miércoles, 19 de mayo de 2010

A MI AMIGO ALFONSO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 20/5/10)

Se llama Alfonso. Tiene 57 años y no recuerda nada. De vez en cuando voy a verlo a su casa en un intento vano de hacerle recordar parte de su pasado. Pero es inútil. Para él, soy alguien al que ve cada día por primera vez. En ocasiones, cuando entro en su habitación, me lo encuentro mirando por la ventana, con la mirada perdida, ausente. Me gustaría saber en qué piensa, qué siente un enfermo al que un montón de neuronas le arrebataron de raíz sus recuerdos. El pasado lunes le hice una visita. Me senté a su lado, le agarré de la mano y volví una vez más a presentarme. Soy Esteban, tu amigo. Igual no me recuerdas pero soy tu amigo. Alfonso, vengo a pasar un rato contigo. ¿Cómo te encuentras?. Me miró fijamente intentando escrutar en mí algún recuerdo del pasado. Reconozco tu voz, me dijo, pero... Le apreté la mano mientras él bajaba despacio el rostro.

Ya casi no habla. He seguido su enfermedad desde que se la diagnosticaron y su degradación ha sido evidente y demasiado rápida. Recuerdo cuando me lo dijo. Es degenerativo, afirmó. Lo he leído en Internet. Pero eres muy joven y tienes toda la vida por delante, Alfonso. No puede ser. Los médicos deben haberse confundido… Y ahora, años más tarde, aquí me encuentro. Frente a frente con un amigo que necesita, ahora más que nunca, una mano a la que agarrarse. Marisa, es toda su vida; su única vida. Es una mujer menuda pero valiente. Ajada pese a su juventud pero fuerte de carácter, vive por y para él. Supongo que eso es amor, en mayúsculas, sin aspavientos ni golpes de pecho. El Alzheimer es una enfermedad progresiva y degenerativa del cerebro para la que no existe recuperación. Y, en contra de lo que se piensa, no sólo afecta a ancianos, sino que cada vez se dan más casos en personas de 40 y 50 años. Es la más común de las demencias. Lentamente, la enfermedad ataca las células nerviosas en la corteza del cerebro deteriorando así las capacidades de la persona de controlar las emociones, reconocer errores y patrones, coordinar el movimiento y recordar. Al final, la persona pierde toda la memoria y funcionamiento mental.

Es ahora la cuarta causa principal de muerte en los adultos y, a menos que se desarrollen métodos eficaces para la prevención y el tratamiento, la enfermedad de Alzheimer alcanzará proporciones epidémicas para mediados del siglo. Alfonso, sé que no podrás leer este artículo, y aunque alguien lo haga por ti, tampoco entenderás bien su significado. Pero quiero que sepas que tienes un pasado, como todo el mundo, y que ha sido maravilloso. Y que tienes amigos que te quieren y que recuerdan por ti los momentos más felices de tu vida. Un fuerte abrazo, amigo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

POLITICAMENTE CORRECTO


Estoy cansado. Harto de los extremos a los que hemos llegado en esta sociedad pretendidamente igualitaria. Hastiado de los excesos a los que nos someten los nuevos adalides de una democracia mal entendida. Fastidiado por tener que comulgar con ruedas de molino cada vez que hablo o escribo en determinados foros como éste. Siempre hay alguien escondido tras unas siglas rimbombantes que se aferra a una expresión, a un comentario o a una simple palabra sacada de contexto para tacharte de homófobo, machista, racista o xenófobo. Y ya no se trata de la ofensa gratuita a las minorías, medianías o mayorías sociales, que es execrable a todas luces. Hablo de tener necesariamente que coger el rábano por las hojas cada vez que se habla con el propósito último de quedar bien con todo el mundo.

De tener al lado el diccionario de lo políticamente correcto para revisar mientras se escriben las palabras que “no deben pronunciarse” (aunque aparezcan en el RAE y se hayan utilizado desde siglos), por otras que sí están “permitidas” y que presumiblemente no incomodan a una sociedad a la que le trae al pairo este tipo de eufemismos ridículos y circunloquios absurdos de género o condición para referirnos a personas o situaciones. Y es que es fácil que la corrección política se deslice con naturalidad hacia los extremos. En este artículo, como comprobarán, no he puesto ejemplos porque estoy convencido de que me atestarían la bandeja de entrada de mi buzón con insultos, descalificaciones y demás lindezas envueltas, muchas de ellas, en halos aleccionadores y llamadas constantes a la contrición de mis pecados cual oveja descarriada. Pero estoy seguro de que en la mente de muchos de ustedes aparecen cientos de ejemplos de la vida cotidiana. De hecho, les confieso que me ha costado escribir estas líneas. He borrado varias frases y palabras susceptibles de ser políticamente incorrectas, en un claro ejercicio de autocensura, consciente de que no puedo abstraerme al hecho de vivir en sociedad, pero sí de criticarla cuando crea oportuno. Pero en las distancias cortas, yo seguiré llamando negro a un amigo de color y ciego a un invidente con el que he pasado más de una noche de juerga. Y le contaré un chiste de mariquitas a un amigo gay y le diré viejo a mi padre, y hablaré de borrachos en vez de beodos, y de criada en vez de asistenta, y de aborto antes que de interrupción voluntaria del embarazo.

Creo que, al final, la cuestión no es “lo que se diga” sino “cómo” se diga. En mi caso, respeto profundamente a todos, y los que me conocen así lo atestiguarán. Y ahora, si a alguien incomodé con mi artículo, adelante: abajo tienen mi web. La hoguera está preparada y el reo dispuesto a que lo quemen para escarnio público. Pero seguro, que en el fondo, la mayoría piensa como yo.