miércoles, 11 de marzo de 2015

UNA COPITA...

(Artículo publicado en Viva Jerez el 12.3.2015)

De fino. De oloroso, amontillado, cream o Pedro Ximénez. A partir de las doce del mediodía, como Dios manda. Cuando el Papa de Roma ha bebido y nos da permiso con su bula santificada. Con una tapita de papas aliñás, olivitas, queso, jamoncito del bueno, chicharrones o lo que se encarte. En la Parra Vieja, el Bar Juanito, El Gallo Azul, La Maceta, La Marea, el Bar Corredera o cualquiera de los santuarios que se desparraman por este Jerez nuestro. Una copita para tomar con los amigos, con tu pareja, con la familia o con ese colega que te encuentras por la calle Consistorio y hola que tal estás me alegro de verte bueno y vamos a tomarnos una copita de Tío Pepe que invito yo. Una copita que siempre… siempre es la penúltima, no vaya a ser que… Una copita de Fino La Janda en verano, en invierno o en cualquier época del año, que siempre cae bien y que anima el alma y el espíritu, que diría Shakespeare. Una copita de fino Maestro Sierra acompañada de una buena y animada charla en la que intentaremos arreglar el mundo, a la vez que haremos una completa y argumentada exaltación de la amistad. Una copita de Alfonso con la que empezar una tarde que nunca se sabe cuándo y cómo acabará. 

Vivimos en un lugar privilegiado. En un rinconcito del sur del sur que es único. Un lugar que únicamente añoramos cuando vivimos fuera por trabajo o por familia. Ayer miércoles, sin ir más lejos, a mediodía, la temperatura se acercaba a los 24 grados al sol y todo invitaba a pasear por el centro, entrar en un bar y jefe, tráeme una copita de Tío Mateo bien fresquita y vamos que nos vamos, y dale una pataíta al olivo a ver qué cae. Una copita de oloroso de la Cooperativa, que es más baratito y que está superior. O una copita de palo cortado que te entra por el cuerpo y te sabe a gloria. Una copita de Tío Diego en la Tasca San Pablo o en Las Banderillas… Ya huele a incienso. Y a azahar. Y la primavera y esa Semana Santa tan nuestra se acerca a pasos agigantados invitándonos a esa ceremonia tan jerezana de pasear, mirar el reloj y, al filo de las doce del mediodía, buscar algún bujío donde pedir una copita de Fino La Ina. 

Siempre es hora, en cualquier momento, de dar una vuelta por la calle Larga y hacer una paraíta en La Moderna mientras los Pacheco, con esa sincera sonrisa de oreja a oreja, te traen ese catavino fresquito recién sacado de la nevera, mientras Fernando te mira desde el cielo brindando por el Jerez Industrial. Ole que ole Y pasan los minutos. Y las horas. Y miras al cielo dándole gracias por haber nacido, o por haber caído en este lugar del mundo mientras piensas ¿Se puede pedir más?.     

jueves, 5 de marzo de 2015

EL DESPERTAR DE LOS SENTIDOS

(Artículo publicado en Viva Jerez el 5.3.2015)
Abrió los ojos y miró a su alrededor. Allí estaba ella, en una casa extraña, junto a un hombre que dormía plácidamente y cuyo nombre no recordaba. Sus ojos recorrieron su cuerpo desnudo y en sus labios asomó una tímida sonrisa al recordar los besos y los abrazos, las caricias y los susurros de toda una noche de pasión y desenfreno. Su vello se erizó al revivir esos momentos que se le antojaba mágicos y maravillosos. Y lo más extraño es que se sentía feliz, sin remordimientos. Durante años, la habían educado para ser recatada, para esperar a que ese hombre bueno y de buena familia, que con las mejores intenciones la llevara de blanco al altar. ¡Cuidado con los hombres!, le había advertido su madre. ¡Nada de placeres carnales!, le habían ordenado los curas martilleándole constantemente con el concepto de pecado. Y entre advertencias y órdenes su vida se había limitado a esperar una oportunidad que nunca llegó.

Desde su andén vio transitar trenes que pasaban de largo, pero también vio pasar su vida de un plumazo. Cuidando de su madre, cuidando de su padre, de casa al trabajo. Sus amigas se casaban y casi sin darse cuenta se estaba quedando sola. Había salido con chicos pero al final todo terminaba porque, según decía su madre “los hombres son todos iguales y van a lo que van”. Quería dar el paso, pero eso “no era de mujeres decentes”. Y pasaron los años. Ya no era esa joven lozana que hacía volver la cabeza a los chicos de su barrio.

Cuando ahora se miraba al espejo veía a una persona madura que había envejecido manteniendo su honra intacta. ¡Su honra! ¿Y su vida? ¿Quién se la devolvía? Tenía 56 años y su arroz ya estaba para pegar sobres. Y ahora estaba allí, desnuda, junto a un hombre que le había despertado de un sueño de años. Pensó en todo lo que se había perdido en el camino, en los trenes que nunca cogió, en las noches apasionadas que nunca vivió. Se incorporó lentamente, sin querer despertarlo y se dirigió al cuarto de baño. El espejo le devolvió la imagen de una mujer mayor pero exultante, despeinada pero radiante, henchida de felicidad. Recorrió con la mirada su oscuro y desnudo objeto de deseo despojada ya de cualquier sensación de pecado. Se encontraba preciosa. Cerró sus ojos y recordó al detalle la noche anterior, el cortejo inicial, el nerviosismo posterior, la calidez de sus cuerpos entrelazados, el ímpetu desenfrenado que desconocía poseer y que la había acompañado durante la noche... y el clímax final. Abrió sus ojos y volvió a sonreír. Regresó a la cama y lo miró fijamente. Aún dormía. Recorrió con la vista el cuerpo desnudo del hombre que yacía en esa cama. Se sentía como una colegiala que acababa de descubrir el amor. Acercó los labios a su frente y lo besó. Y volvió a sonreír...