin oficio ni beneficio salidos del Gran Hermano… Especímenes que aparecen y desaparecen de la escena pública pero que dejan una nociva estela difícil de apagar. Famosillos de tres al cuarto que venden su alma al diablo de la fama y que, con su ejemplo, dinamitan desde la base la necesaria formación que el joven debe poseer ante la vida real que se le avecina, basada en el mérito, el trabajo y el esfuerzo.

Sí, te hablo a ti, joven del siglo XXI. No quieras reflejarte en un espejo de feria, en una realidad alternativa e irreal que premia la incultura más soez y el dinero fácil. A medida que cumplas años y te enfrentes de cara al escenario de tu vida, te darás cuenta de lo que te digo. No, no te hablo de esos famosos que lo son por haberse esforzado en el deporte, en la música o en cualquier ámbito del trabajo serio y honrado. Te hablo de esos que alcanzan la fama por gritar o insultar más que nadie. Esos que cuanto más hagan el imbécil, mayor audiencia le dan a la cadena de turno. Esos pobres desgraciados sin oficio ni beneficio que, en algunos casos ocultan su ignorancia contando miserias, y en otros, las airean a los cuatro vientos cual bufones de palacio. Prepárate para la vida. Fórmate y aprovecha la aldea global que tienes a un clic de ratón para ser lo que quieras ser. Lo demás, es todo mentira. Esa vida de revista desaparece justo cuando se apagan los focos y esos frikis vuelven a una vida vacía y, como dijera mi adorado Joaquín Sabina “Con su alma en la almoneda”.

miércoles, 20 de julio de 2011

A COLARSE TOCAN

(Artículo publicado en Viva Jerez el 21 /7/2011)

Es uno de esos deportes nacionales en los que este país es líder indiscutible. Me refiero a “colarse, entendiendo este término en la acepción más pícara, esa que supone ponerse por delante de alguien saltándose el turno preceptivo. Vaya como ejemplos éstos que refiero a continuación.


Primero: El “cara”. Dícese del que haciendo caso omiso u oídos sordos se cuela el primero, o en medio de la cola del banco, despacio, disimuladamente, silbando “mi jaca galopa y corta el viento..” y que, cuando alguien le recrimina su actitud se sorprende y aduce no haberse dado cuenta, que lo siento, que no era mi intención y que no había visto la cola. Segundo: El “enchufao”. Por este sobrenombre se conoce al individuo que, aprovechando una relación de parentesco o amistad, se salta a la torera a la gente que lleva media hora esperando a la entrada del fútbol, saluda afectivamente al de la ventanilla o puerta, según el caso, y entra como Pedro por su casa hasta la cocina. Tercero: El “listo”. En este apartado incluiremos a ese paciente que llega el último y que cuando se abre la puerta del médico se cuela rápidamente con cualquier falsa excusa diciendo algo así como “Perdonen, solo es una pregunta rápida y salgo enseguida” o “¿Me permiten?, es urgente”, dejando con un palmo de narices al personal. Cuarto: El “tengo un morro que me lo piso”. Es el que se cuela en una boda de postín, bien conjuntado, con su acompañante del brazo, arroz en mano, vivan los novios y viva el padrino y dispuesto a jurar en arameo que está invitado por la familia del novio o de la novia, según sea el que se lo pregunte. Quinto: El “no sabe usted con quien está hablando”. Aquí incluiremos a ese individuo engominado, barbilla en alto, aire de superioridad, andar distinguido y móvil en la oreja que entra decidido saludando de soslayo al portero de la discoteca, y dejándolo tan absorto que creerá que tiene ante sí a alguien “importante” y que estaría feo pedirle la entrada. Sexto y último: “El mente fría”. Se trata de un ser inteligente, que estudia el terreno y que actúa en consecuencia. Es ese que falsifica la entrada de los toros con el Photoshop o bien la fotocopia en color; el que se inventa un carnet o acreditación falsa de periodista para entrar en un concierto; o que el que se cuela en el Circuito por la entrada de atrás o por la de emergencia haciéndose pasar por trabajador.


En otros apartados más simpáticos, estarían personajes como Jimmy Jump, ese cachondo de la barretina que se coló en los premios Goya dejando en evidencia a los responsables de seguridad de la Gala, y que también dejó perplejos a los europeos con ese minuto de gloria junto a Daniel Diges. Espero no haberles dado ideas para “colarse”, aunque seguro que alguno de los que leen esto incluirían más apartados y formas para entrar por el morro allá donde no están invitados. Aunque solo sea por el prurito de decir “me he colao…sin pagar”.

jueves, 14 de julio de 2011

EL MOSQUITO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 14/7/2011)

Valencia, en estos días, alterna las altas temperaturas con una constante sensación de bochorno y las habituales tormentas de verano que refrescan la sempiterna humedad del ambiente. Aquí paso unos días de vacaciones, en familia, con cervecita, piscina y playa, bañador todo el día, sudokus, feibuq, Campus Party en la Ciudad de las Artes y las Ciencias y salidas ocasionales a los actos patronales que por estas fechas se suceden en este entorno (bous a la mar, en Denia; focs al carrer, en Manises…).

En fin, que lo que les cuento sucedió este lunes. Estaba cansado. La visita matinal al Oceanografic se había prolongado hasta la tarde-noche, por lo que había perdido mi sagrada siesta vespertina que, parafraseando al malogrado Cela acostumbro a dormirla “con pijama y orinal” (lo del pijama lo suscribo, lo del orinal… me suena a una guarrada a esta alturas). Cena en familia, película de Esteso y Pajares y para el arrastre. Buenas noches a todos, hasta mañana y a darle una paliza a la almohada. Eran las once pero nada me hacía suponer la nochecita que se avecinaba. Todo fue bien las dos primeras horas pero, al filo de la una, un zumbido fino, hiriente, desagradable e insoportable me taladró el tímpano haciéndome despertar al instante. No sé si a ustedes les pasa lo que a mí, pero me siento incapaz de dormir ante la presencia de un mosquito que no tiene otra cosa que hacer (y mira que es grande la habitación), que pasearse desafiante por mi oído una y otra vez emitiendo su inconfundible e insufrible zumbido. Encendí la luz, me puse de pié en la cama y armado con mi letal almohada de látex me dispuse a acecharlo. Lo oía. Sabía que estaba en algún lugar de la habitación, pero no lo veía. Para colmo, sentí un ligero escozor en la pantorrilla; síntoma inequívoco de que el maldito insecto volaba con, al menos, una gota de mi sangre en su panza.

De repente lo vi. Estaba posado junto a la mesita de noche. Respiré hondo, me acerqué despacio, reconocí el terreno y… ¡almohadazo que te crió!. El resultado fue una lamparita rota y el rolex que había dejado en la mesita revoleado. Busqué su cadáver sin éxito, así que me volví a acostar con la sonrisa de la victoria en mis labios. No habían pasado ni diez minutos cuando volví a sentirlo traspasar mi oído, el tímpano, el martillo, el yunque y adentrase en lo más hondo de mi cerebro hasta hacerme perder los nervios. Vuelta a encender la luz y a trazar una nueva estrategia. Así toda la noche hasta que el reloj marcó las seis. Recuerdo el momento como si lo estuviera viendo. Ese mosquito, descansando tan plácidamente en el techo y esa almohada de látex impactando sobre él. No lo retiré. Allí quedó para la posteridad. Aplastado, ensangrentado y pegado al techo. Cada noche, al acostarme elevo la mirada y lo veo, consciente de que es la mejor advertencia para otros congéneres que quieran desafiar mi descanso nocturno. ¿Qué se han creído?. ¡No saben con quién están tratando!.

miércoles, 6 de julio de 2011

VACACIONES

(Artículo publicado en Viva Jerez el 7/7/2011)

Lunes. Primer día oficial de mis vacaciones. Ole con ole. A no hacer nada. Playita, piscina, sudokus, bañador todo el día, películas de Esteso y Pajares, cervecitas y tintos de verano aderezados con papitas aliñás y tapita de queso. Este año me he propuesto no hacer nada que se parezca al trabajo. Disfrutar del sol y del tiempo libre paseando y leyendo algún libro trascendente… pongamos que el póstumo de Gloria Fuertes. Me he planteado descansar cada tarde en los brazos de Morfeo y adorarlo con pasión hasta que la salivilla caiga por la comisura de mis labios.

Martes. Segundo día de vacaciones. Aprovecho y arreglo esa puerta de la cocina que no cierra bien, coloco una balda en el cuarto de los niños y pinto el techo del dormitorio, incluida la limpieza previa de los cadáveres esqueletizados de los mosquitos que quedaron en él espachurrados por una revista enrollada tras una noche desesperada de picotazos. Después, siesta interruptus… a causa de un operador de telefonía móvil empeñado en venderme no sé qué oferta ¡A las 4 de la tarde!. En fin, siempre me queda el Club Nazaret y sus sardinitas asadas… Miércoles. Tercer día de vacaciones. Otra mañana despertándome a las siete. Será la costumbre de todo el año, pero a esa hora un resorte me hace saltar de la cama. Un café, Internet, a ver qué dicen hoy en el feisbuq y en los periódicos… y a no hacer nada más. Por cierto, ¿Qué hago hoy?. Las 9. No quedan reparaciones en casa y hace mucha calor para coger el coche e ir a la playa. Las 10. Mi hijo me pide jugar al fútbol un rato… A los 10 minutos se me sale el corazón por la boca y me tengo que sentar. Debo mejorar mi forma física.

Las 11. Me entretengo viendo el grácil vuelo de una mosca que revoletea a mi alrededor mientras de fondo por la radio suena la versión moderna de “La Ramona” de Esteso. Las 12. Ya ha bebido el Papa. Una copita de Tío Pepe y... ¡Jo!. Se me olvidó meter la botella en la nevera y el fino parece manzanilla, pero la de Hornimans. Llamo a mi amigo Perico. No estoy en Jerez. A mi amigo Emilio. Estoy en Ubrique. A mi compi Desi, Sergio, Miguel…Nada. Trabajando o fuera de circulación. 1 de la tarde. 35 grados a la sombra. Levante en calma. En la calle las chicharras se rebozan encantadas en una calor que hierve el asfalto. 2 de la tarde. A ver qué hay en la nevera. Nada. Debo ir al Carrefour… pero ya por la tarde, con la fresquita. Descongelo una tortilla en el microondas y a dormir la siesta. Ya son las 3. Media hora más tarde el mismo operador con otra oferta. Me acuerdo de la meretriz de su señora madre. Me levanto. Pongo la tele. 5 de la tarde. Me llama Germán recordándome el artículo que debo entregar hoy para el Viva Jerez. Respiro hondo. Por fin algo que hacer. Por cierto, ¿de qué escribo hoy?. Ya lo tengo… de las vacaciones. Miro el almanaque. Ya falta menos para volver al trabajo.

miércoles, 29 de junio de 2011

DE TAPAS

(Articulo publicado en Viva Jerez el 29/6/2011)

Visitar Granada es siempre un placer para los sentidos. Callejear por su casco antiguo o pasear por el Albaicín, a la sombra de la Alhambra, es una experiencia siempre grata. Pero la visita nunca será completa si no se practica en sus bares y tascas el “tapeo granadino”, en el que tomando una caña de cerveza o un chato de vino te regalan desde embutidos o jamón serrano hasta raciones de calamares fritos, migas con tropezones o habas con jamón. En esta particular muestra de cultura gastronómica es el propio tabernero quien escoge la tapa, y el cliente acepta la elección con agrado. Y es que ir de tapeo con los amigos es una de las costumbres más arraigadas en la capital granadina y un atractivo añadido para los visitantes. Beben, tapean y comparten momentos únicos en un ambiente único.

Visto lo visto, me pregunto ahora porqué Jerez no puede adoptar y adaptar esta tradición. Si funciona en la capital granadina y en toda su provincia, estoy convencido de que funcionaría también en esta ciudad de la baja Andalucía muy dada a la cultura del tapeo con su cervecita o su finito a mediodía. Una tapita de chicharrones, de caracoles, de papas aliñás, de queso… ¿No creen que esta medida atraería a más público al centro y, por consiguiente, se consumiría más?. Ahora que llega el verano y que las terrazas proliferan por toda la ciudad, sería fantástico que se pusiera en práctica esta idea por varios motivos: De un lado, se evitaría que muchos jerezanos se marcharan fuera de la ciudad para tapear en El Puerto, Sanlúcar o Rota buscando el ambiente del que adolece Jerez en la época estival. De otro, constituiría otro atractivo más para los turistas que nos visitan. Y por último, se relanzaría el sector servicio en una ciudad que lo realmente lo necesita. ¿Qué se precisa para poner en práctica esta idea?. ¿Un apoyo institucional, una campaña de publicidad o simplemente el esfuerzo de los hosteleros para ponerse de acuerdo?.

Lo que está claro es que esta iniciativa debería consensuarse entre todos para, de este modo, hacer más atractivo el conjunto. De un lado, se requiere una inversión inicial por parte de los hosteleros ya que hablamos de tiempo para preparar y de una variedad y calidad en las tapas propuestas. Pero esta inversión a corto plazo, con el esfuerzo conjunto de todos, tendría irremediablemente sus frutos con una mayor presencia de clientes y con un ambiente en los bares del centro que retroalimentaría otros sectores igualmente necesitados de la ciudad. En estos tiempos de incertidumbre económica, más que nunca se precisan ideas e imaginación. Importar de otros lares experiencias que funcionan no es más que abrirse a nuevos aires que eviten el anquilosamiento al que, peligrosamente, estamos llegando. A quien corresponda…

jueves, 23 de junio de 2011

LA COLECCIÓN

(Artículo publicado en Viva Jerez el 23/6/2011)

Puse bocabajo el despacho de casa. Aún quedaban varias cajas por desembalar de la última mudanza y deposité todas mis esperanzas en encontrar en ellas la colección de videos que buscaba. Había repasado mi amplia videoteca, pero no hallé ninguna de las películas de la colección. Terminé de desempaquetar las cajas y… nada de nada. Intenté recordar la última vez que las vi. Creo que fue en la misma caja en la que guardaba mis fotos de la mili y los apuntes de la facultad… pero eso fue hace 5 años. Últimamente tuve la oportunidad de adquirir esta colección en formato DVD, pero soy de la opinión de que películas de culto como éstas deben conservarse en VHS. ¡como Dios manda!.

9 filmes, 9 piezas que no deben faltar en cualquier filmografía que se precie. ¡Pregunten, pregúntenme…!. Me sé de memoria todos los títulos de la colección, sus directores, el reparto completo, anécdotas del rodaje… Y es que estas películas han marcado época en este país. Han entrado, por la puerta grande, en el Olimpo de las grandes producciones fílmicas. Reconozco que esta pasión mía difiere mucho de la del resto de los mortales. De hecho, durante años escondí mi colección en los cajones a fin de que ninguna visita pudiera verla e ironizar sobre mis gustos cinematográficos. De pronto, recordé. ¡Ya está!. Debe estar en la caja donde guardo las mantas. Había sitio y las metí ahí. Subí a la habitación, y las encontré. Las nueve. Estaban tal y como las dejé. Con sus carátulas perfectas. ¡Se acabó eso de esconderlas!. Las pondré en un lugar preferente de la casa. En el salón, en la repisa junto al plasma. Ahora que caigo, nunca las he visto en una tele de 40 pulgadas. ¡Debe ser el súmmum!.

Les pasé cuidadosamente un paño húmedo para quitarles el polvo y las coloqué ordenadas por fecha de rodaje. Retrocedí un par de metros para verlas en perspectiva. Respiré hondo. ¡Qué bien quedan!. Y pensé. Ahora estoy solo. Tengo dos horas, a lo sumo, tres. Me da tiempo para ver la primera de la colección. Es de 1979. Cualquier coleccionista daría una pasta por ella… ¡Ojo, en VHS!. Abrí la caja de la carátula y me pareció observar un pequeño rayo de luz que salía de su interior. Allí estaba… como el primer día que la compré. El corazón me latía con fuerza. Encendí el reproductor y metí la cinta. La primera imagen…“Izaro Films, presenta…”. Qué emoción contenida. Puse el volumen alto y me acomodé en el sofá. Y entonces, aparecieron ellos… y sobreimpresionado el título de la película… “Los bingueros”, con Esteso y Pajares. Y volví a mirar a la repisa junto el plasma. En los próximos días volvería a ver otros títulos como “Agítese antes de usarla”, “Yo hice a Roque III”, “Los liantes”, “La Lola nos lleva al huerto” o “Los energéticos”. Todas dirigidas por ese genio del cine español del destape, Mariano Ozores. Lo dicho; películas de culto que no deben faltar en una videoteca que se precie.

Pd: No intenten tentarme con dinero, que no están en venta. ¡Estaría bueno…!

miércoles, 15 de junio de 2011

ACHICHARRAO

(Articulo publicado en Viva Jerez el 16/6/2011)

Habíamos quedado a las 12 para actualizar nuestras vidas. No en vano, hacía más de 5 meses que no veía a mi amigo Nacho, y su ciudad, Cádiz, un domingo de junio y la playa de la Victoria eran una buena base para ponernos al día. Abrazos varios, qué tal te va la vida, te veo más gordito… en fin, lo normal. ¿Damos un paseo por la playa?. Vamos que nos vamos y allí que nos fuimos, andando en bermudas por la orilla, apolíneos torsos desnudos, descalzos y desviando disimuladamente la mirada cuando nos cruzábamos con otros torsos desnudos (¡ojo, femeninos, no vayan ustedes a pensar!). La animada charla nos hizo perder la noción del tiempo y sin darnos cuenta nos encajamos a la entrada de Camposoto. Eran las 2 de la tarde y nos quedaba el camino de vuelta. Hablamos de trabajo, amigos, de política, de Jerez y Cádiz (menudas peroratas nos pegamos cada vez que nos vemos) y de amoríos (los suyos, oigan, que yo ya estoy pillao..). De repente, comenzaron a dolerme los hombros y recordé que no me había puesto protección. Nacho, más precavido, sí lo había hecho. Comencé a tragar saliva. Aún quedaba la vuelta, a pleno sol, y sin nada con que protegerme. Aligeramos el paso.

Al fin llegamos. Eran las 4 pasadas y parecía un cangrejito, de los rojos. Achicharrao, colorao como un alemán el primer día de playa. Bajo la sombra de un chiringuito me bebí 2 cervezas mientras me pasaba el vaso helado por el pecho y la espalda en un intento de aliviar el sofoco. Nacho bromeó con pedir un par de huevos y freírlos en mi espalda. Entre risas terminó el día y volví a Jerez. No les voy a contar la nochecita que pasé, dando vueltas en la cama como un calamar rebozado, aplicándome bodymilk y paños de agua fría. Al día siguiente en planta a las seis. Desayuno rápido, más bodymilk y al Rocío. Lunes de Pentecostes, carretera de Sevilla destino Almonte y viva la Blanca Paloma. A medio camino, me entero que uno de los varales se ha roto y que la Virgen vuelve a la ermita. Y allí estaba yo. Micrófono en mano, gente a rabiar, mediodía, en la calle Carretas, 40 grados, ni un soplo de viento, hora y media junto al Simpecado de Jerez y sin una sombra ni un mísero sombrero rociero con el que taparme.… Estaba encendido. Aquello hervía (mi cuerpo, se entiende). Mi compi Rafa Delgado se acercó con una lata de Cocacola. Se lo agradecí. Sobre la una me refugié en la Casa de Hermandad de Jerez. Dos cervecitas frías y un Tío Pepe aliviaron mi espíritu pero no mi cuerpo achicharrado.

Cuando volví el martes a la redacción, un compañero de cuyo nombre no quiero acordarme me dio una palmada en la espalda que me hizo ver todas las estrellas del firmamento y algún que otro agujero negro. Aún llevo marcados los dedos… Hasta la fecha llevo gastados una caja de antiinflamatorios, tres botes de bodymilk… ¡y media docena de huevos!… por lo menos ahorro en aceite y sartenes, oigan…

miércoles, 8 de junio de 2011

EL CAMARERO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 9/6/2011)

Martes por la mañana. Hoy me he despertado temprano. He pedido el día libre en el trabajo y me dispongo a disfrutar de una jornada sin informes ni jefes, sin órdenes ni horario establecido. Un día para ir a pagar el seguro, al banco para eso del préstamo, a pasar la ITV... ya saben. Lo primero, desayunar en la calle. Sí, me voy a permitir el lujo de tomarme unas tostadas en el centro. Me compro el periódico y me siento en la terraza de un conocido bar. Alzo mi mano a fin de llamar la atención del camarero... y nada.

Pasa una y otra vez a mi lado, con la bandeja en la mano y con la prisa reflejada en su cara. Lo llamo: “Jefe, por favor”. Ni por esas. Llevo diez minutos y por fin se acerca para, sin ni siquiera mirarme, limpiar la mesa de cafés, restos de migas, el sobre arrugado del azúcar y un vaso de agua a medio terminar. “Uno con leche, una media con aceite y un zumo de naranja natural, por favor”. El camarero se marcha quedándome la duda si ha oído mi pedido, pero en fin vamos a tener fe. Otros diez minutos. Vuelvo a repasar el periódico y, cuando ya me disponía a hacer el sudoku, aparece el camarero con un café solo, un croissant y un vaso de agua. Respiro hondo. “No ha dado ni una, oiga”. “Le pedí...”. No me dio tiempo a más. Recogió en un pis pas asintiendo con la cabeza, como diciendo “Sí, ya lo sé, ya recuerdo”. Otros cinco minutos por el reloj. Al fin aparece con lo que le pedí. Lo deposita en la mesa buscando mi aprobación, que finalmente obtiene al comprobar que todo estaba bien. Me acerco al café y ¡voila!, “está frío”. La tostada, también ha sufrido los rigores de un largo tiempo fuera del tostador y el zumo... es de bote. Se me queda la cara de tonto y, a riesgo de pillar una pulmonía, me tomo el café, la tostada con aceite y el zumo de bote que, además, estaba aguado ya que los dos cubitos de hielo ya se habían derretido. Respiro hondo una vez más y pido la cuenta.

Se acerca el camarero, recoge todo y se lleva el periódico. “Oiga, que no es de la casa, que es mío, que lo compré esta mañana”. Ni caso. Se pierde entre las mesas y decido esperar a que vuelva para expresarle mis quejas. Vuelve, sí, pero de pasada. Sin hacerme caso. “Mi cuenta, por favor”. “Y el periódico, que es mío”. Respiro hondo una vez más, pero esta vez sonrío. Me levanto despacio y, sin vacilar, desaparezco por la calle abajo. Sí, me he ido sin pagar... pero ¡Qué gustazo y qué bien me he quedado.! ¿No les parece?.

jueves, 2 de junio de 2011

EL DISCO DE SIMAGO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 2/6/2011)

Abrí la última caja. Había libros, apuntes, discos y un sinfín de recuerdos que me había traído de casa de mi padre veinte años después de marcharme de casa y que contenían parte de la esencia de mi niñez y juventud. En ellas me reencontré con mi colección de libros de “Los Cinco”, con las revistas “Don Miki” y “SuperPop”, con el álbum de la Liga 77/78, mi colección de llaveros, el poster de AC/DC y una docena de singles. Muchos recuerdos al volver a ver “The Wall” de Pink Floid, “Perdido en mi habitación” de Mecano y… “Gloria” de Umberto Tozzi. Ahí paré. Cuando tuve entre mis manos ese disco mi sonrisa mudó en vergüenza. Era enero de 1980. En esa época era un joven inquieto, ávido de sensaciones, que estudiaba bachillerato. La compra de un libro me llevó al centro, en concreto, a Simago. En su día fue el primero que instaló una escalera mecánica, y muchos lo recuerdan como el primer hipermercado de la ciudad. En fin, que vagando por los pasillos me encontré en la sección de discos. Por entonces Umberto Tozzi era un ídolo con títulos como “Te amo” o “Tu”, y ahora media Europa cantaba “Gloria”.

Y allí estaba yo, sin un duro y con una carpeta con fotos de cantantes y futbolistas. Y lo pensé. Había poca gente. Entonces no había cámaras de vigilancia ni dispositivos que pitan si no pasas por caja. Miré a ambos lados. Comencé a sudar y a ponerme nervioso. El angelito de mi hombro derecho me recordó el séptimo mandamiento. El diablillo de mi siniestra, sin embargo, me empujaba al hurto. Alargué la mano y cogí el single. De repente, una señora se paró a mi lado en la sección de zarzuela. Eso me dio tiempo para pensar lo que estaba a punto de hacer. Tras un par de minutos volví a encontrarme solo. Transpiraba adrenalina por todos mis poros. ¿Y si alguien te ve?, me susurró al oído el angelito. ¡Qué vergüenza!, pensé. Se lo dirían a mis padres... El diablillo reaccionó rápidamente, y, en un abrir y cerrar de ojos, me empujó a meter el single entre los apuntes de mates y lengua. Ya está hecho, pensé. Miré a mi alrededor. Un sentimiento de culpa me invadió de repente. ¿Qué he hecho?. Sudaba a chorros. El corazón estaba a punto de salir por la boca.

Ahora debo irme. Lo hice despacio. Ya estaba en la Doña Blanca y, sin mirar atrás, me dirigí rápido a Esteve para coger el autobús. No quiero recordar los improperios que lanzaba a mi oído el diablillo de mi conciencia. Tardé días en escuchar el single en mi tocadiscos y meses en olvidar un pecado que, convenientemente narré al cura al día siguiente. Y ahora, treinta años después, Umberto, en la portada, me miraba fijamente recordándome el robo que cometí. He pensado en devolver el disco o el dinero a Simago, pero en su lugar hay ahora un Carrefour Express. Mientras, en mi hombro izquierdo, el diablillo, apelando a mi conciencia, me obliga a escribir estas líneas en el ordenador mientras sonríe socarronamente canturreando eso de Gloria, Gloria…

jueves, 26 de mayo de 2011

JAIME

(Artículo publicado en Viva Jerez el 25/5/2011) Añadir imagen

No sabía dónde estaba. Busqué referencias entre la maleza que me pudieran dar idea del lugar en el que me hallaba. Intenté mirar al cielo pero las copas de los árboles me lo impedían. Vagué durante horas, sorteando riachuelos y espinosos ramajes. No se oía el canto de ningún pájaro. Detuve mi marcha y, sentado sobre una piedra, pensé cómo había llegado a este lugar, pero no lo recordaba. Hacía frío. Y humedad. Debo estar soñando, pensé. De un momento a otro despertaré y en minutos olvidaré hasta el más mínimo detalle de este sueño. Es curioso, soy consciente de que estoy soñando, de que mi cuerpo está felizmente acostado mientras mi mente vive esta fantasía onírica.

De repente, alcé la vista y el bosque se convirtió en un maravilloso vergel con fuentes de aguas cristalinas y pájaros de colores que revoloteaban a mi alrededor. Sí, era el mismo sueño, pero los escenarios habían cambiado y mi ánimo también. Deseé no despertar, dilatar el momento, pero no fue así. Apagué con rabia el despertador y, aún con los ojos cerrados, intenté recuperar el celestial paisaje, pero fue inútil. Eran las 7 de la mañana y el día comenzaba. Me incorporé de la cama haciendo un esfuerzo por recordar el sueño. Y así fue. De no ser así no podría haberlo narrado en estas líneas. Fui a una de esas páginas de Internet donde se interpretan los sueños, y allí estaba el mío. Era un poco filosófico, trascendental, pero intentaré traducirlo con mis palabras. La idea es que uno debe ser consciente de lo que es, de las circunstancias en las que vive, del mundo que le rodea. Y, así, observar la botella medio llena. Esta es la fina línea que separa a los optimistas de los pesimistas. Un bosque oscuro y frío, frente a un vergel de luz y color.

Hace pocas semanas he vuelto a ser padre. Probablemente la vida, y en especial ese pequeño ser llegado al mundo, me hayan situado en el espacio más agradable de los dos. Ahora soy consciente de que debo mantenerme ahí, sin injerencias externas que me anclen en la negatividad más absurda de la que muchos hacen gala y que, en otros tiempos, adoré cual becerro de oro. Mirando a Jaime comprendo que la vida es algo más que vivir. Es ser consciente de que tenemos una oportunidad única para ser felices y ponerla en práctica sin hacer daño a los demás. Es disfrutar de los pequeños momentos por pequeños que éstos nos parezcan. Dormir cada día con la conciencia tranquila por haber hecho lo que se debe hacer. Es mojarse por lo que uno cree justo. Trivializar los problemas y convertirlos en oportunidades. Levantarse cuando la vida nos pone zancadillas. Es, en definitiva, la búsqueda constante de un vergel que cada día podemos encontrar, por ejemplo, en la primera y fugaz sonrisa de un niño… Digamos que se llama Jaime.

domingo, 15 de mayo de 2011

Lorca, los efectos del Terremoto. Por Esteban Fernández


El pasado sábado estuve en Lorca, de camino a mi segunda patria, Valencia. Observé el desastre provocado por el terremoto, la impotencia de sus habitantes, el estado en el que se encuentran la mayoría de las viviendas de este precioso pueblo murciano. Lo grabé con mi cámara de vídeo y éste es el resultado que ahora comparto con todos vosotros.

jueves, 5 de mayo de 2011

SOY UN HEDONISTA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 5/5/2011)

Los que me conocen realmente saben de mi carácter hedonista. Muchos me han oído hablar sobre la necesidad de vivir intensamente los momentos felices ya que vivo en la convicción de que la felicidad plena no existe. Considero que vivimos en la búsqueda permanente de una falacia que nunca llega. Una meta que nunca hemos de cruzar porque siempre habrá obstáculos que nos harán recordar que tenemos los pies de barro. Levantamos castillos en el aire que, irremediablemente, están condenados a esfumarse por mor de avatares que no controlamos. Perseguir obsesivamente la fama, el dinero o el amor creyendo que al conseguirlo tendremos una vida plena de felicidad es, simplemente, hacer trampas al solitario. La propia vida se encargará irremediablemente de desmontarnos ese efímero castillo de sueños.

Reconozco una cierta pesadumbre en el comienzo de este artículo, quizá motivado por mi experiencia como gran constructor de castillos que el paso del tiempo, las circunstancias u otras personas se han encargado de derribar una y otra vez. También puede motivarse al hecho de que en los últimos años he perdido para siempre a un par de seres muy queridos y cercanos que me han hecho valorar el sentido de mi existencia. Es por ello que me declaro proclive a los placeres más mundanos e inmediatos, al hedonismo más cercano. La Feria, que está a tiro de piedra, es un buen ejemplo de ello. Ser hedonista es aplicar al máximo el “Carpe Diem” de la Roma clásica: “Vive cada momento de tu vida, como si fuese el último de tu existencia”. El hedonismo es una teoría moral que sitúa al placer (hedoné) en bien último o supremo de la vida humana. De esta forma, disfruto de placeres como el tomar una copa de amontillado en compañía de mis buenos amigos del grupo de Los Titos en la Tasca San Pablo; con un largo paseo, sin prisas, al atardecer, por la playa; observando embelesado cómo duerme mi hijo recién nacido, comiendo palomitas mientras veo una buena película bien en casa o en el cine; disfrutando de un buen concierto en directo; o simplemente exprimiendo un íntimo instante de reflexión al abrigo de una noche cualquiera en la compañía de la persona que quiero.

Es más simple de lo que creen, pero a la vez complejo de asimilar. Esos instantes están tan cerca que, a veces, el bosque nos impide disfrutar de ellos. En ocasiones busco, preveo esos momentos felices. En otras aparecen inesperadamente y, entonces, intento no dejarlos escapar. Los exprimo, los dilato para saborearlos al máximo, consciente de que igual otro día llegarán momentos parecidos… pero nunca, nunca serán iguales.

jueves, 28 de abril de 2011

LA BUTACA DEL HOSPITAL

(Artículo publicado en Viva Jerez el 28/07/2011)

Por fuera es una butaca normal, con una recia estructura metálica que permite, con un sencillo dispositivo de palanca, bajar el respaldo y, a la vez, subir un reposapiés la mar de cómodo. Pero no se lleven a engaño. Ese aparente sillón de hospital esconde en su interior un elaborado instrumento de tortura que bien pareciera sacado de la perversa mente del mismísimo Torquemada. Sus constructores probablemente bucearon en vetustos legajos de la Santa Inquisición para idear este elemento de perversidad extrema pensado únicamente para torturar y sacar de quicio a la figura del "acompañante".

Si, amigos lectores, lo que digo está basado en la más certera realidad empírica, ya que cuando escribo estas líneas sufro en toda mi estructura ósea y muscular los efectos de ese potro de tormento que padezco desde este lunes en la Residencia, que es como se le ha llamado de toda la vida de Dios a nuestro hospital. Y es que todo está perfectamente calculado para que al efecto físico de la tortura se le sume el psicológico. Así, las enfermeras (que sospecho participan accionarialmente en la sociedad que fabrica estas butacas), se encargan por turnos de entrar en la habitación a horas intempestivas con excusas como tomar la tensión, el zumito, vamos a ver cómo va el gotero... haciéndote pegar un salto en el sillón justo cuando estabas a punto de dar una cabezada. De esta forma, la noche es un incesante trasiego que se acrecienta, como ha sido mi caso, si la planta es la de maternidad, con niños que se empeñan en nacer de madrugada y lloran y lloran por turnos horarios relevándose para martillear la cabeza de los sufridos acompañantes.

En otro frente, el personal de mantenimiento se encarga de variar la temperatura del habitáculo pasando del frío más invernal al calor más agobiante en minutos; esto es, del "Dame la rebequita" al "Ay la caló que hace en esta habitación". Los efectos más palpables se observan a primera hora de la mañana en los pasillos. Allí, como almas lumbálgicas en pena, desfilan con los brazos en jarra los sufridos arrastrando los pies, ojerosos, ciáticos perdidos, en busca de un triste café y una palmera de chocolate de la máquina, saludándose con inteligibles sonidos guturales. Todos, alguna vez, hemos sido acompañantes nocturnos y conocemos en nuestras carnes el sufrimiento infringido por este demoníaco sillón. Así que ¡acompañantes del mundo, uníos!. Firmemos un manifiesto para que cambien las butacas de los hospitales. Dignifiquemos de una vez la figura del acompañante permitiéndole unas condiciones más dignas. Y aquí dejo de escribir, que viene la enfermera con el zumito y el Viva Jerez lo reparten mañana en la Residencia…

miércoles, 20 de abril de 2011

VUELVE "EL MACHOTE"

El “machote” vuelve a estar de moda. Sí, el macho ibérico resurge de sus cenizas cuando todos le creían una especie en vías de extinción. Y es ahora, cuando falta muy poco para el verano, cuando aparece reivindicando altivo ese nuevo concepto de hombre que recoge el relevo de esos “tíos de pelo en pecho” verdaderos iconos sexuales de los 80 y que, aún hoy subsisten en alguna reserva.

Empecemos por los últimos. Son fáciles de identificar. Vientre prominente, una querencia por las rubias (léase cerveza), su pasión por el fútbol y/o los toros, pelo en pecho que sobresale orgulloso por el último botón de la camisa (los pelos puntúan mucho, sobre todo los de la espalda y las orejas), lamparón en la pechera, olor a Varon Dandy, el perrito de muelle en el salpicadero del coche, pantalones ajustados, calcetines blancos y gafas oscuras con cristal de espejo.

Pero éstos especimenes están en clara decadencia. Sobreviven en un hábitat muy definido, atesorando las películas del héroe fílmico de los 70, Alfredo Landa (inventor del landismo) y reuniéndose con otros compañeros que se resisten en el Alcázar de su integridad ibérica a entrar por el aro de una metrosexualidad que les incita a depilarse el pecho o embadurnarse su rostro sin afeitar de cremas y potingues. Vayamos ahora a los actuales “machotes”. Se reconocen por su coche tuneado, con alerones y faldones que casi arrastran por el asfalto y donde suena el "reggueton" a toda pastilla. Generalmente se saben las canciones e incluso intentan bailar dentro del coche mientras el semáforo esta en rojo. Llaman a su pareja por el apelativo de churri y llevan varios tatuajes en el brazo y la pierna. Comparte con su homónimo de los 80 que bebe cerveza y se ve los partidos de fútbol hasta de tercera división. El móvil colgado del cuello o en la cintura, como los profesionales y el mando a distancia siempre a mano. No usa desodorante ni cepillo de dientes. El cabello grasiento que parezca que lo lleva mojado todo el día. Y siempre se tocan el miembro unas cuantas veces durante la conversación. Así que, queridos metrosexuales, pésimas noticias. Apurad los últimos coletazos de vuestras cremas hidratantes y quemad en una hoguera colectiva vuestras camisetas ceñidas y los posters de Beckhan. Es el Apocalipsis de los torsos apolíneos. Llega con fuerza el machote del siglo XXI.

miércoles, 13 de abril de 2011

TODOS TENEMOS UN PASADO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 14/4/2011)

Ocurrió en 1984. Por entonces, cumplía con la Patria en un cuartel de la calle Arturo Soria, en Madrid. Haciéndome un hombre, según decían mis mayores y viviendo de lleno la movida madrileña en discotecas como el Rockódromo, el Penta o el Rock-Ola. Lo cierto es que habían pasado cuatro meses y no habíamos pillado cacho con ninguna de las chicas que por entonces lucían marcados y llamativos maquillajes, chaquetas con hombreras gigantes e imposibles peinados verticales. Había quien lo achacaba al característico rapado que lucíamos los militares y que nos confería un halo de “salidos” que olía a leguas.

Pero esa noche era distinta. Carlos, un madrileño que conocimos en el Penta, nos había citado con cuatro chicas punk, con cresta, botas militares y cinturones de pinchos. “Son facilonas”, nos dijo. Decidimos, atendiendo a la ocasión, comprarnos parte de la estética punk. Tinte de colores en el pelo, muñequeras de pinchos y ¡mira por dónde!, las botas ya las teníamos puestas. De camino, en el metro, Carlos nos puso al tanto de los grupos punk, de la jerga y de otros datos para no dar la nota. Antes de acercarnos, nos tomamos un “destornillador” (vodka con naranja, para los que no recuerden) y nos repartimos a las chicas. La alta para Alberto, la tetona para Ángel… La mía, Verónica, tenía una carita angelical. Una muñeca, eso sí, tuneada a lo punk. Presentaciones, ginebras con limón, de dónde sois. Yo de Pamplona, yo de Badalona, yo de Las Palmas y…yo de Jerez. No sé que pasa cuando uno sale de Andalucía, que cuando dices que eres de aquí siempre te piden que cuentes un chiste. En fin que atendí la petición y se oyeron risas... Me tomé dos whiskys. Estaba en mi mejor momento. Era el centro de atención y la noche prometía con Vero. Carlos sugirió acabar la noche en su casa. Sus padres estaban de finde en la Sierra. Palpé el bolsillo. Allí estaba la gomita. ¡La noche que me espera…!. Dos cubatas más, un par de petas que me pasó Alberto, miradas cómplices de los colegas, miraditas de soslayo de las chicas…

¡Y ya no recuerdo más!. Desperté en el catre del cuartel con un dolor de cabeza del quince. Alrededor mis colegas me miraban inquisitorialmente. Les había arruinado la noche. Al parecer la mezcla de ginebra, vodka, whisky y petas había sido un cóctel demasiado fuerte para mí. No entraré en detalles sobre la escatológica escena que provoqué en el piso, según me contaron. Dos semanas sin dirigirme la palabra. Ese fue mi castigo. De Carlos y de las chicas no volvimos a saber nada. De ese día aún guardo una de las muñequeras de pinchos. Y una foto, de cuando mis amigos me perdonaron, en la Puerta del Sol, junto al oso y al madroño. Está colgada junto a este artículo en mi blog. Yo soy uno de los cuatro patéticos, el de la chupa crema-amarilla. Para que os riáis un poco de mí.