miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA GENERACIÓN PERDIDA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 13/12/12)
Los conozco bien. Dos jóvenes que, cuando se les requirió, estuvieron a la altura y lo dieron todo: tiempo, esfuerzo y dedicación. Recién licenciados que se adaptaron rápidamente al mercado laboral supliendo las carencias de un sistema universitario que les hostiga de teoría pero que no les prepara para el día a día. Ambos trabajaron a destajo y con unos sueldos demasiado ajustados… pero no les importó. Estaban empezando y ya vendrían tiempos mejores. Se casaron cuando la burbuja aún engordaba. Fui a su boda. Me alegré mucho por ellos. Después llegaron el piso, el coche, un hijo y muchas ilusiones para el futuro… No sé decir cuándo ocurrió. Probablemente porque no hay un día marcado en rojo en el calendario en el que todo comenzó a desmoronarse. Primero cayó una carta, después otra, y poco a poco el castillo de naipes fue desmoronándose sin que nadie pudiera remediarlo. EREs y regulaciones de empleo; despidos y cierre de empresas… 

Y les tocó a ellos. Primero ella, después él. Cola del paro, prestación por desempleo, cientos de currículums que en su mayoría acababan en la papelera, qué te parece si nos quitamos de ONO, y del gimnasio, y de las cenas cada dos semanas con los amigos, y porqué no vamos mañana y pasado y el que viene a comer a casa de tus padres… Y a dejar para más tarde el arreglo del faro izquierdo del coche que lleva roto hace semanas, y el empaste de la muela que tanta lata me está dando, y ese viaje a Cáceres a ver a tu hermano… Y a hacer cuentas. Y números. A ver de dónde ahorramos para pagar la hipoteca, que es lo primero, y los pañales del niño, y el IBI y el seguro del coche… A veces pienso qué hemos hecho mal para que el futuro de los jóvenes sea tan incierto. Alguien dijo que tenemos la generación más preparada de la historia… pero la que goza de menos oportunidades para poner en práctica lo que han aprendido. Alguna vez los he visto por la calle, paseando al crío, con la resignación escrita en sus rostros. Y en parte me siento culpable, como todos los que hemos propiciado este desastre. 

No me entra en la cabeza que dos licenciados universitarios, sobradamente preparados y con experiencia, estén pensando en hacer las maletas, en dejar atrás sus familias y la ciudad que los vio nacer y buscarse la vida en el extranjero. Se les acaba el paro y hasta aquí hemos llegado. Y no pueden acudir a sus padres porque demasiado han estirado ya la escasa paga de jubilados que les quedó tras más de cuarenta años trabajando. No creo que los culpables de todo lo que está pasando sean unos y no otros. Creo que somos todos, en mayor o menor parte. Por acción o por omisión. Es una generación perdida, pero detrás viene otra empujando. E irremediablemente pienso en mi hija, que en tres años acabará la carrera. No quiero que tenga que dejar este país para buscarse la vida. Pienso en su futuro y en el porvenir que ella espera… y que a mí me desespera.