miércoles, 13 de abril de 2011

TODOS TENEMOS UN PASADO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 14/4/2011)

Ocurrió en 1984. Por entonces, cumplía con la Patria en un cuartel de la calle Arturo Soria, en Madrid. Haciéndome un hombre, según decían mis mayores y viviendo de lleno la movida madrileña en discotecas como el Rockódromo, el Penta o el Rock-Ola. Lo cierto es que habían pasado cuatro meses y no habíamos pillado cacho con ninguna de las chicas que por entonces lucían marcados y llamativos maquillajes, chaquetas con hombreras gigantes e imposibles peinados verticales. Había quien lo achacaba al característico rapado que lucíamos los militares y que nos confería un halo de “salidos” que olía a leguas.

Pero esa noche era distinta. Carlos, un madrileño que conocimos en el Penta, nos había citado con cuatro chicas punk, con cresta, botas militares y cinturones de pinchos. “Son facilonas”, nos dijo. Decidimos, atendiendo a la ocasión, comprarnos parte de la estética punk. Tinte de colores en el pelo, muñequeras de pinchos y ¡mira por dónde!, las botas ya las teníamos puestas. De camino, en el metro, Carlos nos puso al tanto de los grupos punk, de la jerga y de otros datos para no dar la nota. Antes de acercarnos, nos tomamos un “destornillador” (vodka con naranja, para los que no recuerden) y nos repartimos a las chicas. La alta para Alberto, la tetona para Ángel… La mía, Verónica, tenía una carita angelical. Una muñeca, eso sí, tuneada a lo punk. Presentaciones, ginebras con limón, de dónde sois. Yo de Pamplona, yo de Badalona, yo de Las Palmas y…yo de Jerez. No sé que pasa cuando uno sale de Andalucía, que cuando dices que eres de aquí siempre te piden que cuentes un chiste. En fin que atendí la petición y se oyeron risas... Me tomé dos whiskys. Estaba en mi mejor momento. Era el centro de atención y la noche prometía con Vero. Carlos sugirió acabar la noche en su casa. Sus padres estaban de finde en la Sierra. Palpé el bolsillo. Allí estaba la gomita. ¡La noche que me espera…!. Dos cubatas más, un par de petas que me pasó Alberto, miradas cómplices de los colegas, miraditas de soslayo de las chicas…

¡Y ya no recuerdo más!. Desperté en el catre del cuartel con un dolor de cabeza del quince. Alrededor mis colegas me miraban inquisitorialmente. Les había arruinado la noche. Al parecer la mezcla de ginebra, vodka, whisky y petas había sido un cóctel demasiado fuerte para mí. No entraré en detalles sobre la escatológica escena que provoqué en el piso, según me contaron. Dos semanas sin dirigirme la palabra. Ese fue mi castigo. De Carlos y de las chicas no volvimos a saber nada. De ese día aún guardo una de las muñequeras de pinchos. Y una foto, de cuando mis amigos me perdonaron, en la Puerta del Sol, junto al oso y al madroño. Está colgada junto a este artículo en mi blog. Yo soy uno de los cuatro patéticos, el de la chupa crema-amarilla. Para que os riáis un poco de mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario