miércoles, 16 de noviembre de 2016

VILLALUENGA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 17.11.2016)

A las cinco todo recogido y para el pueblo, que es viernes y me espera un fin de semana en Villaluenga del Rosario de descanso, lectura, chimenea y paseos por la Ruta del Republicano… Eso es lo que siempre digo pero después la realidad es otra… En fin que les cuento. Llego, y después de aparcar el coche frente a las casas de Antonio el Municipal, a coger los tiestos y subir la cuesta. Empiezo decidido pero a los tres metros ya se ve me la lengua fuera y jadeando. En ese momento, Cristóbal que alzando el bastón me da las buenas tardes mientras me adelanta por la derecha (tiene 91 años). Casi no puedo responderle, asfixiado. Dejo las cosas y para la Alameda. En el camino me encuentro a Jesús y a su mujer Hetepheres. Esteban, que tenemos pendiente la copita de brandy en mi casa. Es cierto, amigo. Te llamo mañana y quedamos. 


Ya en la plaza, coincido con Alfonso Moscoso, el alcalde ¿Una cervecita en lo de Antonio? En fin, hay que hacerle caso a la autoridad. Ya en la barra, Salva “El Españita” que, antes de que el vaso vea fondo, me pone otro. Que no le falte de ná al jerezano ¿Un dominó? Flores y tu contra Ruano y yo; jerezanos contra payoyos. Venga. El pito doble, paso que no llevo, cerrojazo y pierdo. Me toca invitar las tres cañas que pedimos por cabeza. Va haciendo fresquito. Me voy a La Velada. En el camino, Virgilio el hijo de Clotet que me para ¿Copita de Alfonso en el Hotel? No voy a hacerle el feo, así que cuesta arriba para La Posada. En la puerta, Ignacio el farmacéutico ¿Te apuntas? Le digo. Bueno ya me iba, pero en fin, me apunto. Unas risas, Berna trae unos altramuces y pégale una pataíta al olivo. Media hora más tarde, llego a La Velada. Hola Juana, como están los niños. Hola Paco, qué tal la pierna. Ponme una cañita y ese semicurado tuyo que está de lujo. En estas que veo aparecer al doctor Quique Guillén y a Ana ¿Cuándo habéis venido? Hace una hora. Nos quedamos hasta el domingo. Un par de chistes, que tal la semana… Para rematar la faena, entra por la puerta mi amigo Pepe el cocinero, su mujer Concha, Cándido y Manolo “El Venencia”. La empatamos, me digo. De aquí no salgo hasta las tantas. Y efectivamente. Que si otra cervecita, que si unas albóndigas… 


Son las once. ¡Hasta mañana familia! Camino de vuelta y al pasar por lo de Juan y Mara, el de Valladolid que me pega una voz. Esteban ¿Un gin tonic en La Espuela? De perdidos al rio, me digo. Un futbolín, dos copas largas cada uno y a las doce para casita. En ese momento, un mensaje al whatsapp del grupo de jerezanos “Villaluenga de la Frontera”. Es mi colega Mauri ¡Quillo, para mañana barbacoa en Los Alamillos! Vamos todos., Mucha carne, quesito payoyo, cerveza, tintito y vamos que nos vamos! Cristina llevará unas sardinitas que ha comprado en la plaza. No puedes faltar. Compra pan y unos dulces en lo de Pepi y tráete ese whisky que tú tienes, que yo pongo la cocacola. Y pienso ¿Lectura, descanso, senderismo? Al menos me queda la chimenea, que ya va haciendo fresquito…



miércoles, 9 de noviembre de 2016

YO CONFIESO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 10/11/2016)
Si. Lo confieso. Me ha costado mucho, pero al fin me atrevo públicamente a confesarlo. Creo que debo asumir una realidad que, inexorablemente, me persigue sin que pueda hacer nada por evitarlo. Es superior a mis fuerzas. Algo que me supera. Una y otra vez, y casi a hurtadillas, caigo en ese impulso irrefrenable a sabiendas que, a la postre, me producirá desazón y angustia por haber sucumbido a la tentación. Pero no puedo remediarlo. El sentimiento de culpa me persigue antes y después de la ingesta de esos productos. Mi cuerpo y mi mente me dicen que pare, que no es bueno para mi salud, pero el diablillo que habita sobre mi hombro izquierdo me susurra al oído “cómpralos, tómatelos, no seas tonto, para tres cochinos días que vamos a vivir…” 

Los adquiero los fines de semana. Intento que nadie que me vea ¡Qué pensaría la gente si lo supiera! Los introduzco en una bolsita y, escondido en la chaqueta, los llevo a mi casa. Entro sigilosamente y, sin que nadie se percate, los guardo en el rincón más oculto. En un lugar alto, inaccesible para los niños. Cuando nadie me ve, cuando todos duermen plácidamente, cuando la luna oculta con su sombra la luz de mi pecado, me transformo cual Doctor Jekyll en un auténtico Mister Hyde, y comienzo mi ritual. Todo empieza cuando tomo la bolsita y la miro con inusitada exaltación. Todo el cuerpo tiembla pensado en el efecto que se avecina. Con un ritual casi medido me siento en el sofá. Miro a mi alrededor. Pienso en lo que me espera y una sensación de bienestar, de pasmoso regocijo recorre mi cuerpo. Entonces lo abro. El olor que desprende me embriaga. Cierro los ojos y, tras unos segundos, los vuelvo a abrir. Vuelvo a mirar a diestro y siniestro ante la posibilidad de que alguien pueda verme. Y entonces me llevo uno de ellos a la boca. El paladar comienza a sentir múltiples sensaciones. Los muerdo, los saboreo una y otra vez. Son de todos los colores, sabores y texturas. 

Pero tienen algo en común que los hacen irresistibles. Respiro hondamente y vuelvo al festín. Finalmente, veo el fondo de la bolsita. Curiosamente, el último es el que sabe mejor. Me chupo los dedos y vuelve a aparecer el sentimiento de culpa. Pero, que me quiten lo bailao. Mañana comenzaré el régimen… Sí, lo reconozco. Lo confieso públicamente. Tengo una adicción irrefrenable a consumir… ¡Chucherías, golosinas, regalís, gominolas, frutos secos...! No lo hago habitualmente ¡No se vayan a creer! Pero cuando lo hago, la culpa me persigue. Ahora bajo la cabeza y entorno los ojos ante ustedes. No se lo digan a nadie y, por favor, no me lo refieran cuando me vean por la calle. Se me caería la cara de vergüenza. Ahora les dejo. Es jueves, mañana viernes, se acerca el fin de semana y alguien me susurra en el oído izquierdo…