miércoles, 28 de octubre de 2015

¡VIVA LA CARNE!

(Artículo publicado el 29.10.2015 en Viva Jerez)

Esa barbacoa de los domingos a mediodía con sus chuletitas de cordero, su secreto, su presa y sus costillitas de cerdo, los choricitos criollos, la panceta, las salchichas y las hamburguesas para los niños. Esos bocadillos de salchichón, de chorizo, de mortadela con aceitunas o de jamón ibérico debajo de una sombrilla en la playa, con su tintito con casera. Esos chicharrones, crujientes y sabrosos de la carnicería de Manolo que te los llevas en su papel de estraza y que no llegan a casa porque das buena cuenta de ellos por el camino. Esas tostás del desayuno con su buena manteca colorá, o con su foei gras de La Piara o su buen lomo metío en manteca con ese café con leche que te quema los dedos. Esa pringá del puchero con su tocinito, su morcillita, sus papas grandes, sus garbanzos y mucho pan de la Venta Las Cuevas para mojar, mientras se te caen dos lagrimones diciendo qué bueno está esto por Dios bendito. 

Y ahora nos viene la Organización Mundial de la Salud con un informe, vaya usted a saber de dónde lo han sacado, que dice que la carne es perjudicial, cancerígena y no sé cuántas cosas más. O sea, que si les hacemos caso, a partir de ahora a tomar verduritas (eso sí, ecológicas, no vaya a ser que estén contaminadas por pesticidas o cosas así y la palmemos por tomarnos una lechuga); a comer pescado (pero con mucho cuidado no vaya a ser que tenga el anisakis ese que se nos mete en el cuerpo y… al otro barrio antes de decir esta boca es mía); y a beber sólo agua (pero ojo, embotellada que la del grifo puede tener bacterias  que son “mu malas”). A ver si nos enteramos, o mejor dicho, a ver si se enteran de una vez en la organización esa de la salud. Toda comida, en exceso es malo. Eso ya lo sabíamos. Dos o tres copitas de Tío Diego, de lujo, pero dos botellas en una tacada… te pillas una que ni te digo. Un cartuchito de castañas está genial, pero un kilo y medio en una sentada, te puede entrar de todo. Una Carmela de los hermanos Perea sienta bien a cualquiera (siempre que no tenga azúcar), pero una docena para merendar te empachas para tres días seguidos. Y una barbacoa de carne los domingos, sienta de maravilla a todo hijo de vecino. 

Lo malo sería hacer una barbacoa diaria, que únicamente sería bueno… para el colesterol malo. Un cuarto de chicharrones con tu parienta cuando se encarte es para dar gracias a Dios por crear al cerdo, pero ir a la carnicería de Manolo todos los días para llevarse el cartuchito es vicio, y además una bomba para las arterias. En fin, que ustedes me entienden. Que la carne forma parte de nuestra cultura más cotidiana. Y que asustarnos con que viene en lobo me suena más a intereses económicos de las grandes compañías que a estudios rigurosos sobre los efectos en las personas de un buen plato de jamón con sus picos, sus olivitas y su Tío Pepe fresquito ¿Se puede pedir más?

jueves, 15 de octubre de 2015

LA NOTICIA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 15/10/2015)
Se lo dijo de sopetón, mirándolo a la cara, sin contemplaciones, sin apenas mostrar sentimiento. Tragó saliva y un sudor frío recorrió su cuerpo. Se quedó inmóvil, mirándolo fijamente, sin hablar, sin creerse aún lo que acababa de escuchar. En su rostro asomó una sonrisa, máscara de una angustia intensa. Ni siquiera pidió que le repitiera la noticia. Él, en su interior, lo sabía. Su cuerpo le había dado suficientes señales en estos últimos meses, aunque él no quería o quizá no deseaba descifrarlas. Salió con las pruebas bajo el brazo y con el alma desconcertada. Miró su coche aparcado, pero no se dirigió a él. Quería andar, pensar, digerir caminando la noticia que acababa de recibir. Pero no reaccionaba. Y además -menuda paradoja- sabía porqué. Pensó que era consciente de que aún no era consciente de la situación. Veía sin mirar, caminaba sin rumbo fijo, con tristeza en los ojos. Quería llorar, gritar, soltar lo que llevaba dentro, pero pensó que tal vez ocurría como cuando muere alguien cercano, que se activa un mecanismo de defensa que impide la aceptación de lo ocurrido. Pasó horas deambulando por las calles. Jerez se le hacía cada vez más pequeño. Se ahogaba entre sus edificios, entre sus calles y plazas. Esas que antes miraba con pasión imaginando épocas pasadas. De repente, casi sin darse cuenta, se encontró frente a su casa. Miró el edificio e imaginó a sus hijos a punto de irse a la cama, a su mujer preparando la cena, el esperado partido del siglo en el televisor de plasma. Pensó en esa rutina a la que antes no daba valor pero que ahora se le presentaba tan  maravillosa que, por sí sola, daba sentido a toda su vida.

Cerró los ojos y en su cabeza volvieron a resonar hirientes las palabras del médico: “Un año. Año y medio quizás. Lo siento”. No podía ser. Era demasiado joven y la vida demasiado maravillosa como para bajarse en marcha. Cuántas veces dijo hasta aquí hemos llegado. Cuántas abjuró del absurdo vicio. Cuántas mañanas se prometió que ese día era el último. Desde los 15 fumando sin parar, una cajetilla tras otra, un cigarro tras otro y ahora, 30 años después, la puta nicotina dejaba asomar su faz más horrenda. Unos pulmones destrozados. Un cuerpo para el arrastre. Y allí estaba frente a su casa. A punto de dar la peor noticia que se le puede dar a una familia. Y entonces reaccionó. Inspiró hondo, sacó fuerzas de flaqueza y dando un puñetazo al aire se prometió luchar, pelear. Qué coño ¿Rendirse? 

De eso nada. Tengo que dar la cara, enfrentarme a la enfermedad. Subió los escalones de dos en dos y entró en casa. Habló con su familia que le ofreció su apoyo. Se sentó en su sillón preferido, abrió una lata de cerveza y se dispuso a ver el partido del siglo mientras saboreaba esa rutina maravillosa, ese día a día que a veces no valoramos... quizá porque no nos falta…
 

(Dedicado a un buen amigo que le sigue echando huevos a la vida).