miércoles, 25 de julio de 2012

LA COMILONA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 26/7/2012)
Dos y media de la madrugada cuando escribo este artículo. Estoy sentado frente a un escritorio fácil de describir porque es el que siempre encontramos en cualquier hotel de cuatro estrellas que se precie. Sobre él, una libretilla en blanco con un bolígrafo que está diciendo méteme en la maleta junto al gel de baño, la esponja limpiazapatos, el peine y los pañuelitos de papel que todos nos llevamos de los hoteles. En fin, que aquí estoy triste, apesadumbrado y con un pesado sentimiento de culpa motivado por la comilona que acabo de zamparme hace unos minutos entre pecho y espalda. Semanas de cenas espartanas, danacoles para librarse del colesterol malo, productos light, leche desnatada, ensaladas con todos sus avíos, tres litros de agua diarios y cervezas ni olerlas… para esto (mientras digo esto último, observo con desagrado la barriguita prominente que de la noche a la mañana ha aflorado en mi apolínea figura). 

Todo por la maldita tentación. Por ese diablillo que, situado a la izquierda de mi hombro, me susurraba al oído que esa barbacoa llevaba mi nombre. Debería haberle hecho caso al angelito que, a mi derecha, me alertaba de los efectos de ingerir esos grasientos productos del demonio. Pero no. Sucumbí y me puse como el quico. Jamoncito, queso bien curado, aceitunitas de las gordas, langostinos tigre y paté de cabracho con dos jarras de cerveza hasta arriba… como entrantes. Después, presa y secreto ibérico, longanizas interminables, choricitos criollos y morcillitas de Burgos, regado todo con un excelente vino de la Denominación Utiel-Requena (no sé si les dije que este pasado fin de semana me he venido de visita a esta comarca vitivinícola valenciana). De postre, mouse de chocolate, chupito de hierbas y dos cubatitas de ron con cola con unos cacahuetes acaramelados y unas palomitas de maíz que terminaron de hincharme como un globo. Un homenaje por derecho. Una comilona “de categoría”, como diría mi amigo Nacho Sacaluga. Pero lo malo ¡qué digo lo malo, lo peor! estaba por venir. 

Era la una de la madrugada cuando me levanté del restaurante y entonces lo noté. ¿Quién me ha atado a la silla?, pensé. Casi no podía levantarme de lo lleno que estaba. Pagué y me dirigí al hotel despacio, con un puntito… digamos que gracioso. Ya por entonces comenzaba a notar un desagradable sentimiento de culpa por el crimen culinario perpetrado en mi organismo en las últimas horas y que se hacía patente en la pesadez de estómago que aún perdura. Pensé que con una buena dormilona se pasaría todo, pero no. Tras cientos de vueltas en la cama me levanté sudando como un pato y aquí estoy. Frente al ordenador. Pensando en que la realidad supera, la mayor parte de las veces, cualquiera de las inspiraciones a las que acudo para escribir artículos como éste. En fin, son las tres y media y me acuesto. Mañana… será otro día. Un saludo hasta septiembre para los cinco lectores de Viva Jerez que aún me quedan (contando a mi padre y a mis titos Pedro, Emilio y Desi). ¿Es usted el quinto? Gracias, amigo.

miércoles, 18 de julio de 2012

DAR CERA, PULIR CERA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 19/7/2012)
Hoy he despertado con energía. A las 9 (¡ojo, aun estando de vacaciones aquí en Valencia!), me he dicho: “hoy voy a aprovechar el tiempo”. He desayunado pan con aceite, su buen tazón de café con leche y zumo natural de naranja. Después… bueno, después lo que hago siempre a esa hora y que es consecuencia del desayuno. En fin, al grano. Lo primero, lavar el coche. A mano, por derecho, nada de máquinas automáticas. Tres bayetas, un bote de Fairy, una palangana, esponja, manguera y vamos que nos vamos. En bañador, con el torso desnudo (mostrando la vacacional barriguita cervecera) y en chanclas comencé el fregoteo. Lo primero, quitar la frasecita que algún gracioso escribió en el parabrisas trasero “Lávalo, guarro, que no encoge”. Después, enérgicos vaivenes con la esponja que hacían bueno el anuncio del Fairy de que con una gotita… ¡Jo, cuánta espuma, casi no se ve el coche! Para enjuagar, nada mejor que una manguera con difusor tipo pistola. En plan John Wayne, disparando agua a diestro y siniestro, el coche apareció de nuevo. Después, bayeta al canto y a secar para, a continuación, encerado profesional (así lo dice el bote que compré en el Carrefour). 

Y ahí estaba yo, en plan Karate Kid “dar cera, pulir cera”. Después, aguantar el choteo de mi cuñado: “cuando acabes ahí está mi coche…”, “no sabía que el color de tu Laguna era ese…”.  Para acabar, los cristales, por fuera y por dentro. De lujo, oigan. Quince minutos y mi coche parecía otro. Ahora por dentro. El sol, a esa hora, calentaba de lo lindo. Y dentro era un horno. Abrí las ventanillas. Limpiasalpicaderos, limpiamoquetas y al lío. Al retirar las esterillas hallé un cromo de Zidane del Mundial 2006; treinta céntimos en monedas de uno, dos y cinco; dos bolígrafos; varias cáscaras de pipas de calabaza; y un caramelo de limón de la Caja de Ahorros de Jerez. Sudando como un pato salí del coche y situándome a varios metros miré mi obra. Había merecido la pena. Ya era mediodía y el papa había dado bula para beber. Así que, cervecita fresquita, quesito, papas fritas, aceitunitas con anchoas y esto no será ná. 

Ya iba por mi segundo zumo de cebada cuando oí un trueno sospechoso. No podía ser. No había casi nubes en el cielo. En ese momento recordé que, aquí en Valencia, llueve en verano cuando menos te lo esperas. Un brusco contraste de las temperaturas y, en un pis pas, lluvia torrencial y después vuelve a salir el sol… Y así fue. Un mes sin caer una gota y ahora, como un pasmarote, cerveza en una mano y un papa frita en la otra, vi como comenzaba a llover como si nunca hubiese llovido. Cinco minutos con cara de tonto. Cuando escampó, el coche evidenciaba los efectos de una lluvia que había arrastrado toda la arenilla que flotaba en el ambiente. Casi toda fue a parar a mi Laguna. Menos mal, pensé, que por dentro seguirá limpio. ¿O no? ¿Cerré las ventanillas? Diooossss.

miércoles, 11 de julio de 2012

LA CALOR


(Artículo publicado en Viva Jerez el 12/7/2012)
Las dos y media de la madrugada. Llevo una hora dando vueltas en la cama, empapado en sudor y sin visos de conciliar el sueño. La temperatura y la humedad del ambiente, a esta hora, aquí en Valencia (donde paso las vacaciones), son muy altas. Vuelvo a encender el aire acondicionado consciente de que, en pocos minutos volveré a apagarlo. Y es que, pese a mis intentos, aún no he conseguido dar con la tecla del mando a distancia que evite o morirme de frío o sudar como un pato. ¿A cómo lo pongo, a 26, 28, 30 grados?. Nada. O frío o calor, no hay término medio. En fin. Me levanto al cuarto de baño y después me vuelvo a acostar. Pienso en las medidas que va a anunciar Rajoy mañana (ayer para el lector), en el ERE que ERE, en si Perico habrá ido a casa a regar mis plantas. Miro el reloj. Las tres y diez. A ver si comiendo me entra sueño. Bajo a la cocina. A ver qué hay en la nevera… Leche con magdalenas. Me atiborro y vuelvo a subir. Otra vez al sobre, pero sin atisbo de sueño. 


Cuando parecía que llegaba Morfeo el zumbido de un mosquito que rachea por mi oreja me pone en alerta. Me levanto y salgo de la habitación no sin antes descargar el bote de insecticida. ¡Que te jo… mosquito! A ver qué hay en la tele. Quirománticos, concursos telefónicos que nadie acierta, chats eróticos… Pongo el canal 24 horas a ver si con las noticias económicas me entra sueño. Nada. Vuelvo a subir. Las cuatro y media. La habitación es un invernadero. ¡Qué calor! Vuelvo a poner el aire y me quito la camiseta. A ver si ahora duermo algo. Cierro los ojos. Le doy vueltas al concierto del viernes de Julio Iglesias en Denia. ¿Y si me decido de una vez? La entrada más cara sube de los 200 euros. Ni de coña. En el gallinero cuesta 35. Sí, sé lo que piensan, pero reconozco que entre mis aficiones musicales se encuentra mi Julio. ¡No quiero comentarios jocosos en mi blog!, ¿eh? Vuelvo a abrir los ojos. Como platos. 

Cojo el móvil y abro twitter. Leo en La Información que se crea un festival de cine en Internet con vídeos de gatitos. Temazo. El presidente de ATA, el jerezano Lorenzo Amor, escribe: “Los hombres que construyen la sociedad son responsables de sí mismos”. Preciozo. Y en Muy Interesante leo: “Las personas que nacen en verano son más altas”. Abro Facebook. Mi amiga Pepa Pacheco anuncia que va a ser tita, mi colega Desi publica una foto de su hijo al volante de un kart, y mi hermano Perico sigue anclado en la orquesta del Titanic. En mi mail, nada nuevo. Las 5 y cuarto. La almohada está empapada y hecha un gurruño de la paliza que le llevo dando toda la noche. Siento frío. Vuelvo a apagar el aire. Cierro los ojos y pienso en el artículo de hoy. Ya está. Tomo notas para el artículo que ahora están leyendo. Y entonces… me duermo. Ante esto último tengo dos teorías: la primera que me pudo el sueño. Y la segunda que el artículo de hoy es… para dormirse. Así que juzguen ustedes. Si es que aún están ahí y no han pegado una cabezada… ¿Hay alguien ahí?. ¡Holaaa!.

viernes, 6 de julio de 2012

BLANCO Y EN BOTELLA


(Artículo publicado en Viva Jerez el 5/7/2012)
Volví sobre mis pasos. Escruté cada rincón por donde antes había pasado, pero nada. Repetí cada movimiento a la inversa, pero ni rastro del móvil. Recordaba que lo había cogido y me lo había colocado en el bolsillo trasero del pantalón, pero ahí no estaba. Llegué a casa y le pedí a mi mujer su móvil. Marqué mi número. Sonaba. Buena señal, me dije. Volví a recorrer el camino agudizando el oído a la espera de oír el tono, pero nada. Además, recordé que lo había dejado en silencio cuando me fui a dormir la siesta… y no lo cambié. El más difícil todavía, pensé. Perder un móvil, en los tiempos que corren, es todo un drama. Además de los contactos, están las aplicaciones bajadas, las notas tomadas, los datos personales, hay que darlo de baja… Además del precio del teléfono, que no es moco de pavo. Un Iphone, con todos sus avíos. Ahí es nada. 

En fin, que proseguí con la búsqueda mientras seguía llamando a ver si por lo menos algún parroquiano lo había encontrado y respondía… Pero nada, ni rastro. Casi lo daba por perdido cuando observé a un chico, de unos 20 años, con un Iphone como el mío en su mano derecha, con una funda negra como la mía y enseguida lo guardó en su bolsillo cuando se percató de mi presencia. Miró a un lado y al otro. Eran las 5 de la tarde y con el calor la calle estaba vacía. De repente comenzó a andar rápido mirando hacia atrás como con miedo. Blanco, y en botella, pensé. Volví a llamar. Probablemente estuviera  vibrando en su bolsillo, pero no advertí nada extraño en su comportamiento. Al fin, me atreví, salí corriendo y lo agarré del hombro. -¿Qué pasa?, me dijo nervioso. -¿Qué de qué?, le dije, amenazante. -Creo que tienes algo mío. El chico se encogió de hombros. -Dame el móvil de una vez y acabemos con esto. ¿Perdón?, -¡El móvil, dámelo o te enteras!, le dije mientras alzaba mi mano derecha amenazante. No sé de lo que me habla, dijo. El chico, en un descuido mío, salió corriendo. Salí detrás, pero era más joven y corría como un galgo. -¡Como te coja, te enteras, ven aquí, dame el móvil!. 

En ese momento, vi a lo lejos un coche del 092. Alcé mis manos y pararon. Les expliqué lo que estaba pasando. -¿Seguro que su móvil es el del chico?. -¡Seguro, seguro. Es mío!. Blanco y en botella, leche. ¡Entonces debe ser una casualidad que una señora nos acabe de entregar este Iphone que se ha encontrado en el suelo, a unos metros de aquí…! Y me enseñó el que identifiqué como el mío. Llamé y enseguida vibró y se encendió alertando de una llamada de mi mujer. Tierra trágame, pensé. No me salía ninguna explicación coherente a mi metedura de pata. Finalmente me entregaron el móvil y me fui a casa. De camino volví a ver al chico y al llamarlo para pedirle disculpas salió corriendo como alma que lleva el diablo pidiendo socorro a gritos. Tragué saliva. Y es que, a veces, si es de color blanco y está en una botella, igual no es leche… Digo yo.