jueves, 28 de junio de 2012

GANAS DE TIO


(Artículo publicado en Viva Jerez el 28.6.2012)
Hoy no voy a trabajar. Me quedo en casa. La nochecita que he pasado. Atiborrándome de nolotiles, voltarenes y pomadas. Me pesan los brazos y tengo agujetas hasta en las pestañas. Estoy hecho un cromo. Y todo por culpa de mi hijo. Mejor dicho… por culpa mía. Fue ayer. Estaba con los amigos, de barbacoa y mi hijo me picó para jugar al fútbol. Estaba hasta la colcha de choricitos a la brasa, filetitos de ternera, pan de campo, chuletitas de cerdo y cerveza, mucha cerveza. ¡Venga papá, juega conmigo!. Y ahí estaba yo, desplegando la técnica adquirida durante años. Un toque seco y el balón ascendió hasta botar en mi rodilla, y de ésta al pie derecho y después al izquierdo, y de ahí a la cabeza. Miré de reojo. Todos se asombraban de mi maestría con el esférico. Mi hijo flipaba. Se incorporó uno de ellos y, en menos de un metro cuadrado, le marqué dos regates que le dejé sentado. Aplausos. 

No cabía en mi cuerpo. Después, un toque con el interior de mi pierna derecha y el balón se coló por la escuadra como un rayo. Más aplausos. Otros amigos más se calentaron y saltaron al campo. Desplegué todas mis habilidades… ¡Durante cinco minutos más!. No podía. Se me salía el corazón por la boca. Tuve que sentarme, abatido. Oí alguna sonrisa burlona a mi espalda. ¿Dónde quedó ese Esteban que jugaba al squash, al tenis, al fútbol?. Aún recordaba esas incursiones por la banda, sorteando jugadores, regates imposibles, rápidos repliegues de vuelta a la defensa. Y allí estaba ahora. Desparramado en la silla. Rendido por la evidencia física. ¡Vamos, papá, juega!. Ni de coña, pensé. Minutos más tarde, me repuse e intenté levantarme. ¡Dios, la espalda, las piernas…!. Parecía que me hubiera atropellado un trolebús. Con esfuerzo acabó el día y cuando llegué a casa caí rendido en la cama. Total, que me he levantado como he podido y arrastrando las babuchas he llegado al baño. 

Y aquí estoy, frente al espejo, mirando el reflejo de un gachó en bata, despeinado, con medias barbas, ojeroso, barriguita cervecera y encorvado por el dolor de espalda. ¡Hay que tener ganas de tío!, pensé. Ahora me vuelvo a la cama. A soñar con cualquier tiempo pasado. Cierro los ojos y sonrío al recordar mi recital de ayer. Sí, fueron solo unos minutos de gloria con el balón, pero aún perduran. ¡Qué toques, qué control!. Aún recuerdo el rostro orgulloso de mi hijo al verme… pero también el choteo de todos. En fin, hoy me apunto a un gimnasio. De esos que tienen piscina, spa y sauna y todas esas cosas modernas. Debo recuperar mi apolínea figura… Bueno, mejor voy mañana, que hoy parece como si me hubieran dado una paliza. ¡Que tiemble Chapín, que en dos meses estoy de vuelta a los terrenos de juego!.

viernes, 22 de junio de 2012

LA OFERTA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 28.6.2012)
“Por la compra de tres cajas de comida para gatos, una gratis y además una bolsa de viaje de regalo ”. Una buena oferta, pensé. Tendría comida para mis mininos para los próximos tres meses y, además, me regalaban una bolsa que, por lo que veía en la foto, tenía muy buena pinta. Al carro con ellas. Seguí la compra y me dispuse a pagar en caja. Era sábado, y el Hiper estaba hasta los topes. Observé una caja con sólo tres personas y corrí presto hacia ella. A esperar tocan, me dije armándome de paciencia. La ley de Murphy hizo el resto, ya saben… el producto al que se le ha caído el código de barras y espere usted a que venga la chica de los patines… que si no se puede leer bien la banda magnética de la tarjeta de crédito y a ver si poniéndole una bolsa podemos arreglarlo… que este paquete de guisantes está abierto y espere que vaya por otro… En fin, lo normal. Tras quince minutos de espera, me llegó el turno. La cajera me fue pasando todos los artículos y me indicó el importe. 

Un flash de duda me pasó por la cabeza y mi vista se dirigió directamente al precio de la comida para los gatos en el ticket. Efectivamente me había cobrado las tres cajas y de la bolsa de viaje, nada de nada. Señorita, la oferta decía que una de las cajitas era de regalo. Lo siento, no tengo constancia. Oiga, que hay un cartel… Un segundo que llamo a mi compañera. Oiga que tengo croquetas congeladas en el carro, y a ver si… Diez minutos hasta que la chica de los patines llegó a la caja, fue a la sección de comida para gatos, volvió y verificó que yo estaba en lo cierto. Después, otra llamada de confirmación a la caja central, rectificación del ticket, y excusas varias por el error. ¿Todo bien, señor?. Bueno, me falta la bolsa de viaje… Lo siento, no tengo constancia. ¡Otra vez no…!. Señorita, que el cartel lo indica claramente. Pues reclámelo en caja central con el ticket. Me dirijo a ella y saco número: el 145… y va aún por el 110. Y las croquetas en el fondo del carro, descongelándose. Todo sea por la bolsa de viaje. Quince minutos más tarde me atiende una sonriente señorita. ¿Qué desea?. Le explico lo de la oferta y la bolsa de viaje de regalo. No tenemos constancia. Un segundo que pregunto a mis jefes. 

Otros quince minutos de espera. Que si es una oferta reciente y aún no nos la han comunicado, que si no sabemos si hay bolsas de regalo… Espere a que la chica de los patines compruebe la oferta en la sección de comida para gatos… Al final, todo aclarado. Apareció la dichosa bolsa y me la entregaron. Cuando la vi no me lo podía creer. Era minúscula, de plástico del malo. En un chino, no pagaría más de un euro por ella. Y allí estaba yo. Camino del coche, con la ridícula bolsa de viaje en la mano y observando en el carro el efecto del agua descongelada de las croquetas en dos de las tres bolsas de comida para los mininos. Suspiré hondo.

miércoles, 13 de junio de 2012

LAS GAFAS


(Artículo publicado en Viva Jerez el 14.6.2012)
La O, la R, la M, la W y la P. ¿Me puede usted leer ahora la línea de letras de la fila inferior?.¿Eh?, estooo, a ver… ¡Sí!, creo que es… la N o la… la… H, o bien es la K, y después… viene, viene la… U ¿o es la V?...  ¡Dios! ni entornando los ojos como un chino con diarrea podía alcanzar a ver con claridad las letras que me señalaba el óptico. ¡Es normal!, me dijo acercándose. Con “su edad” es normal que a usted le cueste ya leer o que le duela la cabeza si pasa horas delante del ordenador. A ver, póngase esto. Y va el tío y me pone sobre la nariz un pesado aparato de medición, con lentes intercambiables como culos de botella. ¿Ve ahora mejor las letras?. Pensé en mentirle para preservar mi honra visual, pero bajando la cabeza y la voz y a regañadientes respondí: Si. ¿Cómo, qué dice?. ¡Que sí, que veo mejor!. Pues bien, resulta que usted tiene algunas dioptrías, pocas, pero “a su edad” las suficientes como para que usted necesite … ¡¡GAFAS!!.

¿Yo?. ¿Gafas yo?. Le miré mal, arqueando las cejas y negando insistentemente con la cabeza. Pero si yo siempre he tenido una vista de lince y jamás de los jamases necesité gafas… ni siquiera para el sol. Si yo únicamente he venido a la óptica para dejar de escuchar a mi mujer que me insistía en que ese dolor de cabeza podía ser de la vista. No me lo podía creer. Yo, con gafas para cerca. Además, ¿A qué venía eso de llamarme constantemente de “usted” y hacer referencia a “mi edad”?. Pero si estoy en la flor de la vida. Estoy hecho un chaval, todos lo dicen… ¿Ha mirado usted bien los resultados del chequeo?. A ver si se ha confundido con algún otro cliente… ¿Por cierto, no hay lentillas para lo mío?. El óptico sonrió y abriendo un armario sacó un par de monturas. Oiga, ¿no tiene unas que no se noten demasiado?. Sí, que no parezca que las llevo, usted me entiende… A ver, pruébese estos dos modelos. Me puse la primera montura. A ver, a ver… ¡Le quedan genial, son perfectas para usted!. Miré la etiqueta con el precio y le dije: ¿perfectas para mí, o para usted?. ¡Qué pasada de precio!. 

En fin, qué le vamos a hacer. Éstas mismas. Me las quedo. Y aquí estoy, frente al ordenador, escribiendo este artículo, con un artefacto llamado gafas apoyado sobre mi nariz que raudamente guardo cuando vienen las visitas. En el trabajo, las llevo en resignado silencio, porque siempre hay algún gracioso que me recuerda que es normal llevarlas por aquello de “mi edad”. Afortunadamente, de vez en cuando, alguna compañera de curro me alegra el oído, diciéndome que estoy mejor con las gafas, añadiendo a continuación eso de que “con ellas pareces un madurito interesante”. Mira por donde, pienso yo. Lo mismo que le dicen a George Clooney y Richard Gere. Y es que quien no se consuela es porque no quiere. Digo yo.

miércoles, 6 de junio de 2012

DE LOS NERVIOS


(Artículo publicado en Viva Jerez el 7/6/2012)
No lo puedo remediar. Me ponen de los nervios esos conductores que creen que en Jerez se paró el reloj hace cincuenta años y que transitan por las calles como si estuvieran a los mandos de un autobús turístico, o bien paran su vehículo en plena calle para bajar la compra del mes mirando con indiferencia la cola de coches que espera impaciente, o que se embelesan mirando el fugaz vuelo de una mosca mientras el semáforo ya hace un rato que se puso en verde. Me ponen de los nervios esos clientes de hipermercados que, a la hora de pagar en la caja, desatendiendo la cola que les contempla, buscan sin prisa el dinero justo de la compra en su monedero o bien la tarjeta de crédito, el carnet del hiper, el DNI y, a continuación, (¿no podían haberlo hecho antes?), comienzan a introducir  sin prisas la compra en las bolsas y, para colmo, preguntan a la cajera sobre los precios que aparecen en la factura. 

Me ponen de los nervios esos funcionarios de ventanilla que, tras una gestión, se ponen a hablar con el cliente del tamaño de la urta que un amigo común pescó la pasada semana en Rota obviando que otros parroquianos esperan impacientes en la cola ser atendidos por un asunto urgente. Me ponen de los nervios esos camareros que pasan veloces una y otra vez cerca de tu mesa sin darse cuenta que llevas media hora levantando y agitando la mano para pedir una mísera cerveza o la cuenta, mientras que otros  clientes de mesas cercanas son atendidos al poco de sentarse. Me ponen de los nervios esos horteras de “bugas” tuneados que, con todas las ventanillas abiertas, nos “regalan” a conductores y viandantes una música estridente con elevadas cotas de graves y agudos, con el volumen lo suficientemente alto para que les haga hablar con su “churri” a voces para, así,  rentabilizar la inversión de su equipo musical. 

Me pone de los nervios la gente que no piensa en los demás y que juegan con su tiempo y su paciencia. Subir las ventanillas del coche para no hacer partícipe a los demás de tu afición a partirte los tímpanos; meter la compra en las bolsas a medida que la cajera las pasa por caja y tener a mano la tarjeta de crédito; dejar la charla sobre la urta del amigo común para otro momento; fijarse en quién llega antes al bar para que al cliente no se le canse la mano de agitarla al viento; pensar que la calle es de todos y que otros conductores circulan por nuestro lado; o hacer en casa y no cuando se conduce un coche la tesis doctoral sobre el fugaz vuelo de la mosca, son detalles que yo, personalmente, agradecería. Todos esos casos me han ocurrido realmente. Seguro que a ustedes también. Igual se encuentran entre esos sujetos que me ponen de los nervios. O igual yo, en algún momento, he sido uno de ellos. Un poco de nuestra parte no vendría nada mal… para apaciguar los nervios.