jueves, 14 de julio de 2011

EL MOSQUITO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 14/7/2011)

Valencia, en estos días, alterna las altas temperaturas con una constante sensación de bochorno y las habituales tormentas de verano que refrescan la sempiterna humedad del ambiente. Aquí paso unos días de vacaciones, en familia, con cervecita, piscina y playa, bañador todo el día, sudokus, feibuq, Campus Party en la Ciudad de las Artes y las Ciencias y salidas ocasionales a los actos patronales que por estas fechas se suceden en este entorno (bous a la mar, en Denia; focs al carrer, en Manises…).

En fin, que lo que les cuento sucedió este lunes. Estaba cansado. La visita matinal al Oceanografic se había prolongado hasta la tarde-noche, por lo que había perdido mi sagrada siesta vespertina que, parafraseando al malogrado Cela acostumbro a dormirla “con pijama y orinal” (lo del pijama lo suscribo, lo del orinal… me suena a una guarrada a esta alturas). Cena en familia, película de Esteso y Pajares y para el arrastre. Buenas noches a todos, hasta mañana y a darle una paliza a la almohada. Eran las once pero nada me hacía suponer la nochecita que se avecinaba. Todo fue bien las dos primeras horas pero, al filo de la una, un zumbido fino, hiriente, desagradable e insoportable me taladró el tímpano haciéndome despertar al instante. No sé si a ustedes les pasa lo que a mí, pero me siento incapaz de dormir ante la presencia de un mosquito que no tiene otra cosa que hacer (y mira que es grande la habitación), que pasearse desafiante por mi oído una y otra vez emitiendo su inconfundible e insufrible zumbido. Encendí la luz, me puse de pié en la cama y armado con mi letal almohada de látex me dispuse a acecharlo. Lo oía. Sabía que estaba en algún lugar de la habitación, pero no lo veía. Para colmo, sentí un ligero escozor en la pantorrilla; síntoma inequívoco de que el maldito insecto volaba con, al menos, una gota de mi sangre en su panza.

De repente lo vi. Estaba posado junto a la mesita de noche. Respiré hondo, me acerqué despacio, reconocí el terreno y… ¡almohadazo que te crió!. El resultado fue una lamparita rota y el rolex que había dejado en la mesita revoleado. Busqué su cadáver sin éxito, así que me volví a acostar con la sonrisa de la victoria en mis labios. No habían pasado ni diez minutos cuando volví a sentirlo traspasar mi oído, el tímpano, el martillo, el yunque y adentrase en lo más hondo de mi cerebro hasta hacerme perder los nervios. Vuelta a encender la luz y a trazar una nueva estrategia. Así toda la noche hasta que el reloj marcó las seis. Recuerdo el momento como si lo estuviera viendo. Ese mosquito, descansando tan plácidamente en el techo y esa almohada de látex impactando sobre él. No lo retiré. Allí quedó para la posteridad. Aplastado, ensangrentado y pegado al techo. Cada noche, al acostarme elevo la mirada y lo veo, consciente de que es la mejor advertencia para otros congéneres que quieran desafiar mi descanso nocturno. ¿Qué se han creído?. ¡No saben con quién están tratando!.

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