jueves, 28 de abril de 2011

LA BUTACA DEL HOSPITAL

(Artículo publicado en Viva Jerez el 28/07/2011)

Por fuera es una butaca normal, con una recia estructura metálica que permite, con un sencillo dispositivo de palanca, bajar el respaldo y, a la vez, subir un reposapiés la mar de cómodo. Pero no se lleven a engaño. Ese aparente sillón de hospital esconde en su interior un elaborado instrumento de tortura que bien pareciera sacado de la perversa mente del mismísimo Torquemada. Sus constructores probablemente bucearon en vetustos legajos de la Santa Inquisición para idear este elemento de perversidad extrema pensado únicamente para torturar y sacar de quicio a la figura del "acompañante".

Si, amigos lectores, lo que digo está basado en la más certera realidad empírica, ya que cuando escribo estas líneas sufro en toda mi estructura ósea y muscular los efectos de ese potro de tormento que padezco desde este lunes en la Residencia, que es como se le ha llamado de toda la vida de Dios a nuestro hospital. Y es que todo está perfectamente calculado para que al efecto físico de la tortura se le sume el psicológico. Así, las enfermeras (que sospecho participan accionarialmente en la sociedad que fabrica estas butacas), se encargan por turnos de entrar en la habitación a horas intempestivas con excusas como tomar la tensión, el zumito, vamos a ver cómo va el gotero... haciéndote pegar un salto en el sillón justo cuando estabas a punto de dar una cabezada. De esta forma, la noche es un incesante trasiego que se acrecienta, como ha sido mi caso, si la planta es la de maternidad, con niños que se empeñan en nacer de madrugada y lloran y lloran por turnos horarios relevándose para martillear la cabeza de los sufridos acompañantes.

En otro frente, el personal de mantenimiento se encarga de variar la temperatura del habitáculo pasando del frío más invernal al calor más agobiante en minutos; esto es, del "Dame la rebequita" al "Ay la caló que hace en esta habitación". Los efectos más palpables se observan a primera hora de la mañana en los pasillos. Allí, como almas lumbálgicas en pena, desfilan con los brazos en jarra los sufridos arrastrando los pies, ojerosos, ciáticos perdidos, en busca de un triste café y una palmera de chocolate de la máquina, saludándose con inteligibles sonidos guturales. Todos, alguna vez, hemos sido acompañantes nocturnos y conocemos en nuestras carnes el sufrimiento infringido por este demoníaco sillón. Así que ¡acompañantes del mundo, uníos!. Firmemos un manifiesto para que cambien las butacas de los hospitales. Dignifiquemos de una vez la figura del acompañante permitiéndole unas condiciones más dignas. Y aquí dejo de escribir, que viene la enfermera con el zumito y el Viva Jerez lo reparten mañana en la Residencia…

miércoles, 20 de abril de 2011

VUELVE "EL MACHOTE"

El “machote” vuelve a estar de moda. Sí, el macho ibérico resurge de sus cenizas cuando todos le creían una especie en vías de extinción. Y es ahora, cuando falta muy poco para el verano, cuando aparece reivindicando altivo ese nuevo concepto de hombre que recoge el relevo de esos “tíos de pelo en pecho” verdaderos iconos sexuales de los 80 y que, aún hoy subsisten en alguna reserva.

Empecemos por los últimos. Son fáciles de identificar. Vientre prominente, una querencia por las rubias (léase cerveza), su pasión por el fútbol y/o los toros, pelo en pecho que sobresale orgulloso por el último botón de la camisa (los pelos puntúan mucho, sobre todo los de la espalda y las orejas), lamparón en la pechera, olor a Varon Dandy, el perrito de muelle en el salpicadero del coche, pantalones ajustados, calcetines blancos y gafas oscuras con cristal de espejo.

Pero éstos especimenes están en clara decadencia. Sobreviven en un hábitat muy definido, atesorando las películas del héroe fílmico de los 70, Alfredo Landa (inventor del landismo) y reuniéndose con otros compañeros que se resisten en el Alcázar de su integridad ibérica a entrar por el aro de una metrosexualidad que les incita a depilarse el pecho o embadurnarse su rostro sin afeitar de cremas y potingues. Vayamos ahora a los actuales “machotes”. Se reconocen por su coche tuneado, con alerones y faldones que casi arrastran por el asfalto y donde suena el "reggueton" a toda pastilla. Generalmente se saben las canciones e incluso intentan bailar dentro del coche mientras el semáforo esta en rojo. Llaman a su pareja por el apelativo de churri y llevan varios tatuajes en el brazo y la pierna. Comparte con su homónimo de los 80 que bebe cerveza y se ve los partidos de fútbol hasta de tercera división. El móvil colgado del cuello o en la cintura, como los profesionales y el mando a distancia siempre a mano. No usa desodorante ni cepillo de dientes. El cabello grasiento que parezca que lo lleva mojado todo el día. Y siempre se tocan el miembro unas cuantas veces durante la conversación. Así que, queridos metrosexuales, pésimas noticias. Apurad los últimos coletazos de vuestras cremas hidratantes y quemad en una hoguera colectiva vuestras camisetas ceñidas y los posters de Beckhan. Es el Apocalipsis de los torsos apolíneos. Llega con fuerza el machote del siglo XXI.

miércoles, 13 de abril de 2011

TODOS TENEMOS UN PASADO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 14/4/2011)

Ocurrió en 1984. Por entonces, cumplía con la Patria en un cuartel de la calle Arturo Soria, en Madrid. Haciéndome un hombre, según decían mis mayores y viviendo de lleno la movida madrileña en discotecas como el Rockódromo, el Penta o el Rock-Ola. Lo cierto es que habían pasado cuatro meses y no habíamos pillado cacho con ninguna de las chicas que por entonces lucían marcados y llamativos maquillajes, chaquetas con hombreras gigantes e imposibles peinados verticales. Había quien lo achacaba al característico rapado que lucíamos los militares y que nos confería un halo de “salidos” que olía a leguas.

Pero esa noche era distinta. Carlos, un madrileño que conocimos en el Penta, nos había citado con cuatro chicas punk, con cresta, botas militares y cinturones de pinchos. “Son facilonas”, nos dijo. Decidimos, atendiendo a la ocasión, comprarnos parte de la estética punk. Tinte de colores en el pelo, muñequeras de pinchos y ¡mira por dónde!, las botas ya las teníamos puestas. De camino, en el metro, Carlos nos puso al tanto de los grupos punk, de la jerga y de otros datos para no dar la nota. Antes de acercarnos, nos tomamos un “destornillador” (vodka con naranja, para los que no recuerden) y nos repartimos a las chicas. La alta para Alberto, la tetona para Ángel… La mía, Verónica, tenía una carita angelical. Una muñeca, eso sí, tuneada a lo punk. Presentaciones, ginebras con limón, de dónde sois. Yo de Pamplona, yo de Badalona, yo de Las Palmas y…yo de Jerez. No sé que pasa cuando uno sale de Andalucía, que cuando dices que eres de aquí siempre te piden que cuentes un chiste. En fin que atendí la petición y se oyeron risas... Me tomé dos whiskys. Estaba en mi mejor momento. Era el centro de atención y la noche prometía con Vero. Carlos sugirió acabar la noche en su casa. Sus padres estaban de finde en la Sierra. Palpé el bolsillo. Allí estaba la gomita. ¡La noche que me espera…!. Dos cubatas más, un par de petas que me pasó Alberto, miradas cómplices de los colegas, miraditas de soslayo de las chicas…

¡Y ya no recuerdo más!. Desperté en el catre del cuartel con un dolor de cabeza del quince. Alrededor mis colegas me miraban inquisitorialmente. Les había arruinado la noche. Al parecer la mezcla de ginebra, vodka, whisky y petas había sido un cóctel demasiado fuerte para mí. No entraré en detalles sobre la escatológica escena que provoqué en el piso, según me contaron. Dos semanas sin dirigirme la palabra. Ese fue mi castigo. De Carlos y de las chicas no volvimos a saber nada. De ese día aún guardo una de las muñequeras de pinchos. Y una foto, de cuando mis amigos me perdonaron, en la Puerta del Sol, junto al oso y al madroño. Está colgada junto a este artículo en mi blog. Yo soy uno de los cuatro patéticos, el de la chupa crema-amarilla. Para que os riáis un poco de mí.

miércoles, 6 de abril de 2011

EL MÓVIL

(Artículo publicado en Viva Jerez el 7/4/2011)

No sé dónde he puesto mi móvil. Ni idea. Y tengo todos mis contactos, números de teléfono, los cumpleaños en la agenda… Piensa Esteban, piensa. Esta mañana me despertó la alarma que le puse a las 7. Ducha, café rápido y al trabajo. Recuerdo que sobre las 10 llamó mi amigo Emilio para ir a desayunar y que recibí un mensaje a las 12 de no sé qué oferta de Movistar. Un par de llamadas más de trabajo y me fui a casa a las 3. Almorcé, siesta en el sofá viendo el documental de la 2 y…. hasta ahí recuerdo. Ahora son las 5 y ni rastro del móvil. Lo he buscado en los bolsillos del pantalón, de la chaqueta, bajo el sofá, en los cajones, en la mesita de noche… No le he dicho nada a mi mujer. Piensa que tengo la cabeza a las tres de la tarde y como se lo diga… broncazo del quince. Que si cualquier día te olvidas de cómo te llamas, que si ahora hay que comprar otro móvil y no estamos para excesos, que a ver cuándo te centras… Lo cierto es que parte de razón lleva, ya que perdí otro móvil el año pasado.

¡Ya sé lo que hacer!. Me llamaré desde el fijo… ¡Sí, está sonando!. Y suena, y suena… pero nadie lo coge y salta el contestador. ¿Dónde estará?. ¿Quizá en el bolsillo de algún desaprensivo que borrará mis contactos?. ¡¡Nooo!!. Debí hacer una copia de seguridad, pero un día por otro... Así que de perdidos al río. Llamaré a Movistar, daré de baja mi número y me lo bloquearán. Dicho y hecho. Ahora que pienso, ¿Se me habrá caído en el coche?. Salgo con la excusa de tirar la basura y lo pongo patas arriba. Encuentro 8 pesetas de las antiguas, 1 euro y 25 céntimos, dos palillos de dientes, una estampita de Schuster con la camiseta blanca y una bolsita abierta de un condón que caducaba… el siglo pasado. Me sonrío. ¡Qué tiempos!. Miro hasta debajo del coche. Nada. Llamaré al trabajo. Igual me lo dejé en la mesa. ¿Virginia, mira en mi despacho si me he dejado el móvil, please?. Lo siento, Esteban, no está. ¿Y si me lo robaron?. Por mi mente pasan la limpiadora, el técnico que me miró el ordenador…Vuelvo a llamar. Suena y suena. Nadie lo atiende.

¡Tengo un plan!. Vuelvo a salir de casa con otra peregrina excusa. Voy al Área Sur, a la tienda de Movistar, no sin antes vaciar la hucha del niño y pillarle 200 euros. ¡No piensen mal, que ya se lo repongo en cómodos plazos…!. Miro y remiro y al final me compro un móvil nuevo. Idéntico al que perdí. Así mi mujer no notará la diferencia. Ya me apañaré con los contactos. Tiro la caja y guardo el cargador en el coche. Recuerdo que mi móvil tenía un golpecito en la esquina. Así que lo golpeo levemente para simularlo. ¡Perfecto!. Vuelvo a casa y me siento en el sofá. En estas que aparece mi mujer. ¡Esteban, por cierto, que te cogí el móvil para llamar a mi madre. Lo tienes en el mueble del televisor. Lo puse en silencio porque estabas durmiendo la siesta!. Pero ¿Qué te pasa?. Estás sudando y te has puesto amarillo. A propósito, tu hijo pregunta dónde está su hucha…