miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL PESTAZO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 24/11/2011)

Era una chica alta, morena, de ojos color miel y sonrisa cautivadora. Cada día intentaba sentarme cerca de ella en un intento de que se fijara en mí. Un día, en la biblioteca de la Facultad, se sentó a mi lado, abrió un libro y comenzó a tomar apuntes. Y me lancé. Hablamos del curso, de los exámenes. Acabamos en el bar tomando café. Quedamos en vernos al día siguiente, y así estuvimos tres semanas. Hasta que volví a lanzarme y le pedí una cita. El sábado, le dije, te recojo a las ocho en tu casa.

Lo preparé todo. Elegí el restaurante, el lugar de copas y me compré una camisa. Lavé mi Seat Ritmo e incluso le compré esterillas nuevas. Todo debía resultar perfecto. Y llegó el día. Salí quince minutos antes de casa para no llegar tarde. Abrí la puerta del coche y… ¡Ahhh!. Una bofetada de olor nauseabundo penetró en mi nariz y me llegó hasta lo más hondo. ¡Qué peste, por Dios!. Todo el coche olía a podrido. Y entonces caí. La tarde anterior había dejado la bolsa de basura en el maletero con la idea de tirarla al contenedor… Y allí continuaba. Además, y pese a ser octubre, la mañana había sido calurosa y aquello se había recalentado, incluso hervido a pleno sol. Miré el reloj. Quedaban quince minutos para recogerla. Saqué la bolsa, que por cierto estaba agujereada y chorreaba un extraño líquido pastoso, abrí las ventanillas y accioné el ventilador del coche. Ni por esas. Volví a casa en busca de un ambientador. Pero la mezcla de olor a pino con el de cáscaras de plátano, espaguetis y las sobras de las sardinas era aún peor. Faltaban cinco minutos y arranqué. A ver si a gran velocidad y con las ventanillas abiertas se iba el olor. Nada. Noté que la gente me miraba con asco cuando me paraba en los semáforos. Llegué quince minutos tarde. Allí estaba. Preciosa, radiante. Y yo, sudando, con el pelo revuelto de la ventolera que había entrado en el coche con las ventanillas abiertas y con cara de circunstancias. ¿Qué te pasa?. Me dijo. No hizo falta responderle. Sus ojos abiertos y su cara de asco lo decían todo. Pese a todo, entró. Me justifiqué diciéndole que si antes olía peor, que si el Ayuntamiento había puesto el contenedor muy lejos de casa y… No habló.

En el restaurante el camarero nos sirvió con gesto constreñido, como aguantando la respiración, mientras los clientes olisqueaban girando la cabeza en busca del foco del mal olor. Ella, con la cabeza gacha, se limitó a hablar poco y responder con monosílabos. Un sospechoso dolor de cabeza fue la excusa para marcharse antes del postre. ¿Te llevo?. ¡No!, dijo ella. Mejor cojo un taxi. Tardé dos semanas en ir a la Facultad de la vergüenza que tenía. Un hola y adiós fue lo único que conseguí de la chica de los ojos color miel. Eso y una fama de guarro que me duró todo el curso.

jueves, 17 de noviembre de 2011

AJO, BERZA Y CHICHARRONES

(Artículo publicado en Viva Jerez el 17/11/2011)

Es la guerra. La guerra a la grasa, a los dulces, a los chicharrones y a la berza. La moda es estar delgado, a veces extremadamente delgado, para cumplir los cánones que nos impone la televisión, el papel cuché o la cadena de grandes almacenes tal o cual. Están demostradas las ventajas de mantener una dieta sana, equilibrada, mediterránea donde no falte el ejercicio físico y en la que no se abuse de nada. Pero de ahí a pensar que la belleza está en chicos o chicas que no se les ve cuando se ponen de perfil, que te recuerdan a los niños de Biafra y te dan ganas de darle 2 euros para que coman algo sólido, pues ¿Qué quieren que les diga? Va un abismo. En la retina de todos están esas chicas de la pasarela Cibeles, que afortunadamente ya no desfilan pero que nos asombraban por estar casi esqueléticas.

A esas las invitaba a un potaje de garbanzos, de esos que hace mi tía Charo, con su pringá, mucho tocino, morcilla y choricito, su pan de la Venta Las Cuevas y vamos que nos vamos que esto no será ná. Todo ello aderezado con un par de jarras de mosto de Trebujena, unas olivitas y un platito de rábanos de los que pican y de postre un buen trozo de tarta de chocolate con galletas María de las grandes impregnadas en crema. Después una buena siesta, de dos horas, con pijama, móvil apagado y salivilla cayendo por la comisura de los labios… y, les aseguro que una semana, no las reconocerían ni la madre que las... trajo al mundo. En el otro extremo están los obesos, los gordos. Esos que no pueden parar de comer o bien que el metabolismo les ha jugado una mala pasada y, además, creen que ya no hay vuelta atrás. Comen a todas horas, sin medida, para después sentirse culpables del crimen cometido y hacer un examen de conciencia para un futuro, al final, nunca se cumple. Son esos que siempre se engañan a sí mismos diciendo que, para primeros de año -esta vez sí- empiezo la dieta y voy al gimnasio y adelgazo... Está claro que tampoco es ese el camino ya que la salud después se resiente. Ahora que se acerca la Navidad, que la tentación nos acecha en cada mesa, y que las fiestas vienen cargadas de polvorones, pestiños, mantecados y roscos de vino, les sugiero moderación alternando los excesos con los rigores de nuestra dieta mediterránea.

Y si quieren ir con la familia este domingo a una venta a tomar una buena berza, unos chicharrones o un ajo caliente... ¡Adelante!. No se priven, que la vida son cuatro días y uno lo pasamos durmiendo. Eso sí, al día siguiente para almorzar se meten entre pecho y espalda una ensalada con todos sus avíos, dos vasos de agua, un par de mandarinas de postre y después una buena caminata por la Ronda del Colesterol hasta que suden la grasa de los chicharrones y la berza… Yo, por mi parte, mañana me voy a una viña con mis colegas a tomar mosto. Y el lunes, al gimnasio. Ya saben… una de cal y otra…

miércoles, 9 de noviembre de 2011

JALOWIN

(Artículo publicado en Viva Jerez el 10/11/2011)

Noche del 31 de octubre pasado. Vuelvo del trabajo y, en el camino a casa, observo atónito a varios grupos de chicas y chicos disfrazados de brujas, momias, de muertos vivientes vertiendo sangre por la boca... ¡Qué mal rollo, por Dios!. Es Jalowin (me niego a escribirlo en inglés, ¡ea!). Se trata ésta de una más de tantas otras fiestas “importadas” de fuera y que algunos, con gran éxito por cierto, decidieron algún día introducir con calzador como si fuera la más antigua de nuestras tradiciones. Porque estoy seguro que muchos de esos padres que visten a sus hijos de tal guisa desconocen el sentido de esa fiesta anglosajona. Ni que decir tiene que ni los críos saben porqué van así, y que muchos lo confunden con el Carnaval.

Permítanme bucear en la historia. El origen se produce con la conversión de los pueblos paganos al cristianismo. Ellos se negaban a abandonar sus fiestas y ritos paganos celebrados desde tiempos ancestrales, como el Samhain, celebración celta que coincidía con estas fechas. Cuando los cristianos tocaron tierras celtas, pensaron que esta fiesta era un culto a Satanás. Para convencerlos, el cristianismo adoptó el festival y lo convirtió en la conmemoración de la víspera del día de todos los santos o “All hallow's eve”, frase de la que surgió el nombre de Halloween (¡Vaya, ya lo escribí en inglés… cachis!). Los colonizadores irlandeses llevaron esta tradición a Estados Unidos y fue en la década de los ochenta del siglo XX cuando se internacionalizó, siendo la que más dinero genera, después de la Navidad. Pero estamos en España, donde estas fechas tienen un significado endémico. La festividad de Todos los Santos representa, culturalmente, la preparación para una nueva estación, el invierno, en el que la Naturaleza entra en letargo, en un tipo de muerte aparente. En nuestro país, este día es de obligado recuerdo para con nuestros difuntos, a los seres queridos que ya no se encuentran con nosotros. Pero la aldea global en la que estamos inmersos nos ha obligado a comulgar con esta fiesta, con calabazas recortadas (¡Uy qué miedo!) y el “truco o trato” inclusive. Los jóvenes no tienen la culpa. Una fiesta más, disfraces, risas y diversión, ja, ja, ja.

Pero no. No me gusta. Me da lástima esquilmar nuestras raíces. Y es ahora, cuando se acerca la Navidad, cuando pienso en que esa maldita globalización ha llegado también a estas fiestas, con el gordo Papa Noel colgado de las ventanas, Santa Claus con el trineo por la calle Larga y el árbol de Navidad con sus lucecitas de colores. Nada de esto nos pertenece. El nacimiento, el belén sí que forma parte de nosotros. Yo, por mi parte, se lo explicaré a mi hijo, para que no olvide dónde nació y cuáles son sus tradiciones. Y es que, como sigamos así, cualquier día celebraremos el 4 de julio cantando el barra y estrellas. Eso sí que me da miedo, y no los que vi la noche del 31 vagando por esta ciudad de la baja Andalucía.