miércoles, 29 de diciembre de 2010

LA OFERTA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 30/12/2010)

“Por la compra de tres cajas de comida para gatos, una gratis y además una bolsa de viaje de regalo ”. Una buena oferta, pensé. Tendría comida para mis mininos para los próximos tres meses y, además, me regalaban una bolsa que, por lo que v eía en la foto, tenía muy buena pinta. Al carro con ellas. Seguí la compra y me dispuse a pagar en caja. Era domingo, vísperas de fin de año y el Hiper estaba hasta los topes. Observé una caja con sólo tres personas y corrí presto hacia ella. A esperar tocan, me dije armándome de paciencia. La ley de Murphy hizo el resto, ya saben… el producto al que se le ha caído el código de barras y espere usted a que venga la chica de los patines… que si no se puede leer bien la banda magnética de la tarjeta de crédito y a ver si poniéndole una bolsa podemos arreglarlo… que este paquete de guisantes está abierto y espere que vaya por otro… En fin, lo normal.


Tras quince minutos de espera, me llegó el turno. La cajera me fue pasando todos los artículos y me indicó el importe. Un flash de duda me pasó por la cabeza y mi vista se dirigió directamente al precio de la comida para los gatos en el ticket. Efectivamente me había cobrado las tres cajas y de la bolsa de viaje, nada de nada. Señorita, la oferta decía que una de las cajitas era de regalo. Lo siento, no tengo constancia. Oiga, que hay un cartel… Un segundo que llamo a mi compañera. Oiga que tengo croquetas congeladas en el carro, y a ver si… Diez minutos hasta que la chica de los patines llegó a la caja, fue a la sección de comida para gatos, volvió y verificó que yo estaba en lo cierto. Después, otra llamada de confirmación a la caja central, rectificación del ticket, y excusas varias por el error. ¿Todo bien, señor?. Bueno, me falta la bolsa de viaje… Lo siento, no tengo constancia. ¡Otra vez no…!. Señorita, que el cartel lo indica claramente. Pues reclámelo en caja central con el ticket. Me dirijo a ella y saco número: el 145… y va aún por el 110. Y las croquetas en el fondo del carro, descongelándose. Todo sea por la bolsa de viaje. Quince minutos más tarde me atiende una sonriente señorita. ¿Qué desea?. Le explico lo de la oferta y la bolsa de viaje de regalo. No tenemos constancia. Un segundo que pregunto a mis jefes. Otros quince minutos de espera. Que si es una oferta reciente y aún no nos la han comunicado, que si no sabemos si hay bolsas de regalo… Espere a que la chica de los patines compruebe la oferta en la sección de comida para gatos…


Al final, todo aclarado. Apareció la dichosa bolsa y me la entregaron. Cuando la vi no me lo podía creer. Era minúscula, de plástico del malo. En un chino, no pagaría más de un euro por ella. Y allí estaba yo. Con la ridícula bolsa de viaje en la mano y observando en el carro el efecto del agua descongelada de las croquetas en dos de las tres bolsas de comida para los mininos. Suspiré hondo e intenté tranquilizarme apelando al espíritu de la Navidad.

jueves, 23 de diciembre de 2010

LA SEÑORITA

(Articulo publicado en Viva Jerez el 23/12/2010)

No podía creer lo que estaba viendo. Era ella, la señorita Pilar, mi profesora de primero y segundo de EGB. Paseaba despacio por la calle Corredera, asida al brazo de una chica joven que acomodaba sus pasos al andar sereno de aquella anciana que debía rondar los 90 años. El tiempo había hecho mella en su altiva figura, pero aún atesoraba ese porte distinguido que siempre la caracterizó. Me acerqué y la saludé: Señorita Pilar, buenos días. Supongo que no me recuerda pero… ¡Fernández!, me dijo sin que me diera tiempo a terminar la frase. Si, por supuesto que le recuerdo. Ambos sonreímos y, durante un instante, varios segundos tal vez, el tiempo se detuvo.


Escruté en su mirada, y supongo que ella en la mía, el reflejo de un recuerdo común que nos remontaba a finales de los años 60. Anécdotas, vivencias, amigos… Años pretéritos que rezumaban algo de nostalgia y que de repente volvían a la memoria. Intenté vocalizar algo coherente pero no pude. Era tanta la emoción… Tenía un buen recuerdo de la señorita Pilar. Supongo que uno siempre recuerda con agrado a las personas que, de una u otra forma, le acompañaron a descubrir el hechizo de la vida en su más tierna infancia. Y cuarenta años después, doña Pilar estaba frente a mí…y me recordaba. Supongo que fueron miles los niños que pasaron por sus manos durante su etapa docente, y que recuerda de vista a la mayoría, pero reconozco que me caló profundamente que aún recordara mi apellido. Supongo que era momento para preguntarle qué era de su vida, y cómo se encontraba. Y que yo le hubiera explicado a qué me dedicaba, los hijos que tenía y cómo me iba todo. Pero no lo hice. Tampoco ella lo hizo. Creo que ambos seguimos esa máxima que decía “Si no puedes mejorar el silencio, mejor permanece callado”. Al cabo de unos segundos más, nos despedimos deseándonos lo mejor en las fiestas, en el año nuevo y todas esas cosas que se dicen en estas fechas. Le cogí las manos y se las besé cariñosamente, transmitiéndole un agradecimiento que no había sido capaz de hacerle llegar desde mis labios. Ella siguió andando, despacio, mientras yo, quieto en la acera, la observaba cómo se alejaba consciente de que probablemente era la última vez que la vería. Le debía tanto y me daba tanta rabia no haber podido transmitírselo que estuve a punto de salir nuevamente a su encuentro, pero me contuve.


A veces, los pequeños gestos, una mirada de afecto, una sonrisa de complicidad o un simple apretón de manos, son capaces de manifestar más cosas de las que creemos. Con ese consuelo, seguí mi camino, mientras la señorita Pilar seguía el suyo, supongo que con la satisfacción que el maestro atesora del deber cumplido.

jueves, 18 de noviembre de 2010

EL BIGOTUDO BENEMÈRITO

(Articulo publicado en Viva Jerez el 18/11/2010)

Agosto de 1993. Un viaje por la cornisa cantábrica me había llevado a regresar en coche por tierras mañas, adentrarme en el Valle de Arán y, ya puestos, visitar el principado de Andorra. Pasé una mañana contemplando sus iglesias románicas mientras paseaba por las amplias avenidas de su capital, Andorra la Vella. Al atardecer, decidí regresar a España atravesando la frontera que me llevaría directamente al Alto Urgel catalán. A unos 10 kilómetros de la frontera, ya como digo en España, una pareja de la Guardia Civil me conmina a que me detenga a un lado de la carretera. Uno de los beneméritos se acerca a mi ventanilla. Buenas tardes, documentación por favor, esto es un control rutinario, no es necesario que se baje del vehículo, etc, etc.,

Mientras, el otro, que lucía un benemérito bigote, aguardaba junto al coche patrulla… hasta que miró y le miré. Sus ojos se abrieron, su mano derecha se dirigió instintivamente a la pistola y con un gesto firme llamó la atención de su compañero. Algo le debió decir al oído porque a partir de ese momento... todo cambió. ¡Salga usted del vehículo, abra el maletero y saque todo lo que lleve!. ¡Oiga, que no llevo nada de...!. ¡Cállese!. Sus miradas, especialmente la del benemérito bigote, me escrutaban cada movimiento que hacía. Me sentía vigilado. No sabía lo que estaba pasando. ¿Qué había visto en mí ese Guardia Civil?, me preguntaba nervioso. Hasta que me pidió el DNI. Me miró fijamente y se acercó despacio con el carnet en la mano. ¡Aquí pone que usted es de Jerez!. ¿De qué parte?. Casi no pude responder. ¿A qué venía eso?. Titubeando le dije que del barrio de Santiago, de la calle Justicia... En ese justo momento dio un respingo hacia atrás y ese bigotudo benemérito sacó a relucir una sonrisa hasta entonces desaparecida en combate. ¡Coño, tu eres er de Onda Jerè!, me espetó en un andaluz jerezano que me sonó a gloria. ¡Dame un abrazo, paisano. Resultó que era de La Granja, que estaba destinado en ese rincón de la piel de toro, que era hermano de La Amargura y que hacía diez meses que no bajaba a ver a la familia. Me confesó que al verme en el coche recordó que mi cara le resultaba familiar, quizá de las fotos que tenían en el cuartel de los terroristas más buscados.

¡Ahora comprendía el comportamiento tan extraño del benemérito!. En fin, que nos quedamos veinte minutos hablando del Señor de la Flagelacion, de amigos comunes, de sus padres que vivían en la calle Caballeros, y de su próxima visita a Jerez. Nos despedimos con un nuevo abrazo. Meses después, me visitó en la emisora y nos fuimos a la Tasca San Pablo a tomar un par de amontillados. Buen tipo el benemérito del bigote. Buen tipo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

UN MOSTO EN LA VIÑA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 11/11/2010)

¡Hasta la colcha!. Gente a más no poder. Casi no había donde aparcar, de coches que había. Bien es cierto que era domingo, que eran las tres de la tarde, que lucía el sol, que era principios de noviembre y que el mosto ya comenzaba a estar bueno, por aquello del frío. Para colmo, escucha a tu mujer decirte eso de que mira la hora que es, que ya te lo advertí, que teníamos que haber llegado antes, que tú siempre lo dejas todo para el final… En fin, que después de cuatro vueltas, consigo aparcar y me dirijo a la viña que está a reventar.

Todas las mesas ocupadas, las de dentro y las que les da el solecito. Familias enteras con los niños, los suegros y los tíos abuelos se agolpan entre jarras de mosto y cerveza, rábanos, aceitunitas aliñás, embutidos variados y platos de berza y ajo caliente con cucharás y paso atrás y vamos que nos vamos. Camareros que entran y salen aguantando con heroicidad la tiza en la oreja y la libreta colgada a la cintura. Mucho jaleo… que se note que somos andaluces. Papá me hago pipí. Juan pide otra jarra de mosto que ésta ya está vacía. Niño, deja ya la PSP y ponte a darle patás al balón a ver si nos sacas de pobre. Pepe ya te has manchao la camisa con el menudo y la voy a tener que lavar a mano, que siempre te pasa lo mismo. En fin, lo que es un mosto en noviembre. Una hora estuvimos de pie en la barra, esperando mesa para dos, con una cerveza, un vasito de mosto y un platito ovalado con cinco aceitunas. ¡Jefe, otro mosto para ir haciendo cuerpo y pégale una pataita al olivo, que ya le vale…!. De fondo, la cantinela de ya te lo dije, que teníamos que haber venido antes, y vuelta la burra al trigo. Por fin, una mesa… en medio de todas las mesas. Conseguí, como pude, entrar de perfil y sentarme. Pero cada vez que la obesa señora que tenía a mi espalda se movía me arrinconaba y me dejaba sin respiración apretándome la tripa a la mesa. ¿Qué desean los señores?. Una jarrita de mosto, una sin alcohol y un platito de chorizo, morcón, morcillita, quesito del bueno, y ahora te pedimos la comida.

Otra media hora más y el camarero pasando de un lado a otro y sin noticias del mosto, la cerveza, el chorizo ni nada que se le parezca. ¡Jefe, lo nuestro!. ¡Ya va…!. Así cuatro veces. Y para colmo, oliendo a menudo y berza y nosotros sin comer. ¡Jefe, haga usted el favor!. ¡Bueno, ya estoy aquí. Pero dense prisa porque la cocina ya ha cerrado y solo nos queda alguna chacina, aceitunas y mosto. Es que han llegado muy tarde, tenían que haber venido antes… Miré al camarero y en silencio me acordé de todo su árbol genealógico y de la meretriz de su señora madre. Mientras, mi mujer asentía con la cabeza repitiendo eso de te lo dije, te lo dije…

miércoles, 27 de octubre de 2010

LA SIESTA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 28/10/10)

Ayer me desperté a las seis y media de la tarde. Todo un record personal. Casi tres horas de sueño profundo. En la cama, en pijama, con mi mantita y mi cobertor, babilla saliendo de las comisuras de mis labios, algún que otro ronquido suave y, eso sí, con las persianas echadas a cal y canto… como Dios manda. Siestón del quince, como diría aquel. Una bendición de esta Iberia en la que me ha tocado nacer, que profeso desde hace años y que perfecciono siempre que me es posible. Nada de sofás incómodos que me obligan a doblar las piernas hasta buscar la mejor posición, butacones sin orejeras que hacen que mi cabeza se mueva más que un tentetieso, ni documentales de animalitos en la sabana africana en la 2.

Siempre que puedo, me meto en el sobre, agarro celoso la almohada, me echo la colchita, apago el móvil y cierro los ojos hasta que mi adorada deidad, el Señor Morfeo, me acoge en su seno y me hace navegar por esos profundos océanos del mundo onírico (¡qué cursi me ha salido esta última frase!). En fin, que soy un firme defensor de la siesta vespertina, con mayúsculas. No en vano, es uno de los placeres más agradables que tiene el ser humano. Está demostrado científicamente que la siesta mejora la salud en general y la circulación sanguínea y previene el agobio, la presión y el estrés. Además favorece la memoria y los mecanismos de aprendizaje. Todo esto lo que copiado de wikipedia, para que vean que es verdad lo que digo. Y es que quién no recuerda esas siestas de verano, bajo la sombra de un árbol, con el sonido de las ramas al viento. O cuando uno se queda dormido en la playa, tomando el sol bajo la sombrilla, a media tarde, con el rumor constante de las olas… Por ponerle alguna pega a esta sana costumbre, reconozco que tras la siesta necesito un cierto tiempo para retornar al mundo de la vigilia.

Durante unos minutos deambulo como un zombie sin rumbo, del dormitorio al baño y de éste a la cocina, en babucha, arrastrando los pies, con los ojos aún entornados y llenos de legañas, el habla estropajosa, despeinado hasta las orejas y poco lúcido, la verdad. Pero balbuciendo entre dientes y con una tímida sonrisa eso de “pedazo de siesta que me he metío entre pecho y espalda. Qué bien me ha sentao”. Uno de los escritores más importantes de la literatura española, el premio Nobel Camilo José Cela, con su sarcasmo habitual, definió como nadie esta sana costumbre tan española, indicando que la siesta había que hacerla “con pijama, Padrenuestro y orinal”. Pues ahí queda eso. Que no tengo más que decir.

lunes, 25 de octubre de 2010

LA NOCHECITA

¡Vaya cara que tienes hoy!. Así me recibió mañana el espejo del cuarto de baño al verme. Ojeroso y con los pliegues de la almohada aún visibles en mi cara, la imagen que devolvía el espejo no era la mejor para afrontar la dura jornada que me esperaba. Minutos antes, el cruel despertador me había sacado a golpe de ring-ring del mundo onírico en el que habitaba feliz para devolverme a la cruda realidad de un día más de trabajo. Y es que la nochecita no había tenido desperdicio. Me acosté tarde, a la una de la madrugada y hasta las cuatro y media no cogí el sueño.

Probablemente me equivoqué de paquete y no me tomé el descafeinado de la tarde al que estoy acostumbrado sino el Catunambú que había en el estante, con toda su cafeína. Me levanté tres veces para ir al servicio, una a la cocina para beber un vaso de leche, chateé un poco en Internet, leí un capítulo más del último libro de Saramago que lleva más de un mes en mi mesita de noche y a punto estuve de comprarme el robot de cocina que anunciaban en el Teletienda que tritura, corta y pela todo tipo de verduras y hasta pica el hielo. Pero nada. Ni por esas cogía el sueño. Pensé en contar borreguitos, pero como no era efectivo, probé a contar gatitos, osos panda y hasta cachalotes del Índico… pero nada. La última vez que miré el reloj eran las cuatro y cuarto, por lo que supongo que poco después Morfeo que acogió suavemente en su seno. Algo más de dos horas después, ahí estaba yo. Recién duchado, afeitado, desayunado, peinado y vestido. Volví a mirarme al espejo y la imagen no era mucho mejor que la anterior. Pensé en llamar a mi jefe aduciéndole la repentina muerte de mi tío segundo por parte de mi madre, ése que vive en Bilbao, y que me hallaba tan consternado por la noticia que no tenía fuerzas para ir al trabajo. Después consideré que mis naturales dotes para convencer al personal se hallaban hoy mermadas por el estado de embriaguez mental en el que me encontraba. Total, que me armé de valor y allí que estaba yo en plena calle, andando presto al trabajo, aislado por la música de mi Ipod cuando, de repente, algo me llamó la atención. Había pocos coches y menos gente en la calle. Miré el reloj. Llego bien al trabajo. Son las 7,50 de la mañana y hoy es… Hoy es… ¡Festividad de San Dionisio!.

¿Se imaginan la cara de tonto que se me puso, allí parado, frente al señor de la Puerta Real y junto a dos japoneses que le hacía fotos a Primo de Rivera?. En fin, que de perdidos al río. Compré la prensa y me fui a La Vega a tomar churros a ver si me despejaba un poco. ¿Un café?, me sugirió el camarero japonés que ahora lo regenta. ¡No, por Dios!, que me voy rápido a casa… a ver si duermo un poco…

sábado, 16 de octubre de 2010

MANOLI Y LA PRIMITIVA

Fue este lunes. No podía creerme lo que veía. Los seis números de la primitiva, correlativos, tal y como siempre los había colocado. Mi numero de la suerte, el día de mi nacimiento, el de mi santo, el final de la matrícula del coche y los dos primeros y últimos números del DNI. Volví a mirar el numero del sorteo y la fecha del periódico... Todo correcto. Salí de casa y me dirigí impaciente al quiosco. Allí, impresos en un cartel, aparecían los mismos números del periódico. Traté de contener los nervios. Mientras volvía a casa pensaba en ese viaje a Nueva York que siempre había deseado y que ahora sería posible. ¿Cuántos millones me habrían tocado?. ¿Treinta, cuarenta?. Aunque solo fueran 3 o 4... Tapar agujerillos, ya se sabe.

Subí a casa y busque el boleto en mi cartera. Saque las tarjetas de crédito, el dinero, la llave electrónica del coche... pero allí no estaba. Respire hondo. Igual lo puse en algún cajón. Puse patas arriba el salón, el dormitorio y hasta los cuartos de los niños, la cocina y el baño. Nada. Comencé a sudar. ¡El coche!. Si, seguro que me lo deje allí. Solo encontré ocho pesetas de las antiguas, dos bolígrafos y una canica de mi hijo. Pero del boleto, nada. El corazón estaba a punto de salirse del pecho. Me senté, cerré los ojos e intente visualizar el día que adquirí el boleto. Fue el lunes pasado. Tras el desayuno, y acompañado de mis “titos” Pedro y Emilio cumplimos el semanal rito de “echar la primitiva”. Me gaste dos euros. Después volví al trabajo y... ¡El trabajo!. ¡Claro, estará en la mesa del despacho!. Estaba de puente, pero la ocasión lo merecía. Los compañeros se extrañaron al verme. Trabajo pendiente y que soy muy responsable yo... les dije. Revolví el despacho y nada. El teléfono empezó a sonar. De repente vi las ventanas abiertas, el suelo oliendo a lejía... Manoli había limpiado el despacho y la papelera estaba... vacía. ¿Dónde está la limpiadora?, grité. ¿Y la basura, donde está la basura?. El teléfono seguía sonando. Con los ojos fuera de mis orbitas corrí por los pasillos y las escaleras buscando a Manoli y su bolsa de basura. Sudaba a chorros. El teléfono se oía de fondo. Por fin la encontré. Le agarre la bolsa y vertí su contenido en el suelo. Papeles y mas papeles... hasta que lo vi. Al fondo estaba el boleto.

Pero no podía alcanzarlo. El teléfono sonaba y mi brazo no podía alcanzar el boleto que se perdía cada vez más en el fondo de la bolsa. Y entonces, desperté. Mejor dicho, me despertó el teléfono de mi mesita de noche. Buenos días, Mi nombre es Manoli ¿Le gustaría participar en un sorteo para un viaje a Nueva York si responde a una encuesta de satisfacción de Movistar?... Reconozco que fui algo grosero con la telefonista. Volví a acostarme. Igual, recuperaba el sueño... y el boleto.

jueves, 30 de septiembre de 2010

BICIS POR LA ACERA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 30/9/2010)

Jueves pasado. Voy de vuelta del trabajo por calle Porvera cuando observo la siguiente escena. Una joven pasea a su bebé en el carro cuando, de repente un ciclista, sorteando peatones por la acera, se desequilibra e impacta contra el cochecito. Imagínense, con razón, las airadas voces de esa madre que creía estar segura con su hijo en la acera. Afortunadamente todo acabó en un susto. Antes de que nos diéramos cuenta el ciclista se había vuelto a montar desapareciendo a gran velocidad mientras la multitud le increpaba. Alguien que me reconoce me dice: “Esteban, escribe algo sobre esto. Ya está bien la impunidad con la que los ciclistas circulan por la acera. Estoy harto de pegar saltos y asustarme cuando me "tocan" el timbre para que me aparte, aún caminando por mi derecha y en la acera”. Desde ese día he prestado más atención y he observado cómo han proliferado las bicis por las aceras de calles peatonales como Larga o Algarve, o en plazas como Plateros o Arenal. Vamos por partes. Al ser considerado un vehículo, y según la normativa, la bicicleta debe circular por los mismos sitios y en las mismas condiciones que otros medios de transporte mecanizados; esto es, por la calzada o carril bici si lo hubiere. Las aceras son el lugar natural del peatón y no el del ciclista que las invade. Bien es cierto que muchos ciclistas suelen “huir” de la calzada hacia la acera por el peligro que supone circular junto a los coches. Un vacío legal “permite” su presencia en las aceras siempre que transiten a paso de peatón, respeten una distancia mínima y bajo la premisa del “sentido común”. Y aquí empieza el problema. Por un lado, la mayoría de ciclistas campan a sus anchas por las aceras. Por otro, los peatones no tienen interiorizada (y no tienen por qué tenerlo), la presencia de ciclistas en las aceras. No prevén que un ciclista les vaya a aparecer inesperadamente al girar una esquina (un camarero que sale para servir una terraza, una madre que pasea a su hijo o una persona que sale de una tienda o del portal de su casa). Opino que no debe perjudicarse a la mayoría que disfruta de la tranquilidad de un paseo con sus hijos o sus mayores que, en ocasiones, se sienten intimidados por ciclistas que los adelantan por ambos lados, a velocidad inadecuada, sin respetar la distancia reglamentaria, y a bordo en algunos casos, de recias bicicletas de montaña. No me cierro en banda en este asunto (porque también soy ciclista), pero la falta de acuerdo entre ambas posiciones y el libertinaje del que hacen gala cada vez mas ciclistas por las aceras, hacen necesaria una ordenanza que regule, de una vez por todas y de manera clara y concisa, la circulación de bicicletas, tal como sucede en otras ciudades como Cádiz o Madrid.

jueves, 23 de septiembre de 2010

EN CALIENTE

En ocasiones, una palabra fuera de lugar, un hecho poco acertado o un gesto innecesario puede dar al traste con todo. A veces, sin querer llegar a un extremo determinado, se cometen errores que a la larga pueden derivar en una situación no deseada. Una amistad, una relación amorosa, un acuerdo empresarial o un simple compromiso pueden irse al traste por un malentendido. Es en ese momento de ofuscación cuando se dicen cosas que no se piensan, cuando se alza la voz innecesariamente o cuando actuamos de una forma brusca sacando lo peor de nosotros mismos. Una reacción desaforada que, la mayor parte de las veces, mimetiza la persona que tenemos delante y que provoca a la postre una sucesión creciente de descalificaciones.

Este tipo de situaciones es fácil observarlas en una pareja de enamorados que, tras una riña, sacan a la luz todo lo que llevan dentro y se lo lanzan unos a otros como flechas envenenadas. Después vendrán los “lo siento”, “no quise decir eso”, “se me llenó la boca, pero tu sabes que no pienso lo que dije”... Pero ahí queda eso. Ocurre también en algunos automovilistas que, por un simple toque de claxon advirtiendo que el semáforo se ha puesto en rojo son capaces de gritar airadamente primero, de insultar después y al final encenderse hasta el punto de bajarse del coche y llegar a las manos. Después vienen los arrepentimientos, los “no debí hacerlo” o “mejor me hubiera callado”. Pero la calentura del momento nos lleva a extralimitarnos y a no pensar en frío. Lo penoso de esto es que, fruto de esta absurda o airada salida de tono pueden irse al traste duraderas relaciones de amor, amistades de años o importantes proyectos laborales. Y todo por un absurdo sentido de orgullo mal entendido que nos impide dar un paso atrás o simplemente reconocer los errores. Morderse la lengua, en ocasiones, puede ser la solución. Cerrar los ojos y contar hasta diez mientras se respira rítmicamente, puede ser otra. Pero claro está, cuando nos encontramos en esa situación es difícil contenerse y el que más o el que menos salta y suelta todo lo que lleva dentro. Cada uno de ustedes se verá reflejado en lo que digo, porque a todos se nos ha ido la pinza en alguna ocasión fruto de l ofuscación del momento.

En fin, que somos humanos, con nuestros defectos y nuestras virtudes. ¿No están de acuerdo conmigo?, ¿Qué no?. ¿Qué yo no llevo la razón?. ¡Eso no me lo dicen dos veces…!. Les espero en la calle, y como les coja les voy a.... Mejor cuento hasta diez. (era una broma).

miércoles, 15 de septiembre de 2010

ARRANQUE DE VIÑAS

(Artículo publicado en Viva Jerez el 16/10/2010)

Creo que si hubiera un manual de hacer rematadamente mal las cosas, éste se habría convertido en libro de cabecera y de consulta constante para esa panda de ineptos que han precipitado al sector vitivinícola de Jerez al vacío más profundo y oscuro. Atiendan a esta noticia publicada este martes en la prensa: “Muchos viticultores del marco de Jerez dejarán la uva en el campo este año porque no les compensa el precio del cultivo que es ya el más barato de Europa, por debajo incluso del de La Mancha. Un dato: en el año 2002 el precio del kilo de uva era de 63 pesetas. La actual campaña se paga en el mejor de los casos a 20 o 25 pesetas”. Me pregunto cómo hemos llegado a este punto. Quién o quiénes han sido los responsables de esta situación. Qué hemos hecho mal para que el vino de Jerez pase por sus peores momentos. Es probable que todos, he dicho bien, todos debamos entonar el mea culpa por lo que nos está pasando. Aún recuerdo la crisis vitivinícola de finales de los 80 y principios de los 90. Con la perspectiva del tiempo, puedo llegar a comprender la necesidad, entonces, de una reconversión industrial que propiciara una mayor competitividad aún a costa de la salida de cientos de trabajadores de las bodegas y de otras empresas del sector.

Pero ¿De qué sirvió?. Desde entonces, vamos cuesta abajo y sin frenos. Y lo peor es que aún no hemos tocado fondo. Jamás entenderé –que alguien me lo explique- las razones del arranque de viñas. Miles de hectáreas de viñedos centenarios arrancados de cuajo durante los últimos dos decenios en virtud a no sé qué programa comunitario. ¿Nadie explicó a los gerifaltes de Bruselas la importancia económica, cultural y social de este cultivo en la zona?. Pues bien, todos hemos asistido con pasividad al arranque de nuestro patrimonio más valioso sin apenas decir esta boca es mía. Eso sí, poniendo la mano para recoger las treinta monedas que nos lanzaban al suelo envueltas en papel de subvenciones. El vino de Jerez, desde entonces, ha perdido peso. Se han cerrado bodegas, fábricas de tapones, de cartonajes, de etiquetas… de botellas. Esto, unido a una pésima política comercial, a una casi nula inversión publicitaria y a la entrada de multinacionales sin escrúpulos, propició una caída en picado que parece no tener fin. Otras denominaciones nos han adelantado por la derecha y han situado sus caldos en las mesas de los mercados más importantes, mientras que en Jerez desde hace años asistimos sin sangre en las venas a este atraco a mano armada perpetrado a miles de kilómetros por mandamases encorbatados que desconocen el proceso de elaboración y crianza del mejor vino del mundo. ¡Ya está bien!.

jueves, 9 de septiembre de 2010

LA COLECCION



Les confieso que el artículo de hoy ha pendido de un hilo. A punto he estado de hacer dejación de mi responsabilidad semanal con Viva Jerez por la angustia y desazón que me envuelven. Incluso ahora, al escribir estas líneas, el recuerdo de su ausencia sigue martilleándome el alma. Pero al final, le he echado bemoles y aquí me tienen un jueves más. Ocurrió ayer. Paseaba por la calle cuando la vi en el quiosco. Nos cruzamos la mirada unos segundos, los suficientes como para recorrerla de arriba abajo. Me cautivó. Continué avanzando, no sin antes girar la vista atrás en un par de ocasiones para volver a verla. Estuve a punto de darme la vuelta y hacerme con ella. Pero no lo hice... y me arrepentí.

He pasado una mala noche, pero he despertado feliz por haber tomado la decisión correcta. ¡Iría a por ella!. Una oportunidad así no se presenta todos los días. Estaba seguro que me estaría esperando en el mismo lugar. Mis pulsaciones aumentaban a medida que me acercaba. Por fin llegué y... no estaba. La busqué, pero nada. Pregunté por ella. ¡Se han adelantado!, me dijo el quiosquero. ¡No puede ser!. Estaba convencido que tenerla en casa era lo mejor que podía pasarme en la vida. Así que la busqué de quiosco en quiosco. Pero en todos me daban la misma respuesta: ¡Llegaste tarde, vendí la última!. ¿Cómo pudo ocurrirme?. He perdido la oportunidad de hacerme con.. ¡La gran colección de dedales del mundo!. Me pregunto dónde estará ahora ese dedalito que ayer, en su cajita transparente asida al cartón y envuelto en esa ligera lámina de plástico, parecía decirme: ¡cómprame!. Son las cuatro de la tarde. En unos minutos terminaré el articulo y en una hora, me vuelvo a la calle en busca de mi colección. Me faltan los quiscos de las grandes superficies, que abren por la tarde, y aun están los de El Puerto, Sanlúcar, Arcos... Cuando cierro los ojos y pienso en el dedal dorado del Líbano, en esa cabecita de ciervo incrustada en el dedal de Croacia o en la delicada obra de arte hecha dedal por los indios incas del Perú, se me ponen los vellos como escarpias y pienso cómo he podido vivir estos años sin ellos. Sí, es cierto que la colección de babuchas del mundo, las de cajitas de té del Indostán o la gran enciclopedia del cangrejo riojano me llenaron mucho en su momento, pero ninguna de ellas se asemeja a los dedales.

Solo son 330 y con el número 2 te regalan la caja expositora en madera de color caoba oscuro. Ya la estoy viendo en un lugar preferente en el salón para envidia de mis amigos. Además cada dedal está acompañado de un fascículo explicativo de 40 páginas que al final conformarán 12 tomos encuadernados con ilustraciones a todo color. Todo un lujo, oigan. Me voy rápido a ver si se me adelantan de nuevo...

jueves, 29 de julio de 2010

TOROS SI

(Articulo publicado en Viva Jerez el 29/7/2010)

Reconozco que no soy un gran aficionado a los toros. Confieso que mi interés y conocimiento por la fiesta deriva más de mi deformación profesional por conocer todo lo que informativamente ocurre a mi alrededor que por la pasión al denominado “Arte de Cúchares”. Es más, las pocas veces que he pisado una plaza fueron porque en ellas se celebraba algún concierto y únicamente recuerdo haber asistido a un par de corridas en mis tiempos mozos. Dicho esto, entro en materia. Como muchos sabrán, el Parlamento catalán certificó ayer la defunción de la fiesta de los toros en Cataluña. Al margen de que a un servidor le parezca fuera de lugar que en los tiempos que corren se debatan cuestiones que no generan realmente una fractura social en esta comunidad, considero que el hecho de prohibir la fiesta esconde un deseo de los nacionalistas de ahondar en la expresión diferencial entre Cataluña y el resto de España.

Los sentimientos que generan las corridas de toros son muy diversos, todos ellos legítimos y causa de polémica no solo en Cataluña. Sin embargo, en ésta se han conjugado unos movimientos ecologistas muy activos con el oportunismo nacionalista de unos grupos políticos que no pierden ocasión para acosar en Cataluña las manifestaciones culturales comunes con el resto de España. La prohibición ha pasado ya a ser considerada por los nacionalistas como otro síntoma de que la sociedad catalana quiere cortar amarras con el arcaísmo castellano que predomina en España. No se trata de estadísticas de público, de número de corridas o del coste económico que conllevaría la prohibición. Es un problema de respeto a la libertad y a la tradición, no de protección a los toros, utilizados como coartada para otros objetivos, y también víctimas de una evidente doble moral, que condena las corridas, pero salva los «correbous». Asociar la fiesta de los toros a la cultura y la historia de España no es hacer «españolismo», sino constatar una evidencia.

Pero pretender alimentar la prohibición antitaurina con sentimientos nacionalistas es una forma de limpieza cultural de Cataluña. Porque, en definitiva, hablamos de libertad. Esa que buscaban los españoles de finales de los 60 y principios de los 70 atravesando la frontera francesa en busca del plano en el que Marlon Brando impregnaba de mantequilla el trasero de María Schneider. Muchos de ellos volverán ahora al sur de Francia a disfrutar de las corridas, en este caso, de toros. Y como en tiempos de dictadura y rígidas censuras, fuera de sus fronteras saborearán el suave placer de lo prohibido.

miércoles, 23 de junio de 2010

EL CAJERO

(Artículo publicado en Viva Jerez el24/6/2010)

Mediodía de un tórrido viernes de agosto. En la plaza del Arenal, el termómetro marca ya los 41 grados. Un grupo de japoneses, ajeno al calor y con sus inseparables cámaras en mano, hace fotos a Primo de Rivera, al edificio de Urbanismo, al Señor de la Puerta Real y todo lo que se menea. Cuarenta metros más abajo, en la Corredera, estoy yo. En el bar Entrevinos tomándome una cerveza muy fría con unos amiguetes y con el aire acondicionado al máximo. No se está mal, pero ya alguno ha mirado la hora y en breve nos iremos a casa. Recuerdo que hoy me toca acoquinar la ronda y previéndolo, me giro disimuladamente y saco la cartera en busca de algún billete que mostrar orgulloso al camarero. Pero nada. Telarañas. Debo actuar rápido para que nadie note mi descuido, así que salgo del local con la excusa de llamar por teléfono, pero con la intención de buscar el cajero más próximo.


Un bofetón de calor me recibe en la calle mientras me dirijo a uno de la Corredera. Saco la tarjeta y en la pantallita leo: “No podemos atenderle por razones técnicas transitorias”. Vuelvo sobre mis pasos y camino hacia la plaza del Arenal. El otro cajero está ocupado por un señor de mediana edad. Me sitúo detrás, a pleno sol. El termómetro marca 43 grados. Las cervecitas empiezan a hacer efecto y miro el reloj. Han pasado 5 minutos y ahí sigue el señor, pidiendo extractos, recargando el móvil, sacando dinero, actualizando la cartilla y vaya usted a saber qué operaciones más. Empiezo a desesperarme. Por fin acaba y girándose me dice el señor; “No da dinero, sólo se puede ver el extracto”. Cierro los ojos y me seco el sudor. Voy ahora a la calle Larga. Me encuentro a los japoneses, más encogidos si cabe por el calor, inmortalizando el Gallo Azul. Suena el teléfono. Son mis colegas diciéndome que se marchan. “Tomaros otra ronda, que yo la pago. Ahora voy”.


Suspiro hondo mientras vuelvo a sacar la tarjeta y... “El cajero está en reactivación. Espere unos minutos”. Me armo de paciencia. El mismo mensaje una y otra vez. Observo un cajero de otro banco que no es el mío. Me cobrarán gastos, pero qué se le va a hacer. Parece que este sí funciona. Meto la tarjeta. Pido 40 euros y... nada de nada. Se queda colgado mientras yo espero. A los 10 minutos, se arregla pero sin noticias del dinero ni de la tarjeta. Se la ha tragado. Estoy empapado en sudor. En ese momento, se acerca uno de los japoneses y me pide que le haga una foto al grupo. Vuelve a sonar el teléfono. Son mis amigos otra vez. El sol me quema el cogote. No puedo más. Miro al cielo mientras me acuerdo de la familia del Señor Murphy y en la ley que un día inventó.

miércoles, 16 de junio de 2010

LA HOGUERA DE LAS VANIDADES

(Artículo publicado en Viva Jerez el 17/6/2010)
Fue a finales del siglo XV. El dominico Girolamo Savonarola, vestido con andrajos y con una cruz entre sus manos, predicaba en Florencia contra la inmoralidad y la corrupción de laicos y eclesiásticos. El 7 de febrero de 1497, martes de carnaval, levantó en una plaza la célebre Hoguera de las Vanidades, en la que instó al pueblo a quemar todo cuanto les podía proporcionar ocio y placer. Esta destrucción tenía como objeto la eliminación de aquello que se consideraba pecaminoso, incluyendo objetos de vanidad como espejos, maquillajes, vestidos refinados, incluso instrumentos musicales. También tenía como objetivo los libros inmorales, manuscritos con canciones seculares y cuadros, así como pinturas originales sobre temas mitológicos clásicos realizados por Sandro Botticelli, puestas por él mismo en la hoguera. Los registros dicen que la pirámide de fuego tenía veinte metros de alto y que su base mostraba un perímetro de noventa.

En nuestros días, el discurso sobre la Hoguera de las Vanidades se ha reactualizado aludiendo a la frivolidad, al consumismo, a la especulación y despilfarro de ciertos sectores de la sociedad. Hace seis siglos, la vanidad surgía directamente de la Iglesia y más en concreto de las orgías protagonizadas por el papa Borgia Alejandro VI. Hoy, la vanidad la interpreta cierta clase política, financiera, económica y social que, presa de una insaciable gula de dinero y poder, ha engordado el becerro de oro hasta que éste ha reventado en mil pedazos. Y la globalización ha hecho el resto. El pozo económico, la crisis global en la que ahora estamos sumidos es fruto de una vanidad que, en parte, todos hemos ayudado a engordar. Ahora, los grandes mandamases del poder nos proponen encender una hoguera en la plaza de cada ciudad y arrojar a ella parte de nuestras vanidades. Parte de nuestro sueldo, de nuestro bienestar, de nuestro modus vivendi.

Pero en este fuego fatuo también caben otras vanidades más privadas: la ostentación y la pedantería de tener más que el vecino; el vivir en definitiva por encima de nuestras posibilidades. Y ese es un ejercicio individual. Ningún gobierno tiene capacidad para obligarnos a despojarnos de esas mochilas de humo. Somos nosotros, cada uno de nosotros, los que debemos deshacernos de esa carga de vanidad y presunción arrojándola directamente a la hoguera más cercana y observando a continuación cómo ésta la convierte en cenizas.

jueves, 10 de junio de 2010

LA DICTADURA DE LA BELLEZA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 10/6/2010)

Cada vez estoy más convencido de que la belleza, ese preludio hechicero del amor, depende de nuestra mirada. Aunque a los marchantes de la moda y a los teóricos de la horterada les convenga afirmar que la belleza se establece según cánones artificiosos, lo cierto es que en cada época han convivido infinidad de cánones dispares cuya vigencia no se extendía más allá de la mirada de un hombre que se posaba sobre una mujer para encumbrarla con su devoción. Rubens, a través de su mirada más flamenca y barroca, supo hacer bellas a las celulíticas más orondas. Murillo convirtió en vírgenes a las cantineras con las que se tropezaba en los tugurios más íntimos de Sevilla. Y como éstos podría poner otros ejemplos.

No hay amor sin una mirada previa que nos configure a la medida exacta de los anhelos ajenos, del mismo modo que no hay belleza en términos absolutos, sino que la belleza, para existir, requiere de unos ojos que chispeen ante su presencia. Y es que vivimos en una sociedad obsesionada por la juventud y la belleza. Las revistas femeninas ignoran a las mayores de cincuenta años. Tratan de evitar sus fotografías, y cuando no les queda más remedio que mostrar a famosas de cierta edad, acuden prestas a la magia del Photoshop. En cuanto a las presentadoras y periodistas que salen en la pequeña pantalla, o bien son jóvenes, o aparecen caricaturizadas o bien se intenta que no aparenten su edad. El mensaje es obvio: las mujeres más representativas de nuestra sociedad pueden ser visibles en tanto sean bellas (según el canon vigente) y jóvenes (o lo aparenten), aun cuando trabajen mal. Y qué decir de nosotros. Ya no se lleva eso de comparar la hermosura del oso con el hombre. La dictadura de la belleza también nos ha invadido y ahora el canon de la perfección pasa por músculos marcados, tabletas de chocolate en el vientre y torsos depilados. Pero he de reconocer que en el caso de los hombres se hace más la vista gorda y, en muchos casos, aún sigue perdonando la barriguita de los cuarentones como elemento inherente a la condición masculina.

En cualquier caso, quiero pensar que esta dictadura insensata de la belleza remitirá pronto. Es por ello que considero que no lograremos despojarnos de nuestros complejos hasta que no aceptemos que tenemos que gustar al otro; no a cualquier otro, sino a ése que un día elegimos para que nos mejore con su mirada al margen de los cánones impuestos; a ése que nos complementa con su presencia, a ése que elegimos para que fuera el espejo en el que poder contemplarnos sin tapujos, con nuestro equipaje de años, arrugas y adiposidades.

jueves, 3 de junio de 2010

RENGLONES TORCIDOS

(Articulo publicado en Viva Jerez el 3/6/10)

El próximo 15 de junio se celebran 33 años de las primeras elecciones democráticas en nuestro país tras cerca de cuarenta de dictadura franquista. Fue en 1977. Ese día, los españoles tuvimos la oportunidad de expresarnos libremente en las urnas, de elegir a nuestros representantes públicos en el Congreso de los Diputados en plena libertad, sin censuras. No voy a hablar de los años vividos desde entonces, con sus luces y sus sombras. Considero que lo importante de este periodo ha sido la convicción mayoritaria de haber alcanzado una conciencia democrática que nos ha hecho superar los miedos y las sombras del pasado, a la vez que ser más libres, pese a los que se empeñan en recuperar el mito machadiano de las dos Españas.

Pero hoy, en este artículo, quisiera acordarme de esos personajes públicos y anónimos que propiciaron la llegada de la Democracia. Hombres y mujeres que en la clandestinidad lucharon por mantener ese halo de esperanza en una sociedad marchita y anquilosada. Héroes que engrosaban listas negras, participaban en mítines y reuniones ilegales y que pasaron en más de una ocasión por la cárcel y por la represión más cruel. Esos rojos (todos los contrarios al régimen impuesto por el general de bigotillo recortado eran calificados así) que levantaron el puño de la libertad creando o resucitando organizaciones como USO, CNT, Comisiones o UGT. Militantes de base del PSOE, PCE, PTE, PSA-PSP... que alzaron el brazo para exigir derechos. Curas obreros que colgaron la sotana más retrógrada del nacional catolicismo. Estudiantes henchidos de hormonas de libertad al amparo del Che, Raimon o la Joven Guardia Roja. Desconocidos vecinos de bloque que, por fin, un día levantaron la cabeza... Hoy es fácil entrar en política, militar en cualquier formación, expresarse libremente en los medios de comunicación, en la calle. Incluso, cualquiera que se lo proponga, sin convicciones políticas previas, puede llegar a ser concejal, alcalde o diputado. Pero entonces, todo estaba por conseguir. La lucha era por la Libertad, con mayúsculas.

Ahora, que en España la política se escribe con renglones torcidos, fruto de la más vergonzosa crispación, pienso en esos artífices de la democracia que salieron del pueblo y volvieron a él con la satisfacción del deber cumplido. Muchos quedaron en el camino. Otros siguen aquí, paseando sin prisa por la calle Larga y respirando hondo un aire de libertad que ellos, en parte, ayudaron a conseguir. Una libertad que hoy se está pervirtiendo por las ansias de poder de algunos tecnócratas y trepas sin escrúpulos que ascienden por la pirámide de la política ansiando despachos y sillones prestados a los que se aferran como un clavo ardiendo.

miércoles, 19 de mayo de 2010

A MI AMIGO ALFONSO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 20/5/10)

Se llama Alfonso. Tiene 57 años y no recuerda nada. De vez en cuando voy a verlo a su casa en un intento vano de hacerle recordar parte de su pasado. Pero es inútil. Para él, soy alguien al que ve cada día por primera vez. En ocasiones, cuando entro en su habitación, me lo encuentro mirando por la ventana, con la mirada perdida, ausente. Me gustaría saber en qué piensa, qué siente un enfermo al que un montón de neuronas le arrebataron de raíz sus recuerdos. El pasado lunes le hice una visita. Me senté a su lado, le agarré de la mano y volví una vez más a presentarme. Soy Esteban, tu amigo. Igual no me recuerdas pero soy tu amigo. Alfonso, vengo a pasar un rato contigo. ¿Cómo te encuentras?. Me miró fijamente intentando escrutar en mí algún recuerdo del pasado. Reconozco tu voz, me dijo, pero... Le apreté la mano mientras él bajaba despacio el rostro.

Ya casi no habla. He seguido su enfermedad desde que se la diagnosticaron y su degradación ha sido evidente y demasiado rápida. Recuerdo cuando me lo dijo. Es degenerativo, afirmó. Lo he leído en Internet. Pero eres muy joven y tienes toda la vida por delante, Alfonso. No puede ser. Los médicos deben haberse confundido… Y ahora, años más tarde, aquí me encuentro. Frente a frente con un amigo que necesita, ahora más que nunca, una mano a la que agarrarse. Marisa, es toda su vida; su única vida. Es una mujer menuda pero valiente. Ajada pese a su juventud pero fuerte de carácter, vive por y para él. Supongo que eso es amor, en mayúsculas, sin aspavientos ni golpes de pecho. El Alzheimer es una enfermedad progresiva y degenerativa del cerebro para la que no existe recuperación. Y, en contra de lo que se piensa, no sólo afecta a ancianos, sino que cada vez se dan más casos en personas de 40 y 50 años. Es la más común de las demencias. Lentamente, la enfermedad ataca las células nerviosas en la corteza del cerebro deteriorando así las capacidades de la persona de controlar las emociones, reconocer errores y patrones, coordinar el movimiento y recordar. Al final, la persona pierde toda la memoria y funcionamiento mental.

Es ahora la cuarta causa principal de muerte en los adultos y, a menos que se desarrollen métodos eficaces para la prevención y el tratamiento, la enfermedad de Alzheimer alcanzará proporciones epidémicas para mediados del siglo. Alfonso, sé que no podrás leer este artículo, y aunque alguien lo haga por ti, tampoco entenderás bien su significado. Pero quiero que sepas que tienes un pasado, como todo el mundo, y que ha sido maravilloso. Y que tienes amigos que te quieren y que recuerdan por ti los momentos más felices de tu vida. Un fuerte abrazo, amigo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

POLITICAMENTE CORRECTO


Estoy cansado. Harto de los extremos a los que hemos llegado en esta sociedad pretendidamente igualitaria. Hastiado de los excesos a los que nos someten los nuevos adalides de una democracia mal entendida. Fastidiado por tener que comulgar con ruedas de molino cada vez que hablo o escribo en determinados foros como éste. Siempre hay alguien escondido tras unas siglas rimbombantes que se aferra a una expresión, a un comentario o a una simple palabra sacada de contexto para tacharte de homófobo, machista, racista o xenófobo. Y ya no se trata de la ofensa gratuita a las minorías, medianías o mayorías sociales, que es execrable a todas luces. Hablo de tener necesariamente que coger el rábano por las hojas cada vez que se habla con el propósito último de quedar bien con todo el mundo.

De tener al lado el diccionario de lo políticamente correcto para revisar mientras se escriben las palabras que “no deben pronunciarse” (aunque aparezcan en el RAE y se hayan utilizado desde siglos), por otras que sí están “permitidas” y que presumiblemente no incomodan a una sociedad a la que le trae al pairo este tipo de eufemismos ridículos y circunloquios absurdos de género o condición para referirnos a personas o situaciones. Y es que es fácil que la corrección política se deslice con naturalidad hacia los extremos. En este artículo, como comprobarán, no he puesto ejemplos porque estoy convencido de que me atestarían la bandeja de entrada de mi buzón con insultos, descalificaciones y demás lindezas envueltas, muchas de ellas, en halos aleccionadores y llamadas constantes a la contrición de mis pecados cual oveja descarriada. Pero estoy seguro de que en la mente de muchos de ustedes aparecen cientos de ejemplos de la vida cotidiana. De hecho, les confieso que me ha costado escribir estas líneas. He borrado varias frases y palabras susceptibles de ser políticamente incorrectas, en un claro ejercicio de autocensura, consciente de que no puedo abstraerme al hecho de vivir en sociedad, pero sí de criticarla cuando crea oportuno. Pero en las distancias cortas, yo seguiré llamando negro a un amigo de color y ciego a un invidente con el que he pasado más de una noche de juerga. Y le contaré un chiste de mariquitas a un amigo gay y le diré viejo a mi padre, y hablaré de borrachos en vez de beodos, y de criada en vez de asistenta, y de aborto antes que de interrupción voluntaria del embarazo.

Creo que, al final, la cuestión no es “lo que se diga” sino “cómo” se diga. En mi caso, respeto profundamente a todos, y los que me conocen así lo atestiguarán. Y ahora, si a alguien incomodé con mi artículo, adelante: abajo tienen mi web. La hoguera está preparada y el reo dispuesto a que lo quemen para escarnio público. Pero seguro, que en el fondo, la mayoría piensa como yo.

miércoles, 28 de abril de 2010

UNA CUESTIÓN DE IMAGEN

(Artículo publicado en Viva Jerez el 29/4/2010).- De este año no pasa, me dijo convencido. Había aplazado en demasiadas ocasiones su visita a Jerez, y este año la cita era obligada. Le había contado tantas cosas sobre nuestra Feria del Caballo, sobre las bondades de esta tierra del sur del sur, de la hospitalidad y la simpatía que nos caracteriza, del buen vino y la mejor gastronomía, de la vistosidad de las casetas y del Paseo de Caballos que finalmente decidió venir el fin de semana con su familia. Te vienes a casa, le dije. Y dicho y hecho. El viernes por la noche llegó por fin a Jerez con su mujer y sus dos hijos. Al día siguiente, a mediodía, nos dispusimos para ir a la Feria… andando. Había huelga de autobuses y solo circulaban los servicios mínimos, por lo que conseguir un taxi era tarea imposible. ¿Vamos en coche?, me preguntó. Le expliqué que aparcar un sábado de feria junto al González Hontoria era una odisea y que si encontrábamos un aparcamiento sobre una acera o en una mediana corríamos el riesgo de ser multados por la Policía Local, por aquello de la huelga a la japonesa.

Una hora después, llegamos a la Feria. Se quedaron boquiabiertos al ver la portada. ¡Qué maravilla!, dijeron. Pero cuando nos acercamos percibimos un penetrante olor a podrido. Cientos de bolsas de basura se apilaban en el Real. Papeles, bolsas y botellas daban una imagen penosa del recinto ferial. La huelga del servicio de limpieza, les dije disculpándome. Se marcharon al día siguiente, y aún tuvieron que aguantar media hora más, ya que fueron “requeridos” por la Policía Local a un control “rutinario” de alcoholemia. La sonrisa que se me quedó al despedirlos era una máscara que ocultaba mi vergüenza y mi sonrojo por la imagen que se habían llevado de Jerez. Y como ellos, miles de visitantes que probablemente nunca volverían a la ciudad. Y pensé en las familias que necesitan trabajar en Feria para poder sobrevivir buena parte del año, en los hoteles, restaurantes, bares y tiendas que hacen su agosto en pleno mes de mayo. En el paro que nos azota y en la imagen que proyectamos en un turista que llega dispuesto a gastarse su buen dinero en la ciudad. Y pensé que no hay derecho y que sin ánimo de entrar en el fondo de las cuestiones laborales (son muy respetables), creo que deberíamos cuidar más las formas.

Pero, tranquilos. Lo que les acabo de contar aún no ha pasado. Sí es cierto que esa familia de la que les hablo vendrá el fin de semana de Feria. Y como ella, centenares llegadas de todo el país y de parte del extranjero. Y ahora díganme. ¿Merecen tener esa “acogida”?. Espero que no se me caiga el alma a los pies y la cara de vergüenza. Nos jugamos el futuro y no estamos precisamente para jugar con las cosas de comer. (A quien corresponda)

miércoles, 21 de abril de 2010

UN CUENTO QUE NOS SUENA DEMASIADO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 22/4/10)

Erase una vez un pequeño pueblo de un pequeño país de quién sabe dónde. Sus vecinos vivían felices. Un día, el cartero del pueblo protestó por que su bolsa era pequeña para aguantar el peso de las cartas. Los vecinos se quejaron, ya que los envíos se recibían tarde. El alcalde le compró una bolsa más grande. Poco después, el cartero volvió a protestar por los kilómetros que andaba repartiendo cartas con una bolsa que pesaba demasiado. Los vecinos le dieron la razón y el Ayuntamiento le compró una moto con sidecar para que pudiera ir más rápido y no tuviera que soportar la carga sobre sus hombros.

Pasó el tiempo y nuevamente el cartero se quejó por que trabajaba muchas horas por poco dinero. El alcalde le recordó que aquel era un pequeño pueblo, con pocos recursos, por lo que el aumento debía esperar. El cartero no se lo pensó y desde ese día no repartió más cartas hasta que no aceptaran su demanda. El pueblo se rebeló porque no les llegaba el correo y se manifestó frente al Ayuntamiento. Finalmente, el alcalde cedió. Y llegó el invierno y con él las nieves. El pueblo quedó incomunicado y el único contacto con el exterior eran las noticias que el cartero traía cada día sorteando toda clase de dificultades. Por la tarde, los vecinos lo esperaban en la plaza. Pero el primer día de nevada no llegó. Ni siquiera había salido de casa aduciendo que su abrigo no era lo suficientemente grueso como para soportar el frío del camino. Los vecinos increparon al alcalde y éste le compró otro abrigo. Pero el cartero pidió además unas botas, gorro y pantalones mejores. El Ayuntamiento, esta vez dijo no. Era un pueblo pequeño y ya se había endeudado con la bolsa, la motocicleta, el abrigo, y el aumento de sueldo. Y pidió al cartero que, durante el invierno, abandonara su protesta y que después hablarían. El cartero se negó y se quedó en casa. Pero esta vez los vecinos no protestaron frente al Ayuntamiento. Más bien negaron el saludo al cartero. Pasó el invierno y el cartero anunció nuevas protestas, pero el pueblo ya no estaba de su lado. Le increpaban en la calle con la mirada. Se quedó solo. Nadie le hizo caso. Nadie le apoyaba. Incluso se pensó en contratar a otro cartero. Igual tenía razón en lo que pedía, o igual no, pero lo realmente cierto es que las formas no fueron las correctas.

Dos moralejas: 1.- El error del cartero fue perjudicar a sus vecinos en un momento muy especial para ellos. 2.- Las amenazas y las presiones desaforadas pueden volverse en contra porque deslegitiman a quienes la formulan. Apliquen este cuento a Jerez, ahora que llega la Feria y el Mundial de Motos. ¿A qué colectivo les suena?. ¡¡Bien, acertaron!!. Pues que se apliquen el cuento.

miércoles, 14 de abril de 2010

ESAS SUFRIDAS MUJERES...

(Artículo publicado en Viva Jerez el 15/4/10)

Es un domingo cualquiera de verano. Nueve de la mañana. La sufrida esposa se ha levantado dos horas antes para preparar la tortilla, los pimientos asados, la ensaladilla, los filetes empanados y las papas aliñás. Su marido aún duerme. Mientras se fríen las patatas, María ha puesto la lavadora, planchado las camisetas de los niños, tirado a la basura el cenicero repleto de colillas de la noche anterior, recogido los calcetines sucios que Manolo dejó a los pies de la cama todo ello mirando de reojo el reloj del pasillo.

Son las once y un bostezo matutino, que siempre le recuerda al león de la Metro, le anuncia que su costillita acaba de despertar. ¡Que nos vamos a la playa, María!. ¿Aún estás así?. ¡Ponme el desayuno, mientras que me ducho y me afeito!.¡Oye, por cierto!, ¿No huele a quemado?. ¡Dios, que se me queman las patatas!. María sale corriendo a lo justo de evitar las llamas en la sartén. Pela más patatas, prepara otra sartén y vuelta a empezar. Manolo ya se ha duchado y entra en la cocina. ¿Aún no has preparado el desayuno?. ¡María, encima que te llevo a la playa!. La sufrida esposa lo mira preguntándose en qué lugar del camino se quedó ese h ombre que le regalaba flores, le piropeaba por teléfono y le traía el desayuno a la cama. Está a punto de responderle cuando aparecen por el pasillo los dos diablillos, que ya apuntan las maneras de su padre. ¡Mama, el desayuno! ¿Aún estás así?. ¿Has visto mi bañador azul?. ¡No me gustan los filetes empanados, prepárame una hamburguesa!. Son las doce y los niños ya están en el coche. El papá mira impaciente el reloj. ¡María, que nos va a pillar la cola y después no queda sitio en la playa para la sombrilla!. Ella, aún en casa, termina de tender la ropa, recoge la mesa con el desayuno, pone la comida al gato y apaga las luces...

Son las dos de la tarde. No cabe un alfiler en la playa. ¡Mamá, ponme crema en la espalda!, ¡María, tráeme el Marca que me lo he dejado en el coche!. Ella mira al cielo imaginando la vuelta.. En que debe bañar a los niños, en la arena en el pasillo, la ropa sucia. Un pensamiento que se rompe cuando la oronda figura de su marido sale del agua y, dirigiéndose a ella le dice: ¡María, dame un tinto!. ¿Tinto? ¡Yo no lo he cogido, no me has dicho nada!. ¡Por Dios! ¿Se te ha olvidado? ¿En qué estás pensando?. ¿No estarás a punto de que te baje la regla?. María lo mira con ojos cansados, mientras una tímida lágrima asoma por su rostro.

(Pd: A quienes corresponda: Describir una realidad, que afortunadamente está cambiando, no es sinónimo de comulgar con ella. Relatarla y exagerarla en tono jocoso no implica justificarla. Por el contrario, sacar punta a todo puede esconder cierta intransigencia).

miércoles, 7 de abril de 2010

ESOS SUFRIDOS HOMBRES

(Artículo publicado en Viva Jerez el 8/4/2010)

Parece que nunca va a llegar el día. Los hombres vivimos felices en nuestra ignorancia creyendo ingenuos que a ellas se les pasará la cita. Pero al final ese aciago día llega. Es la tarde de un sábado cualquiera. Apaciblemente sentados en el sofá o en nuestro sillón favorito nos disponemos a echar una merecida siestecita con la última peli del “Cine de barrio” cuando, en ese momento, aparece nuestra mujer y nos dice sugerente ¿Me acompañas a comprar ropa?. Un sudor frío recorre en ese momento la frente al imaginarnos el mal trago que nos aguarda. Un temblor se apodera de todo nuestro ser. Lo primero que se te pasa por la cabeza es poner una excusa. La más recurrida es “cariño, me duele la cabeza”, pero ¡ojo!, porque esa evasiva la inventaron ellas, y para nosotros no cuela. Se echa entonces mano de un rosario de justificaciones que va desde aludir al cansancio a que finalmente arreglarás ese grifo que gotea. Pero todo es inútil y, por arte de birlibirloque en un abrir y cerrar de ojos te ves entrando en el Hipermercado con la cabeza gacha y cara de cordero degollado preparado para vivir una experiencia sobrenatural.

Preguntar cuánto tiempo sufrirás el mal trago es absurdo. Siempre dirán que media hora, que necesitan una falda a juego con esa chaqueta beig que le sienta tan bien. ¡Mienten!. La media hora se convertirá en dos, tres o cuatro en el mejor de los casos. Y es que está científicamente comprobado que las manecillas del reloj pierden su cadencia al entrar en la sección de ropa con la pareja de uno. El tiempo se dilata y todo discurre a cámara lenta. Es entonces cuando observas la mirada solidaria de otros hombres que se esfuerzan en sonreírte en un gesto de complicidad mientras con sus rostros amarillos deambulan como zombis sin alma tras sus compulsivas mujeres. Pacientes esposos con ojos entornados y mirada perdida que sortean stands de ropa mientras su esposa entra y sale del probador, se pierde y vuelve a aparecer entre estanterías. Sufridos maridos aguantando con entereza a la puerta del probador eso de “¿Me sienta bien, cariño?” “¿Parezco más delgada ahora?” o “Tráeme la talla 36 de esa falda marrón”. Santos Job que, por su infinita paciencia, bien merecerían un monumento al esposo desconocido en alguna de las innumerables rotondas con que cuenta esta ciudad.

Propongo que sea un lugar de peregrinación y culto donde nunca falte una corona de laurel, un ramo de flores y una llama perpetua en honor de esos sufridos hombres. (La próxima semana hablaré de “esas sufridas mujeres”. Ya saben, por aquello de la paridad...).

jueves, 25 de marzo de 2010

PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID

El otro día, revisando viejas fotos, encontré una del año 85. Estaba, por aquel entonces, en Madrid “haciéndome un hombre” a la vez que servía a la Patria. La instantánea no era nada original: con unos amigos de “mili” posando en la Puerta del Sol junto al oso y el madroño. No recuerdo sus nombres, porque entonces nos llamábamos por nuestro lugar de origen. Yo era Jerez y en la foto me acompañaban Tenerife, Sabadell, Teruel y Burgos.

Éramos chicos de provincias, que intentaban pasar desapercibidos en medio de una ciudad inmersa en la conocida “movida madrileña”. Pero era imposible escapar. Madrid te envolvía en un hervidero de graffitis y contracultura underground, de fanzines de comics irreverentes, de búsqueda del sentido a una transición reciente, de una revitalización cultural que tuvo como centro el Rockódromo de la Casa de Campo, de un nuevo cine con Almodóvar, Trueba o Colomo y de nuevos conceptos musicales de la mano de Loquillo y Tino Casal, Nacha Pop y Glutamato, Radio Futura o Los Secretos. Amparados bajo el ala del viejo profesor, Tierno Galván, Madrid nos ofreció forma de ver la vida. Compartimos en una ocasión barra de bar con Loquillo en El Penta, lugar de culto musical que aún hoy sigue funcionando en el barrio de Malasaña; vibramos con La Chica de Ayer de Antonio Vega en un irrepetible concierto en Rock-Ola en Avenida de América y nos quedamos paralizados cuando pasó junto a nosotros en el Vía Láctea una joven Alaska que por entonces presentaba La bola de cristal. Eran tiempos de ideales políticos y búsqueda de nuevos horizontes. Nos imbuimos en el ambiente nocturno de Argüelles, en la maraña dominguera del Rastro, en unos desconocidos Mc Donalds y Burguer King que aún no habían bajado Despeñaperros y en una estética de moda punk rock que nos chocaba pero a la vez nos atraía.

Años después, a mediados de los 90, volvimos todos a quedar en la capital. Paseamos por Callao, compramos en El Rastro, comimos en Malasaña y nos fuimos de juerga al Penta y al Vía Láctea. Incluso nos hicimos una foto con el oso y el madroño. Pero Madrid ya no nos envolvía. Todos sentimos esa sensación agridulce al despedirnos. He vuelto varias veces pero ya no me identifico con esa ciudad impersonal y distante, ni tampoco con sus habitantes. Una falta de identidad que aprovechan lícitamente chinos, ecuatorianos o rumanos implantando una cultura que nos es ajena. Añoro mucho ese Madrid de vinilo que tanto marcó mi juventud y que la rueda del propio sistema se encargó finalmente de enterrar bajo el negro asfalto de un nuevo siglo que por entonces llamaba a sus puertas.