lunes, 24 de octubre de 2011

EL UNICORNIO AZUL

(Artículo publicado en Viva Jerez el 20/10/2011).

“Usted no tiene psicología para estar detrás de una barra”. Lo dijo así de alto y claro, señalándole con su dedo inquisidor. Y se quedó tan ancho el tío, Pedro y yo nos quedamos atónitos, boquiabiertos. Es de esos momentos en los que uno añora un boquete para meterse en él. Se nos ocurrió situarnos detrás de Juanjo y, con ese gesto universal de la mano abierta simulando beber un trago, indicarle al camarero que nuestro amigo andaba algo pasadito de alcohol, a ver si se calmaba. Lo cogimos del brazo y salimos apresuradamente del local. Juanjo era un tío singular, por llamarlo de alguna forma. Muy cuidado en las formas, educado en el trato y amigo fiel… pero algo inocente, introvertido y raro; casi como un Unicornio Azul. Por entonces ya habíamos pasado del primer cuarto de siglo. Éramos jóvenes inquietos, decididos a comernos el mundo. Pero Juanjo era distinto a los demás. Probablemente por eso, no tenía más amigos que Pedro y yo que, en un intento de socializarlo, le presentamos a los nuestros no sin demasiado éxito, la verdad. Es algo cargante, decían unos; es un pesado, decían otros… En tan solo dos minutos de charla las chicas huían aduciendo lo raro que era. Ni que decir tiene que cuando Pedro y yo salíamos con intenciones ligotescas nunca lo llevábamos…

A veces se “perdía” en su interior y lo descubríamos mirando a la nada, absorto en sus elucubraciones mentales durante un rato hasta que lo “despertábamos”. Ahora bien, cuando bebía (que haciendo honor a la verdad, no era a menudo), mudaba su carácter introvertido y tímido. Contaba chistes malos, reía sin parar y exaltaba la amistad con abrazos y besos que provocaban nuestra hilaridad. Bien es cierto que a veces lo incitábamos a beber para ver su reacción. “Toma un chupito más, Juanjo”. “Vamos con otro, que no vas a nuestro ritmo”. “Llene este vaso para mi amigo”. Pero, de repente, levantaba el dedo, se ponía serio y sentenciaba. Era entonces cuando había que vigilarlo de cerca. Era imprevisible y podía provocar escenas como la referida al principio del artículo en respuesta al desaire que el camarero de un bar le hizo cuando Juanjo le preguntó por Nietzsche y su existencialismo. Pero al margen de esto, queríamos a nuestro amigo. Los tres pasamos buenos momentos de charla a la sombra de tabancos ya desaparecidos, y juntos propiciamos la creación de un colectivo cultural que nos aportó mucho.

Pero, un día, desapareció. Tal y como había llegado. Sin hacer ruido y sin decir a dónde se marchaba. A veces lo recordamos y añoramos e intentamos escrutar sus reacciones de entonces, ahora que yo sé más de Nietzsche y mi amigo Pedro de la psicología del comportamiento humano. Un ruego para terminar y como cantara Silvio Rodríguez refiriéndose a su Unicornio azul: Ayer se me perdió. Puede parecer, acaso una obsesión. Pero si alguien sabe de él, le ruego información, cien mil o un millón yo pagaré…”.

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