jueves, 21 de noviembre de 2013

Sinlímites Comunicación

Sinlímites Comunicación ha alcanzado ya los 1.000 "Me gusta!. FELICIDADES

REFLEXIONES


(Artículo publicado en Viva Jerez el 21/11/2013)
Dos noticias me han llamado poderosamente la atención en los últimos días. De un lado el dispendio megalómano del obispo de Limburgo (Alema
nia) al gastarse 40 millones de euros en su residencia episcopal, entre el que se incluía una bañera de 15.000 euros. Y de otro, una noticia de la semana pasada que hablaba de un inversor anónimo que había adquirido por la cantidad de 140 millones de euros una pintura de Francis Bacon, considerada ya como la obra de arte más cara jamás subastada. Y casi en paralelo, los medios de comunicación nos siguen ofreciendo aún hoy las duras imágenes del desastre ocasionado en Filipinas por el tifón Haiyan que ha provocado la muerte de miles de personas. Ver a de hombres, mujeres y niños deambulando por ciudades arrasadas, sin tiendas ni hospitales, sin agua corriente, sin ropa ni comida, da que pensar. No me dirán ustedes que, sin querer caer en la demagogia barata, ambas noticias necesariamente se entrelazan y chocan en la mente de cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad ¿Saben cuantas miles de vidas se salvarían en Filipinas con los 40 millones de euros del obispo alemán o con los 140 millones de la pintura de Bacon?

Cuando pienso en estas cosas me pregunto qué narices está pasando en esta sociedad que deja morir de inanición a sus vecinos porque son de otro color, otra raza u otro continente mientras en este primer mundo de pantomima se fichan a figuras del fútbol por millones de euros y aumentan las ventas de mansiones y yates de lujo. Porque, no nos engañemos. Aquí, los ricos siguen siendo igual o más ricos que antes. Pero los pobres son más numerosos y más pobres que antes. Eso dicen los recientes datos de Cáritas. El dinero es el mismo pero ahora está en poder de unos pocos que lo atesoran en paraísos fiscales olvidando la necesaria austeridad en la que vivimos la mayoría de mortales que un día creímos pertenecer a la “clase media alta” porque teníamos un pisito en la playa, un todoterreno en el garaje, un unifamiliar con jardín y un imán de nevera recuerdo del viaje a Cancún quince días con la pulserita con todos los gastos pagados. Pero todo era un espejismo. Una verdad a medias con los pies hundidos en el barro de una realidad que casi nadie quiso ver ¿Para qué? Vivíamos bien y al día. Teníamos crédito ilimitado. Algunos tenían grabado a fuego el lema “Gasta lo que debas aunque debas lo que gastes”. Tarjetas de crédito a tutiplén, dos o tres hipotecas, 300 invitados al bautizo de mi niña… 

Y entonces cayó la tramoya, el decorado ficticio de un teatro de pantomima que escenificaba una realidad que era una farsa. Y ahora lloramos como plañideras por lo que pudo ser y no fue. Por un piso en la playa que no podemos vender. Por una hipoteca que no podemos pagar. Por unos juguetes de reyes que no podemos comprar. Y llegan los EREs y los expedientes de regulación y lo despidos al amparo de la “contrareforma laboral”. No sé. Hoy me he despertado reflexivo y pesimista. Y quería compartirlo con ustedes. Ya está.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

UNA EXPERIENCIA SOBRENATURAL


(Artículo publicado el 7/11/2013 en Viva Jerez)
El pasado fin de semana viví una experiencia sobrenatural, inaudita, escalofriante... Tres días de vacío, de incomunicación. De pálpitos, mirada perdida y sudores fríos. Una ansiedad que crecía a medida que pasaban las horas en la casa de campo en la que nos quedamos el puente de Todos los Santos, junto a tres parejas más y los niños. Un oasis entre Algodonales y La Muela, rodeado de montañas, ganado vacuno, olivos y parapentistas que poblaban el cielo. Un paraíso para descansar. Hasta aquí, todo bien. Lo realmente escalofriante es que ¡No había electricidad ni cobertura de móvil! Sí, como lo oyen. Supongo habrán lanzado un terrorífico grito al pensar en esta situación. Pero juro que así fue. Nada hacía suponer el viernes, cuando llegamos, lo que estaba a punto de suceder. Cervecitas, choricito picante y queso de cabrales, pan de la venta Las Cuevas y un guiso de papas con chocos que daba gloria verlo. Cafetito, cubatitas, animada charla, qué bonito el paisaje... Hasta que anocheció. 

Y aquí comienza el relato más terrorífico de cuantos habrán oído nunca. Sin luz, sin electricidad para cargar unos móviles que a estas alturas comprobamos que no tenían ni una rayita de cobertura, deambulábamos con velas como almas en pena entrando y saliendo de la casa. Aislados del mundo, sin noticias del exterior, sin televisor ni vídeo, sin Facebook ni Twitter, sin Smartphone ni Ipad, sin Play ni Nintendo para los niños. Supongo que estarán aterrados al imaginar esta situación ¿no? ¡Pues es verdad!. Algunos hacían malabarismos con el móvil buscando cobertura. Otros intentaban recordar cómo se jugaba al parchís, un juego primitivo que se popularizó a mediados del pasado siglo y que alguien encontró en un cajón. Los niños, babeando, con la mirada perdida y encerrados en una habitación, repetían el mismo mantra una y otra vez: “Nos aburrimos, nos aburrimos”. Al no haber nevera, alguien trajo una extraña barra helada que al introducirla en un barreño ¡enfriaba la bebida y duraba varios días! Incluso debíamos verter agua en el retrete porque no había acometida. Yo intenté averiguar el mecanismo de un aparato con tulipa llamado quinqué. Pero no tuve éxito. ¡Alguien dijo que así vivían nuestros abuelos, pero nadie le creyó ¿Cómo podría nadie vivir así? 

Al día siguiente, el sol nos dio un respiro pero solo pensar que pasaríamos dos días más en aquel lugar nos hundía en la miseria. Ni el multicolor desfile de parapentes sobre nuestras cabezas, ni el bucólico paisaje que se presentaba ante nosotros consiguieron aliviar la incomunicada realidad que padecíamos. Por fin, el domingo por la tarde, sin color en los rostros, serios, apocados y alicaídos, regresamos a la civilización. 15 llamadas perdidas en el móvil, 23 mensajes en Facebook.  Encendí todas las luces, abracé el portátil y besé mi pantalla de plasma. Mi hijo encendió la Play, la Wii y mandó 25 whatsapp a los amigos. Han pasado tres días y aún, al recordarlo, se me ponen los pelos como escarpias...