jueves, 24 de mayo de 2012

EL CHIVATO



(Artículo publicado en Viva Jerez el 24.05.2012)
Jerez. Sábado de Feria. A la altura del Hospital. Cuatro en punto de la tarde. 32 grados de temperatura en el exterior y 8 grados más en el interior de mi vehículo. Yo, camino de la Feria, corbata, chaqueta y flor en la solapa y escuchando un CD de María del Monte, cuando me encuentro con un atasco. Las obras de ensanche que se realizan en esta vía habían obligado a parar el tráfico unos minutos para la descarga de material pesado. Además, para mas inri, mi móvil estaba sin batería y aún no había llevado el coche a que le miraran la avería del aire acondicionado. Habían pasado quince minutos y mi nerviosismo subía enteros. Sudaba. Me quité la chaqueta y aligeré la corbata de mi cuello. Miraba impaciente el reloj cuando, sin darme cuenta, giré la cabeza hacia la derecha y entonces lo vi... ¡Ahí estaba él!. Bien trajeado, en su BMW blanco con aire acondicionado y luciendo sonrisa profidén. El “individuo" portaba en su mano derecha un móvil que parecía alejarle de aquella agobiante situación y ligeramente inclinado hacia atrás hablaba despreocupadamente, alisándose el pelo con la mano que tenía libre y sonreía, sonreía, sonreía...Mi rostro se tornaba cada vez más estúpido mientras lo observaba con la boca entreabierta y el gesto paralizado por el asombro. 

Eran las dos caras de la moneda: Yo, sudoroso, incomunicado, camisa remangada, agobiado... y él, sonriente, enchaquetado, engominado, parecía no haberse percatado del atasco. Fue un instante. El "individuo" giró su mirada hacia mi coche. Con los ojos entornados recorrió mi vehículo y después me dirigió una pasada visual acompañada de una sonrisa de indiferencia y superioridad. Parecía reírse de mi situación. ¡No aguantaba más!. A punto estuve de salir del coche y hacerle tragar el móvil. Afortunadamente, sonó un claxon que me devolvió a la realidad y vi que el atasco remitía. Pisé el acelerador y lo adelanté, no sin antes volver a observar cómo me dirigía esa sonrisilla de indiferencia una vez más mientras arrancaba su vehículo. 

A unos 100 metros, frené en seco ante uno de los agentes que restablecían el tráfico. En un ejercicio de civismo (y, porqué no decirlo, de envidiosa venganza) advertí al agente que el conductor del BMW que venía detrás estaba hablando por el móvil mientras conducía. ¡Si. Lo sabía!. Me había convertido en un chivato. El agente miró y comprobó mi denuncia con una sonrisa. Con gesto inquisidor alzó su mano abierta e hizo sonar su silbato mientras yo hacía mutis por la circunvalación. No sé que ocurrió después. Solo pude ver, por mi retrovisor, la mirada atónita del "individuo" que no comprendía la causa de esa parada. Apreté el acelerador. La circulación estaba restablecida. Ya no me importaba el calor, ni el agobio del atasco. Sonreí, subí el volumen del CD y ajusté la corbata. ¡Sí, era un chivato, pero... me sentía tan bien...!.

miércoles, 16 de mayo de 2012

DON CRISTOBAL


Pabellón de Marinos Ilustres (San Fernando)

(Artículo publicado en Viva Jerez el 17/5/2012)
Di un respingo. Se me heló la sangre y empecé a sudar pese a que era de madrugada y la temperatura no subía de los 6 grados. La voz era inconfundible. Alguien me había llamado por mi nombre en el interior de ese Panteón. Y allí no había nadie, al menos, nadie vivo… Fue en febrero de 1985. Cumplía servicio militar en San Fernando, como cabo segunda, en la Escuela de Suboficiales de la Marina. Esa noche hice mi primera guardia pernocta en el Panteón de Marinos Ilustres. Un impresionante edificio de estilo neoclásico que alberga los restos de, entre otros, Fernando de Magallanes, Alonso Pinzón, Durán González, Juan de la Cosa, Alcalá Galiano y otros héroes de la batalla de Trafalgar… Casi un centenar de enterramientos que si durante el día impresionan, en la noche, en silencio, con una luz tenue que deja ver sombras imposibles, acongojan. 

Y allí estaba yo. Bajé el Cetme del hombro y lo agarré con fuerza. Por un momento pensé que se trataba de una mala jugada por el sueño que a esa hora empezaba a notarse tras una dura jornada de instrucción. Pero la voz reapareció. Era casi imperceptible, susurrante, pero clara. “Estebaaan….”  Provenía de la tumba donde se supone que están los restos de Cristóbal Colon (ya saben que hay debates a cerca del lugar donde está enterrado, pero esa… es otra historia). En fin, que atendiendo a mi deber pedí en voz alta el santo y seña. Mi voz resonó con fuerza en el interior de ese templo. Tiritaba de miedo y frío. Tenía seca la garganta. Mis manos sostenían con fuerza el Cetme mientras mi dedo temblaba mientras rozaba el gatillo. Por fortuna, no había quitado el seguro. Tragué saliva. ¿Y si Colon me quería decir algo?. ¿Y si Don Cristóbal me había elegido a mí para que transmitiera al mundo un mensaje sobre su vida o sus conquistas?. ¡Cielos, qué responsabilidad!. Me acerqué despacio mientras pisaba con mis férreas botas militares las lápidas de héroes de la marina española. Estaba ya a 5 metros. “Santo y seña”, repetí. Nada. 

Respiré hondo. Me armé de valor y… ¡Salí corriendo!. Sí, me asusté y salí del templo como alma que lleva el diablo. Justo en la puerta… el sargento de guardia. ¡A sus órdenes, mi sargento!. ¿Qué le pasa, cabo?. Bueno, no sé por donde empezar. ¿No será que Colón le ha llamado por su nombre?. Lo miré pasmado. ¿Cómo lo sabía?. ¿O es que era costumbre que Don Cristóbal llamara por su nombre a todos los que hacía guardia en el Panteón?. De repente, observé una ligera sonrisa en su rostro. Y adiviné lo que pasaba. Sí. Era la novatada al pringado de turno. Y ese… era yo. Volví la cabeza y de detrás de la tumba aparecieron otros dos cabos llorando… de la risa. Parecía Alfredo Landa en “Cateto a Babor”. Creo que es la primera vez que lo cuento. La vergüenza que pasé, supongo. Han pasado años, si, pero aún recuerdo las risas y el choteo del Cabo Maldonado diciéndome al oído… Esteban, Estebaaann, soy Don Cristóbal... 

miércoles, 2 de mayo de 2012

ESOS CUMPLEAÑOS


(Artículo publicado en Viva Jerez el 2/5/2012)
Aún recuerdo cuando cumplí 10 años. Mis abuelos a un lado, cuatro primos y dos titos a otro y en frente mis padres. Yo en el centro, junto a una gran tarta con diez velitas que apagué emocionado mientras mi padre me hacía una foto. Aplausos y todos a cantar el “feliz, feliz en tu día” de Gaby, Fofó y Miliqui. Sobre la mesa, para los niños, Mirinda y chocolate con galletas María; para los mayores, una botella de Soberano y otra de Anís del Mono. Unos Juegos Reunidos Geyper, un estuche de rotuladores carioca y un balón de reglamento fueron mis regalos. Ese rito se repetía en mi casa cada dos de noviembre, con los mismos protagonistas (supongo que también en las casas de los que hoy peinan alguna cana). 

Pero hoy, las cosas han cambiado. Desde los cinco años, mi hijo y sus amigos del colegio celebran los cumpleaños en locales con castillos hinchables, camas elásticas, animadoras infantiles, pistolas láser…además de la tarta y los sandwichs. Ya no hay Soberano, ni Anís del Mono, ni chocolate con galletas, ni abuelitos, titos o primos. Y los padres nos limitamos a recibir a los otros padres y esperar dos horas para abrir la cartera y pagar el festejo. ¡Que esa es otra!. El último cumpleaños de mi hijo fue un peregrinar por una decena de locales en busca de un buen precio y ninguno bajaba de los 12 euros por barba. El mínimo que te piden es 10 niños, por lo que la fiesta, en el mejor de los casos, sale 120 euros. A esto sumamos el café y copas que invitas a los padres que se quedan las dos horas, las invitaciones y el regalo que le haces a tu hijo, que rara vez baja de los 30 euros. Sumados, los 60 euros nadie te los quita. Ya estamos en 180. Pero aquí no acaba todo. Esos mismos amiguitos invitarán a tu hijo a sus cumpleaños en locales parecidos, con lo cual debes contar con un mínimo de 10 regalos al año que, a una media de 15 euros, te sale 150. Ya estamos en  los 330 euros, siempre, repito, en el mejor de los casos. Porque en el peor, como te coja en época de primeras comuniones… No hay cartera que lo soporte. 

Y no hagas la fiesta en casa. Yo la celebré un día y se acabó. ¿Se imaginan a diez niños, dos horas, con los vasos de cocacola gritando por los pasillos, corriendo de la cocina al cuarto de tu hijo y de éste al sofá del salón para jugar a la Play, mientras dos navegan por Twenti y otro bate records en la PSP?. Y todos gritando, sin hacerte caso. Desquiciante, oigan. Ese día se me ocurrió invitar a los abuelitos. Los encontré una hora más tarde asustados en un rincón del salón, farfullando que cualquier tiempo pasado fue mejor, mientras en la tele observaban el realismo extremo de un guerrillero que mataba enemigos bajo los gritos animosos de un grupo de zagales entre los que se encontraba su propio nieto que, por cierto, ni siquiera se había enterado que estaban allí, en un rincón, con su copa de Soberano y junto a una caja abierta de los Juegos Reunidos Geyper que mi hijo había mirado con indiferencia preguntando si se podía jugar en red mientras buscaba en el lateral de la caja dónde tenía la conexión usb.