Artículos y otros comentarios de un periodista del Sur que un día se marcó una senda Sin Límites
miércoles, 16 de noviembre de 2016
VILLALUENGA
Son las once. ¡Hasta mañana familia!
Camino de vuelta y al pasar por lo de Juan y Mara, el de Valladolid que me pega
una voz. Esteban ¿Un gin tonic en La Espuela? De perdidos al rio, me digo. Un
futbolín, dos copas largas cada uno y a las doce para casita. En ese momento,
un mensaje al whatsapp del grupo de jerezanos “Villaluenga de la Frontera”. Es
mi colega Mauri ¡Quillo, para mañana barbacoa en Los Alamillos! Vamos todos., Mucha
carne, quesito payoyo, cerveza, tintito y vamos que nos vamos! Cristina llevará
unas sardinitas que ha comprado en la plaza. No puedes faltar. Compra pan y
unos dulces en lo de Pepi y tráete ese whisky que tú tienes, que yo pongo la
cocacola. Y pienso ¿Lectura, descanso, senderismo? Al menos me queda la
chimenea, que ya va haciendo fresquito…
miércoles, 9 de noviembre de 2016
YO CONFIESO
(Artículo publicado en Viva Jerez el 10/11/2016)
Si. Lo confieso. Me ha costado mucho, pero al fin me atrevo públicamente a confesarlo. Creo que debo asumir una realidad que, inexorablemente, me persigue sin que pueda hacer nada por evitarlo. Es superior a mis fuerzas. Algo que me supera. Una y otra vez, y casi a hurtadillas, caigo en ese impulso irrefrenable a sabiendas que, a la postre, me producirá desazón y angustia por haber sucumbido a la tentación. Pero no puedo remediarlo. El sentimiento de culpa me persigue antes y después de la ingesta de esos productos. Mi cuerpo y mi mente me dicen que pare, que no es bueno para mi salud, pero el diablillo que habita sobre mi hombro izquierdo me susurra al oído “cómpralos, tómatelos, no seas tonto, para tres cochinos días que vamos a vivir…”
Los adquiero los fines de semana. Intento que nadie que me vea ¡Qué pensaría la gente si lo supiera! Los introduzco en una bolsita y, escondido en la chaqueta, los llevo a mi casa. Entro sigilosamente y, sin que nadie se percate, los guardo en el rincón más oculto. En un lugar alto, inaccesible para los niños. Cuando nadie me ve, cuando todos duermen plácidamente, cuando la luna oculta con su sombra la luz de mi pecado, me transformo cual Doctor Jekyll en un auténtico Mister Hyde, y comienzo mi ritual. Todo empieza cuando tomo la bolsita y la miro con inusitada exaltación. Todo el cuerpo tiembla pensado en el efecto que se avecina. Con un ritual casi medido me siento en el sofá. Miro a mi alrededor. Pienso en lo que me espera y una sensación de bienestar, de pasmoso regocijo recorre mi cuerpo. Entonces lo abro. El olor que desprende me embriaga. Cierro los ojos y, tras unos segundos, los vuelvo a abrir. Vuelvo a mirar a diestro y siniestro ante la posibilidad de que alguien pueda verme. Y entonces me llevo uno de ellos a la boca. El paladar comienza a sentir múltiples sensaciones. Los muerdo, los saboreo una y otra vez. Son de todos los colores, sabores y texturas.
Pero tienen algo en común que los hacen irresistibles. Respiro hondamente y vuelvo al festín. Finalmente, veo el fondo de la bolsita. Curiosamente, el último es el que sabe mejor. Me chupo los dedos y vuelve a aparecer el sentimiento de culpa. Pero, que me quiten lo bailao. Mañana comenzaré el régimen… Sí, lo reconozco. Lo confieso públicamente. Tengo una adicción irrefrenable a consumir… ¡Chucherías, golosinas, regalís, gominolas, frutos secos...! No lo hago habitualmente ¡No se vayan a creer! Pero cuando lo hago, la culpa me persigue. Ahora bajo la cabeza y entorno los ojos ante ustedes. No se lo digan a nadie y, por favor, no me lo refieran cuando me vean por la calle. Se me caería la cara de vergüenza. Ahora les dejo. Es jueves, mañana viernes, se acerca el fin de semana y alguien me susurra en el oído izquierdo…
Si. Lo confieso. Me ha costado mucho, pero al fin me atrevo públicamente a confesarlo. Creo que debo asumir una realidad que, inexorablemente, me persigue sin que pueda hacer nada por evitarlo. Es superior a mis fuerzas. Algo que me supera. Una y otra vez, y casi a hurtadillas, caigo en ese impulso irrefrenable a sabiendas que, a la postre, me producirá desazón y angustia por haber sucumbido a la tentación. Pero no puedo remediarlo. El sentimiento de culpa me persigue antes y después de la ingesta de esos productos. Mi cuerpo y mi mente me dicen que pare, que no es bueno para mi salud, pero el diablillo que habita sobre mi hombro izquierdo me susurra al oído “cómpralos, tómatelos, no seas tonto, para tres cochinos días que vamos a vivir…”
Los adquiero los fines de semana. Intento que nadie que me vea ¡Qué pensaría la gente si lo supiera! Los introduzco en una bolsita y, escondido en la chaqueta, los llevo a mi casa. Entro sigilosamente y, sin que nadie se percate, los guardo en el rincón más oculto. En un lugar alto, inaccesible para los niños. Cuando nadie me ve, cuando todos duermen plácidamente, cuando la luna oculta con su sombra la luz de mi pecado, me transformo cual Doctor Jekyll en un auténtico Mister Hyde, y comienzo mi ritual. Todo empieza cuando tomo la bolsita y la miro con inusitada exaltación. Todo el cuerpo tiembla pensado en el efecto que se avecina. Con un ritual casi medido me siento en el sofá. Miro a mi alrededor. Pienso en lo que me espera y una sensación de bienestar, de pasmoso regocijo recorre mi cuerpo. Entonces lo abro. El olor que desprende me embriaga. Cierro los ojos y, tras unos segundos, los vuelvo a abrir. Vuelvo a mirar a diestro y siniestro ante la posibilidad de que alguien pueda verme. Y entonces me llevo uno de ellos a la boca. El paladar comienza a sentir múltiples sensaciones. Los muerdo, los saboreo una y otra vez. Son de todos los colores, sabores y texturas.
Pero tienen algo en común que los hacen irresistibles. Respiro hondamente y vuelvo al festín. Finalmente, veo el fondo de la bolsita. Curiosamente, el último es el que sabe mejor. Me chupo los dedos y vuelve a aparecer el sentimiento de culpa. Pero, que me quiten lo bailao. Mañana comenzaré el régimen… Sí, lo reconozco. Lo confieso públicamente. Tengo una adicción irrefrenable a consumir… ¡Chucherías, golosinas, regalís, gominolas, frutos secos...! No lo hago habitualmente ¡No se vayan a creer! Pero cuando lo hago, la culpa me persigue. Ahora bajo la cabeza y entorno los ojos ante ustedes. No se lo digan a nadie y, por favor, no me lo refieran cuando me vean por la calle. Se me caería la cara de vergüenza. Ahora les dejo. Es jueves, mañana viernes, se acerca el fin de semana y alguien me susurra en el oído izquierdo…
jueves, 27 de octubre de 2016
JALOWIN
Monstruos, zombies, muertos vivientes, manos amputadas,
tumbas abiertas, calabazas con luces,
sangre y más sangre… ¡Uh, qué miedo, por
Dios, oh! No. No puedo. Lo siento, pero no trago, no lo acepto, no comulgo con
lo que pasará la próxima noche de Jalowin. Probablemente porque éste que ya
peina alguna que otra cana ha “mamado” otras costumbres más nuestras ligadas al
día de Todos los Santos. Porque este “Jalowin” (lo escribo así a conciencia) es
una más de tantas otras fiestas “importadas de allende los mares” que alguien,
con gran éxito por cierto, decidió algún día introducir con calzador en nuestra
tradición. Porque reconocerán conmigo en que muchos de los padres que esa noche
vestirán a sus hijos de tal guisa desconocen el sentido real de esa fiesta.
Voy, si les parece, a bucear un poco en la historia. El origen de todo esto se
produce con la conversión de los pueblos paganos al cristianismo. Ellos se
negaban a abandonar sus fiestas y ritos paganos celebrados desde tiempos
ancestrales, como el Samhain, celebración realizada por los celtas que
coincidía con estas fechas. Cuando los cristianos tocaron tierras celtas,
pensaron que esta fiesta era un culto a Satanás. Para convencerlos de abandonar
esta creencia, el cristianismo adoptó el festival y lo convirtió en la
conmemoración de la víspera del día de todos los santos o “all hallow's eve”,
frase en inglés de la cual surgió el nombre de Halloween. Los colonizadores
irlandeses llevaron esta tradición a Estados Unidos y fue en el siglo XX cuando
se internacionalizó esta fiesta anglosajona retocada y reconvertida, a partir
de la década de los ochenta, siendo la que más dinero genera, después de
Navidad.
Pero estamos en España, donde estas fechas tienen un significado
endémico. La festividad de Todos los Santos representa, culturalmente, la
preparación para una nueva estación, el invierno, en que la naturaleza entra en
letargo, en un tipo de muerte aparente. En nuestro país, este día es de
recuerdo para con nuestros seres queridos que ya no se encuentran con nosotros,
día para visitar el cementerio y recordar a nuestros difuntos con flores, para
comer en familia y en Jerez para tomar los famosos “Tosantos”. Pero la aldea
global en la que estamos inmersos, esa misma que nos ha traído la Cocacola y la
comida basura, el gordo Santa Claus también llamado Papá Noel o el árbol de
Navidad, nos ha impuesto esta fiesta llevándola a nuestro propio portal, con
calabazas recortadas y escolares vestidos de negro con disfraces de bruja o de
momia que repiten el mismo mantra “truco o trato” que vaya usted a saber a qué
viene esa chorrada. No me gusta. No lo acepto. Y además, me da lástima de cómo
esquilmamos nuestras raíces, nuestras costumbres más arraigadas. Pero me tengo
que aguantar. Eso sí, tengo y lo ejerzo, el derecho al pataleo.
miércoles, 6 de julio de 2016
MALDICIÓN GITANA
(Artículo publicado en Viva Jerez el 7/7/2016)¿Han
estado en Córdoba a 45 grados? ¿Han padecido los rigores del verano más tórrido
paseando por la Judería? Si han vivido esa experiencia para ustedes se queda.
Si no, esperen que ahora les cuento mi periplo cordobés de este finde. La primera
en la frente… Bajo del coche, después de dar más vueltas que una peonza en una
lavadora, y sentí como si alguien me abofeteara en la cara con la mano abierta
¡Qué calor, por Dios! Oiga ¿La plaza Tellerías? ¡Ofú, chiquillo, no está lejos
ni ná. Tó seguío palante y la encuentras! Me dijo una gitana ¡Te va a jartá de
pasá caló! ¡Por cierto, dame algo moreno! No tengo ni un duro, le dije. ¡Pues
te echo una maldición! Sonreí ¿Quién cree hoy en las maldiciones gitanas? Diez
minutos andando, a las 3 de la tarde por el centro de Córdoba, y ríete tú de
las dietas milagro de adelgazamiento. Al poco ya tenía la boca abierta, los
ojos entornados, jadeaba como los perros y arrastraba los pies dejando, a mi
paso, un reguero de sudor. Ni un taxi que me rescatara del infierno. Ni un
chino abierto para comprar una botella de agua. Es verdad que en Córdoba hay
fuentes, pero el agua hierve tanto que debe salir directamente del centro de la
tierra. Por fin encontré una sombrita bajo un árbol donde tuve que hacerme
sitio junto a una pareja de japoneses con su cámara al hombro (creo que es un
apéndice, una prolongación de su cuerpo con el que nacen). Aproveché para
escurrir la camiseta y coger fuerzas.
Me envalentoné y volví a la senda de lava
hirviendo en que se había convertido a esa hora la calle. Hubiera dado mi vida
por una gorra o vendido mi alma por una Mirinda fresquita. Miré a mi alrededor.
Creo que me he perdido. En fin, para eso está el GPS del móvil. Metí la mano en
el bolsillo para cogerlo y ¡Ahhhh! Me costó volver a dejarlo en su sitio porque
quemaba tanto que se me quedó pegado como una calcomanía (aún me aparece en la
palma de la mano el anagrama de Samsung). De repente, como en cámara lenta, se
paró junto a mí en un semáforo un BMW blanco con una rubia espectacular en su
interior (tipo sueca, vamos). Su pelo ondeaba recibiendo el frío aire
acondicionado mientras abría una helada lata de Cruzcampo con su punto azul
brillante. Le dio un sorbo y giró la cabeza. Me sonrió, abrió la ventanilla y
acercándome la cerveza me dijo ¿Quieres una? Sube y te llevo a donde quieras… Vi
el cielo abierto. Creí en Dios, en el Dalai Lama, en Elvis y en todos los
dioses del Olimpo juntos.
Saqué pecho, encogí la barriga, puse la mejor de mis
sonrisas y… de repente, me adelantó por la derecha un moreno cordobés de metro
noventa, delgado, cachas y con una sonrisa perfecta, de esas de anuncio de
dentífrico. En fin que, visto lo visto, bajé la cabeza buscando un boquete para
meterla y disimulé como pude mientras observaba por el rabillo del ojo al
moreno y a la rubia tomándose unas cervezas mientras el BMW se perdía por la
plaza… Comprendí entonces que la culpa de que la rubia se fuera con el cachas
en vez de conmigo era de la maldición gitana. Si no, de cómo y de qué se iba a
ir con “ese”. No sé qué tenía él que no tuviera yo.
miércoles, 22 de junio de 2016
EL PACTO
(Artículo publicado en Viva Jerez el 23/6/2016)
Decenas de periodistas, cámaras, micrófonos. Todos aguardando ese momento que en segundos recorrería las redacciones de todos los medios de comunicación anunciando ese ansiado pacto. Atrás quedaban días intensos de negociaciones, de tiras y aflojas, de dame y te doy. Pero finalmente había llegado el día y una firma sobre un papel y un apretón de manos rubricarían una alianza que muchos esperaban… Bien podría ser éste el relato de una historia que podría narrarse antes de que finalizara este electoral mes de junio. Sí, estoy hablando del pacto al que están abocados los principales partidos que concurren el domingo a los comicios generales. Les confieso que me produce algo de desazón el día después. Las desaforadas exigencias de unos y el inmovilismo de otros podrían dar al traste, una vez más, a un proceso que si no llega a buen término perderemos todos.
Me gusta la política. Creo que el principal exponente de la democracia, con sus luces y sus sombras, es posibilitar a grupos heterogéneos de ciudadanos pensar diferentes modelos de país y ponerlos sobre la mesa para que usted y yo podamos decidir con nuestro voto el que más creamos conveniente. Con libertad, sin ataduras, en su sobre cerrado y con una papeleta doblada. Pero ¿qué ocurre el día después si ninguna de las opciones políticas ha obtenido la mayoría suficiente para gobernar en solitario? Pues ya sabemos lo que pasó la primera vez. Semanas y semanas de negociaciones donde primaron la soberbia y el orgullo frente al bien común. De uno a otro lado del arco político. Unos porque anteponían cargos (por cierto, poco acordes con sus ideales). Otros porque anteponían el “no” antes del “ya veremos”. Y otros haciendo bueno al perro del hortelano que ni comía ni dejaba comer. Lo cierto es que decidieron dar una patada al balón y volver a disputar el partido antes de mirar por el bien común. El domingo volvemos a las urnas (dicho sea de paso, me toca de presidente de mesa). Y el lunes me temo que volveremos a revivir el “día de la marmota” y las miradas volverán a estar centradas en los líderes políticos que una vez más estarán abocados a sentarse, dialogar y tragarse los dardos envenenados que dijeron y que les dijeron y que las hemerotecas se encargan de revivir.
Os aconsejo ver la serie televisiva “Borgen”, emitida por la cadena pública danesa. Narra, en clave de ficción, las interioridades y las intrigas de la política en este país. Lo realmente interesante de esta serie es comprobar el grado de democracia que han alcanzado en materia de pactos. Es lo normal y así lo asumen partiendo de la base de que cualquier partido desea lo mejor para su país, aunque difieran en la forma. Madurez política. Madurez democrática. Probablemente lo que ha faltado en este país en los últimos meses. Espero, con sinceridad, que las cinco líneas que encabezan este artículo se hagan realidad a partir del lunes. De lo contrario, sería para salir corriendo.
Decenas de periodistas, cámaras, micrófonos. Todos aguardando ese momento que en segundos recorrería las redacciones de todos los medios de comunicación anunciando ese ansiado pacto. Atrás quedaban días intensos de negociaciones, de tiras y aflojas, de dame y te doy. Pero finalmente había llegado el día y una firma sobre un papel y un apretón de manos rubricarían una alianza que muchos esperaban… Bien podría ser éste el relato de una historia que podría narrarse antes de que finalizara este electoral mes de junio. Sí, estoy hablando del pacto al que están abocados los principales partidos que concurren el domingo a los comicios generales. Les confieso que me produce algo de desazón el día después. Las desaforadas exigencias de unos y el inmovilismo de otros podrían dar al traste, una vez más, a un proceso que si no llega a buen término perderemos todos.
Me gusta la política. Creo que el principal exponente de la democracia, con sus luces y sus sombras, es posibilitar a grupos heterogéneos de ciudadanos pensar diferentes modelos de país y ponerlos sobre la mesa para que usted y yo podamos decidir con nuestro voto el que más creamos conveniente. Con libertad, sin ataduras, en su sobre cerrado y con una papeleta doblada. Pero ¿qué ocurre el día después si ninguna de las opciones políticas ha obtenido la mayoría suficiente para gobernar en solitario? Pues ya sabemos lo que pasó la primera vez. Semanas y semanas de negociaciones donde primaron la soberbia y el orgullo frente al bien común. De uno a otro lado del arco político. Unos porque anteponían cargos (por cierto, poco acordes con sus ideales). Otros porque anteponían el “no” antes del “ya veremos”. Y otros haciendo bueno al perro del hortelano que ni comía ni dejaba comer. Lo cierto es que decidieron dar una patada al balón y volver a disputar el partido antes de mirar por el bien común. El domingo volvemos a las urnas (dicho sea de paso, me toca de presidente de mesa). Y el lunes me temo que volveremos a revivir el “día de la marmota” y las miradas volverán a estar centradas en los líderes políticos que una vez más estarán abocados a sentarse, dialogar y tragarse los dardos envenenados que dijeron y que les dijeron y que las hemerotecas se encargan de revivir.
Os aconsejo ver la serie televisiva “Borgen”, emitida por la cadena pública danesa. Narra, en clave de ficción, las interioridades y las intrigas de la política en este país. Lo realmente interesante de esta serie es comprobar el grado de democracia que han alcanzado en materia de pactos. Es lo normal y así lo asumen partiendo de la base de que cualquier partido desea lo mejor para su país, aunque difieran en la forma. Madurez política. Madurez democrática. Probablemente lo que ha faltado en este país en los últimos meses. Espero, con sinceridad, que las cinco líneas que encabezan este artículo se hagan realidad a partir del lunes. De lo contrario, sería para salir corriendo.
miércoles, 8 de junio de 2016
MI AMIGO
Mi amigo conoce a mucha gente
importante y eso, en los tiempos que corren, es lo más. Me cuenta que el otro
día lo paró la Guardia Civil en un control de alcoholemia, y que dio positivo,
y que con una sola llamada a un amigo benemérito le quitaron la multa. Algo
parecido le pasó con una notificación del ORA. Llamó a su cuñado, que trabaja
como controlador, y de la multa nunca más se supo. Uno de sus primos, que
trabaja en el Teatro, le consigue cada vez que lo desea una entrada en palco
por la patilla, desviando una de esas invitaciones que les dan a los políticos.
Saca pecho al recordarme su amistad desde la mili con uno de los responsables
del Circuito que le da pases vip para asistir a las grandes carreras, y con
otro del Xerez que lo cuela en el palco con un pase de prensa cada vez que
puede. Cierto día fue hospitalizado por una ligera dolencia leve. Entornando
los ojos en un claro gesto de suficiencia me asegura que tuvo una habitación
para él solo y los mejores cuidados, ya que uno de los responsables de planta
del Hospital es el tío de su mujer. El crédito hipotecario de su vivienda es
envidiable, según me dice. No en vano, juega al pádel con el director de su
oficina bancaria y, alguna vez, salen a cenar las parejas.
Mi amigo es, para
que se hagan una idea, de los que entran en la Feria con 20 euros y salen con
25. Reparte abrazos por doquier y esboza sonrisas a todos los que se le acercan,
que son muchos. Y es que conocer a alguien importante te hace más importante a
los ojos de los demás, que envidian tu agenda y tus contactos en todas las
esferas. Lo que más me llama la atención es que en esta sociedad es un valor
añadido que uno tenga tantos enchufes y se valore a amigos como el mío como un
triunfador por ello. Porque el mensaje que dan es que todo vale con tal de
colarse de gorra en los sitios. Que pagar la multa del ORA o de la Guardia
Civil es de “pringaos”, que abonar la entrada del Teatro o del Circuito es de
gente vulgar, que compartir habitación en un Hospital es para la plebe, que esperar
la cola en una oficina es para gente que no conoce a nadie importante, como es
su caso. Mensajes como el de mi amigo minan y devalúan la confianza del resto
de mortales en las instituciones.
Pero también la pasividad de éstas que
consienten y hacen la vista gorda a los enchufes, desmanes y ostentaciones
públicas de estos caraduras del favoritismo haciendo buena la ley del más listo
(que no inteligente). Miren a su alrededor. Seguro que conocen a algún amigo gorrón
como el mío. Y recuerden que si él se cuela igual usted se queda fuera y que si
él no paga se lo cobrarán a usted…
miércoles, 1 de junio de 2016
YA ESTÁ BIEN
Ya está bien de poner
excusas, de la culpa la tiene el de enfrente, que todo está mal y qué pena de
país y de ciudad ésta que se hunde en la miseria. Ya está bien de poner el
acento en las siete plagas de Egipto que asolan a esta sociedad que no acaba de
remontar. Ya está bien de decir que el panorama está negro y que no se ve luz
al final del túnel. Ya está bien de hablar de la paja en el ojo ajeno cuando no
somos capaces de ver la realidad por la viga que nos tapa el nuestro. Ya está
bien de inculpar al jefe, al alcalde, al presidente de la comunidad de vecinos,
a la Merkel o al tertuliano de La Sexta. Ya está bien de decir que los
políticos o los banqueros tienen la culpa de nuestros males (que sí, que en
parte es verdad, pero de qué nos sirve repetir el mismo mantra una y otra vez).
Ya está bien de hablar del amigo que se ha estrellado en la empresa que montó y
no hablar del otro amigo que triunfa. Ya está bien de gastar energías en
resaltar lo mal que estamos y lo mal que estaremos. ¡Ya está bien! ¡Ya está
bien! Soy consciente de que las malas noticias son más noticias que las buenas
noticias. Nunca escucharemos lo bien que le va a Pepe. pero sí nos regodearemos
de lo mal que le va a Juan que no levanta cabeza. Somos así.
Hace años salió el
periódico “Buenas noticias”. Duró dos meses. Sin embargo “El Caso”, que ahora
rememora TVE en una serie, duró 45 años. Da para reflexionar… Pues bien, ahora
que coordino y presento “Avanza”, un programa que se emite en Onda Jerez los
martes a las 21 horas, he descubierto gente que un día arriesgó, que emprendió
un camino difícil, no exento de obstáculos. Jerezanos que dieron un paso al
frente, superaron la barrera del conformismo y se lanzaron a emprender,
desoyendo los atrabiliarios cantos de sirena de profetas sin oficio.
Empresarios como el belga y gaditano Jan de Clerck siempre rodeado de dos
mares; Miguel Moncayo y Ana Triano con su premiada cerveza Xela regada de vino
de Jerez; Antonio Páez Lobato que sigue manteniendo su reinado alzando al cielo
su copa de vinagre; Alberto Alcántara que un día soñó con Xerintel y que ahora parece
no tener límites; Antonio Mariscal un visionario empresario de viajes que
triunfa en el país con Bookingfax; Alberto Villagrán que con mucho tesón
reinventó en Jerez el negocio de la compra venta inmobiliaria; o mi querida
Lola Rueda incansable mujer imparable que nos da alas para seguir avanzando.
Éstos y no otros son espejos en los que reflejarse. Referentes de prestigio que
engrandecen a esta ciudad. Emprendedores que luchan cada día en Jerez para
avanzar sin límites…
miércoles, 18 de mayo de 2016
QUE NO,QUE NO
Que no. Que nadie se equivoque. Que
nada volverá a ser lo que fue. Que todos, tanto usted como yo, la sociedad en
general, la economía… Todos hemos cambiado y nada volverá a ser lo mismo.
Cuanto antes nos demos cuenta, mejor. Se acabaron los sueldos de miles de euros
y pluses por casi todo, los altos tipos de interés, el pisito en la playa y un
mes de vacaciones pagadas. Atrás quedaron las mariscadas “vamos que nos vamos y
ponme otra de gambas blancas” en Romerijo, los viajes a Cancún que “pa eso está
la tarjeta de crédito”, las tres hipotecas, el kárate del niño y las clases de
ballet y de hípica de la niña, la casa en el Rocío con mucho jamón “del bueno”
y muchos langostinos de Sanlúcar. Que no. Que igual alguno de los que ahora
leen esto se pueden permitir alguno de estos “lujos”, pero no todos (yo no). Que
la cosa no está para tirar cohetes. Que ahora ser licenciado en derecho, en
medicina o en arquitectura no te da pasaporte directo para vivir en Montealto y
codearte con los Domecq. Y que incluso tener este apellido, no te garantiza ir
a las fiestas de postín en Jerez, sobre todo porque ya casi no hay fiestas de
postín. Que ya no queda dinero ahí fuera y si lo hay lo tienen unos pocos, lo
de siempre, esos que miran a los de abajo por encima del hombro. Que el dinero
que nos queda está bajo una losa, un colchón o en una cuenta corriente al 1% y
date con un canto en los dientes. Que preferimos arreglar el coche antes de
comprarnos otro nuevo, no vaya a ser que…
Que a los niños un día a los cacharritos
de la Feria (el miércoles que es más barato) que no está la economía para
farolillos. Que a mi primo Manolo la empresa le ha aplicado un ERE y ahora está
echando curriculums a diestro y siniestro y no encuentra nada; que a mi amigo Juan
se le ha acabado el paro y está cogiendo caracoles para llevar algo a su casa y
que mi cuñada trabaja diez horas de media por 500 euros y cállate que hay cola
ahí fuera esperando. Que nadie habla ya en tono despectivo de los
“mileuristas”. Que mi hija estudia alemán por si tiene que coger la maleta y
buscarse la vida con la teutona de Merkel. Que tenemos miedo en el cuerpo por
lo que vaya a pasar. Que llevamos oyendo hablar años de los brotes verdes pero
que por mucho que escarbamos no aparecen. Que los bancos no dan crédito y ni siquiera
una mísera sartén de teflón por ingresar allí tu dinero. Que hemos hipotecado
la dorada vejez de nuestros mayores poniéndoles la mano cada vez que cobran a
primeros de mes. Que cada día nos levantamos con ganas de decir hasta aquí hemos
llegado y vamos a comernos el mundo y seguro que saldremos de esta, pero la
calle es la calle y las historias que en ellas nos cuenta nuestra gente es para
tirar la toalla.
Todo ha cambiado. Dicen que esta nueva generación será primera
de la historia cuyos hijos vivirán peor que sus padres. Me da miedo, tristeza.
Habrá que reinventarse, supongo. Y cambiar el chip. Y plantar nuevas semillas
que nos descubran nuevas sendas. En fin, no me tengan en cuenta. Hoy me he
levantado un poco tristón. Mañana, mañana será un nuevo día. O no…
miércoles, 11 de mayo de 2016
SOMOS GILIP...
Tenemos
una Feria del Caballo envidiada por todos. Con unas casetas y portadas que son
auténticas obras de arte; un paseo de caballos inigualable en el mundo y un
Parque González Hontoria de exposición. Además derrocha arte, clase y un
señorío propio de esta tierra. Y vamos ahora y nos liamos a grabar en vídeo desde
todos los ángulos la pelea del miércoles en la Caseta de La Viga y la
difundimos en el Whatsapp, en Facebook, en Twitter, en Instagram, en la web, en
el Youtube… ¡con dos pelotas! ¿Qué hemos conseguido con esto? Pues
sencillamente, hacer virales cada uno de estos vídeos más allá de estas
fronteras y como dice con más razón que un santo mi amigo el periodista Pablo
Cosano, “Vamos, lo mejor que podemos
hacer para que el año que viene nuestros amigos, conocidos y contactos de las
redes sociales vengan a la Feria del Caballo”.
Claro, después llegan las
grandes cadenas de televisión y oliendo la carnaza se hacen eco en sus
informativos nacionales del “caos” de la Feria de Jerez con imágenes de sillas
volando, heridos y detenidos. Vamos, un escenario “de guerra” que no invita a
que los turistas quieran venir el año que viene no vaya a ser que le propinen
un sillazo en la cabeza ¿Esa es la imagen que queremos transmitir al mundo? ¿Se
acuerdan hace más de 15 años del motero que falleció haciendo el caballito en
la Avenida? Pues todavía aparecen en la tele nacional imágenes de ese día para
hablar de “la movida motera” en Jerez. De verdad que a veces no entiendo a esta
ciudad con la que siempre he mantenido una relación de amor-odio ¿Saben cuántas
peleas se producen durante la semana de Feria? Se podrían contar con los dedos
de una mano, según constatan unas fuerzas de seguridad que siguen afirmado que
nuestra fiesta es de las más seguras de España.
Probablemente porque la unión del
fino y el rebujito, con las tapas, el baile por sevillanas, el “paseo” de
caseta en caseta y otros factores hacen que “cojamos en puntito” pero no ese
estado de intoxicación alcohólica propio de otras fiestas. Bien es cierto que en
decenas de miles de personas siempre hay quien se “pasa” y “mete la pata”. Pero
coincidirán conmigo que son los menos y que eso les ocurre por mezclar el caldo
de esta tierra (léase vino) con otras bebidas destiladas y “vamos que nos vamos
que esto no será ná”. Probablemente es que yo viva “en otro mundo” o “en otra
feria”, pero llevo desde que nací peregrinando cada mes de mayo al González
Hontoria y pocos altercados que visto. En definitiva, que lo del miércoles fue
una pelea de cuatro que no saben estar ni en su casa, que la Hermandad de la
Viga no se merece un espectáculo tan lamentable y que otra vez que hagamos la
gracia de compartir cosas lo hagamos del paseo de caballos, del espectacular
alumbrado, de las portadas de las casetas y de la belleza de nuestras mujeres.
Que ya está bien de tirarnos piedras a nuestro propio tejado…
miércoles, 20 de abril de 2016
LA MOTO
Oiga, ¿092? Que me han robado la moto. Sí, aquí mismo, en
la puerta de mi trabajo, en la Plaza de la Yerba. Acabo de terminar el curro y
me disponía a cogerla para irme a casa. La dejé esta mañana y ahora no está.
Sí, es una kimco color gris y con la matrícula xxxx. Sí, agente, tengo todos
los papeles en regla. De acuerdo, muchas gracias. Colgué el teléfono aún con el
temblique en las manos. No podía ser. Le tenía puesto el candado, ese gordo que
compré en la tienda de los chinos y tampoco es una moto golosa de robar. Tiene
años para dar y regalar. Pregunto a mis compañeros de trabajo. Nadie sabe nada.
Todos los días la dejo en el mismo sitio, enfrente del trabajo, junto a las
otras motos. Y, qué casualidad, todas están en su sitio, menos la mía.
Doy una vuelta
por los alrededores pero ni rastro. Vuelvo a llamar a la policía local. Aún no
se sabe nada, ya le avisaremos si hay noticias, pero le aconsejamos que ponga
denuncia en comisaría. Así lo hago. Una hora después (ya son las cinco y aún no
he comido) vuelvo a llamar al 092. Nada. Me voy andando a casa. Es abril pero
vaya calor que hace. 24 grados a pleno sol. Por fin llego y como algo rápido.
Se ha pasado la hora de la siesta y vuelvo a llamar. El agente, algo enfadado
ya, me dice que no llame más, y me repite la cantinela de que ya me avisarán
cuando sepan algo. Reviso mis papeles en busca del seguro, pero la póliza no
cubre el robo. Y no están las cosas como para comprarme otra moto. Así que a
patita a partir de ahora. ¿Y si la han desguazado y ahora el manillar, el faro
y las ruedas están cada uno por un lado? Y si la han quemado en algún
descampado? Era vieja, pero le tenía cariño. En las cuestas se venía abajo,
pero aguantaba el envite y al final siempre las subía. Quizá debí mimarla más
en sus últimos meses. Debí limpiarla y cambiarle la bujía y el aceite y
arreglar la pata de cabra. Cuántos buenos ratos pasé con mi moto.
Pero, en fin,
son ciclos que pasan y terminan. Siempre la aparcaba aquí, a la puerta de casa,
y cuando llovía le ponía un plástico para que no se mojara. La echaré de menos.
Con ese runrún del motor que tenía cuando la arrancaba… Esta mañana, sin ir más
lejos… ¿O fue ayer cuando…? Recuerda, Esteban, recuerda. Salí a las 8 y llegué
al trabajo poco después. Y la aparqué, como siempre, en la Plaza de la Yerba ¿O
no? Piensa Esteban. Ahora recuerdo, el aparcamiento lleno y… ¡Dios!. No la
aparqué allí, si no en calle Armas. Sonrío ¡No me la han robado! ¡Vaya
despiste! Suena el teléfono. Es la Policía Local. Oiga, que hemos encontrado su
moto. Está cerca del lugar de la sustracción… en calle Armas. Está intacta.
¡Hay que ver, cómo son estos ladrones!, digo en voz alta. Le quitan a uno la
moto para dejársela varios metros más allá. Gracias, señor agente. Es nuestro
trabajo, caballero…
miércoles, 13 de abril de 2016
CONCHA VELASCO
Octubre del año 2000. El Villamarta acogía la obra “Las manzanas del
viernes”, con Concha Velasco y Encarna Paso. El día antes fui a su rueda de
prensa. Me encandiló la sonrisa de la “Chica Ye-Ye”. Una señora, entonces de 61
años, que atesoraba el encanto, la elegancia y el carisma tan propio de los
artistas con mayúsculas. Cuando acabó, me acerqué y la invité (osado de mí) a
entrevistarla esa noche en Onda Jerez. Mi sorpresa fue que accedió. Y allí
estaba yo. Sentado en el plató, en directo, con la “Chica de la Cruz Roja”
sentada a mi izquierda y a punto de comenzar. Tenía todo preparado. Me había
pasado horas recopilando información que había resumido en quince preguntas en
los dos folios que tenía sobre la mesa. Y comencé “Damos la bienvenida a Concha
Velasco que mañana actuará en el Villamarta”. “Usted interpreta en esta obra
a…” Y en ese momento, sin querer, deslice los brazos y los folios cayeron al suelo.
Toda la información, las preguntas… desperdigadas por el plató. Observé en el
monitor que nadie se había dado cuenta, así que tiré de dignidad y tragué saliva.
“Decía
que interpreta a una mujer cuyo marido la engaña…” Concha respondió desviando
el asunto. Después pregunté: “La obra es de Alfonso Paso y Paco Marsó es el
otro protagonista…” Concha siguió en su línea de simpatía y la entrevista, tras
15 minutos, llegó a su fin. Había “sobrevivido” sin papeles. La despedí y se
apagaron los focos. Fue entonces cuando vi cómo Concha Velasco se echaba a reír
mientras miraba los folios del suelo ¿Qué pasa? le dije “Que no has acertado ni
una… La obra no es de Paso si no de Gala. Marsó no el protagonista, es el
director… y así casi todo”. No sabía dónde meterme. Me había hecho un lío de
aúpa y sin embargo, Concha mantuvo el tipo para no ponerme en ridículo. Me dio
un abrazo y un consejo: “Si te hubiera dicho que te equivocabas te habría
dejado en evidencia, te hubieras puesto nervioso, yo también lo habría estado y
la entrevista habría sido un fracaso. Sin embargo, casi nadie se ha percatado
de los errores”
Al día siguiente me invitó a su camerino y nos reímos recordando
los folios en el suelo. Luego asistí a la obra entre bambalinas. Años después,
en 2006, regresó al Teatro con la obra “La Filomena Marturano”. Ese día me
invitó a desayunar en el Hotel Jerez y
le regalé una foto de ambos en el plató, el día de la entrevista, con una
dedicatoria que decía “Me olvidé de las preguntas pero de lo que nunca podré
olvidarme es de tu sonrisa”.
miércoles, 6 de abril de 2016
LA FOTO
(Artículo publicado en Viva Jerez el 7.4.2016)
Créanme que he me ha costado decidirme
por la foto que, desde hoy, acompaña cada jueves los artículos que escribo en
esta tribuna de prensa. Estaba harto de oír toda clase de comentarios en torno
al careto que aparecía en la anterior instantánea que, en un alarde de
atrevimiento, alguien me perpetró mientras miraba absorto a una invitada a la
que entrevistaba en Onda Jerez hace la friolera de siete años. “El artículo de esta semana, bien… pero la
foto es de cuando hiciste la primera comunión…”. “Oye, estoy de acuerdo con lo que dices en tu artículo de hoy, pero dile
a los del Viva que te cambien la foto, que ya tienes canas…”. En el mejor
de los casos, culpaban directamente a la dirección de VIVA JEREZ por incluir
una foto mía tan “antigua”, ante lo cual yo siempre me encogía de hombros,
ponía cara de tonto (que me sale muy bien) y asentía con la cabeza a la vez que
entornaba los ojos, emulando el “¿Seré yo
señor?” del tal Judas Iscariote. En otros casos he llegado a emular a
Pinocho afirmando que la foto es de hace unos meses tan solo… pero por ahora
nadie se lo ha tragado. Eso sí, me ha crecido un palmo la nariz. En fin, que
decidí hacerme otra foto y así acallar las críticas voces de amigos,
familiares, conocidos, camaradas de juergas nocturnas, compañeros de fatigas y
otros.
Así que me puse manos a la obra y me dispuse a perpetrar otro
autorretrato. Allí estaba yo, móvil en mano, haciendo selfies a diestro y
siniestro, poniendo caras, de frente, de perfil, serio, sonriendo abiertamente,
sonriendo picaronamente, haciéndome el interesante… Una tras otra las fui
borrando de la tarjeta de memoria del móvil no fuera que alguien las pillara y
las colgara en alguna web de terror o en la portada del Caso con una frase que
dijera “se busca por feo”. Al final, se me gastó la batería y se hizo de noche.
Y nada de nada. En esas estaba yo cuando se me ocurrió pedir ayuda a un amigo fotógrafo.
“Porfa, porfa, hazme una foto” Debió verme tan desesperado que, sin mediar
palabra, tomó su cámara profesional y se dispuso a sacarme una foto “decente”.
Afortunadamente estamos en la era digital porque si no, al de la Droguería y
Fotografía Quirós, la que estaba en la calle Consistorio, habría hecho negocio
vendiéndonos carretes de 24 y 36. “Ponte
aquí, ponte allí, sonríe, no sonrías, sube la barbilla, bájala…”.
Desesperado por el resultado que veía en su visor cada vez que tiraba una foto,
a mi amigo se le adivinaba el pensamiento “A
este no hay por dónde cogerlo...”. Finalmente me mandó por mail sus 5 mejores,
pero… ninguna me gustaba. Así que rebusqué en mi archivo y recorté la foto que
ahora ven en la esquina superior derecha de este artículo, suprimiendo claro
está a la persona que posaba junto a mí. La acabo de mandar y ya me estoy
arrepintiendo. Porque la miro y la miro y no paro de pensar en la frase que un
día me dijo otro buen amigo… “Esteban,
mirándote… solo se me ocurre decirte que hay que tener ganas de tío…”.
miércoles, 30 de marzo de 2016
ESTOY TRISTE
Me siento mal.
Llevo tres días fatal, triste, muy triste. Cabreado, muy cabreado. Es como un
jarro de agua fría que alguien me hubiera lanzado en pleno invierno. Harto ya
de desgobiernos sin pactos, de yihadistas sin alma y de banqueros sin corazón,
el lunes un mensaje de Facebook me hizo tambalear, abrir los ojos ante lo que
realmente es importante en esta vida. Joder, ya! Que un padre tenga que poner a
la venta todo lo que de valor tiene en su casa para poder afrontar la operación
de su hijo es… Bueno, no tengo palabras, y si las tengo prefiero guardármelas.
Les hablo de Marcos Carribero. Sí, ese chaval jerezano desahuciado por los
médicos y por el que nadie daba dos euros hace unos años y que ahora, tras más
de una década de lucha por parte de sus padres, sigue ahí, aferrándose a la
vida, sonriendo a todo aquel que se le acerca, subiendo peldaños uno tras otro.
Y todo gracias a Juan y a Ana Mari, sus padres, que no bajan la guardia, que
son capaces de todo por su hijo. Padres valientes, esperanzados y con las
fuerzas suficientes para seguir adelante con esta lucha desigual.
Cuando el
lunes leí el mensaje de Juan diciendo que vendía su televisor, el ordenador en
el que aprende su hijo, la mesa de estudio, las lámparas, el sofá y todo lo que
hay en su casa, se me saltaron las lágrimas. Incluso decía que si alguien
quería regatear, que adelante, que lo único que necesitaba era dinero para que
su hijo pudiera ser operado en Boston. Rápidamente lancé un mensaje por
Facebook en el que decía que nadie le comprara nada de lo que vende. Que es muy
miserable aprovecharse de la necesidad de una familia. Que los Carribero se
merecen otra cosa. Merecen una aportación voluntaria. Una ayuda económica en
conciencia, sin publicidad, sin que sea necesario lanzarlo a los cuatro
vientos. Que ya está bien de golpes en el pecho y de doble moral. Hace unos
días hemos estado en las calles de Jerez rezando al Cristo tal y la Virgen
cual. Lo respeto con todo mi corazón. Pero creo que Jesucristo y María
Santísima están más reflejados en la carita inocente de Marcos Carribero que
sobre un paso dorado. Estar junto a él es ver a Dios. Y lo demás son chorradas.
Veo en los ojos de sus padres la impotencia que sienten al ver que el tiempo se
acaba y que su hijo se apaga, se muere. Sí, se muere. Y que viva muchos años
depende de todos nosotros. Los que me conocen saben que nunca he pedido nada
para mí. La vida me ha sonreído. Pero ahora pido por Marcos y por una familia
que se desvive por él. Me atrevo incluso (y reconozco que es una osadía por mi
parte) a hacer un llamamiento a ese jerezano afortunado ganador del Euromillón.
Alguien que lea Viva Jerez debe conocerlo bien. Tan solo le pido que conozca a
Marcos. Que le mire a los ojos. Que le vea sonreír. Y ya está. Lo demás, vendrá
solo. El teléfono de Juan Carribero es el
665.305153
miércoles, 24 de febrero de 2016
NO ME VALE
Que no. Que no me vale que te ampares en lo moderno y lo guay
que eres para hacer lo que te venga en gana. Que por encima de todo está la
buena educación y el respeto a los demás, que es lo que nos enseñaron nuestros
mayores. Ya está bien. Me revuelvo escuchando las sandeces de unos pocos
soplagaitas que creen que ahora todo vale. Que los valores son cosa del pasado.
Si. Os hablo a vosotros que os amparáis en la libertad de expresión para
insultar o vejar a cualquier hijo de vecino porque os da la gana o porque os
cae mal. A vosotros que lanzáis tacos cada vez más altisonantes porque ahora es
la moda. A vosotros que os cagáis en todo. Quiero que sepáis que mucho nos
costó a los españoles recuperar ese derecho para que ahora lo utilicéis
torticeramente para pisotear credos, ideas o pensamientos alejados de vuestro
progresismo, a mi juicio, mal entendido.
A estos de los que hablo alguien
debería leerles en voz alta la definición que la RAE tiene para las palabras
moral y ética. Pero dudo que las entendieran a la primera. Lo que más me duele
de esta sociedad en la que me ha tocado vivir, es la laxitud que arrastra; el
cansancio que soporta debido, probablemente a un hartazgo provocado por la mediocridad
y la sinvergonzonería de una clase política que ha dado concesiones a diestro y
siniestro hasta llegar a este punto del todo vale. Un estado de ánimo que da
alas a unos tipos indefinidos que enarbolan banderas indefinidas y que se
amparan en principios que carecen de principio ¿Saben a qué me suena todo esto?
Seguro que recuerdan cuando el profesor se marchaba de clase. Entonces, los
alumnos aprovechábamos para subirnos a los pupitres, y tirábamos bolas de papel
y hacíamos caricaturas en la pizarra.
Pues bien, en este país los profesores
(entiéndase la metáfora) han salido del aula o bien miran a otro lado. Y los
alumnos, como adolescentes que son, se rebelan contra todos y contra todo. Esto
hay que cambiarlo, dicen. Lo bueno es lo que digo yo y lo malo lo que tú dices.
Y punto pelota. Y que nadie les diga nada que encima nos dicen que somos unos
antiguos, unos fachas o unos reaccionarios. Precisamente a muchos que, por
nuestra edad, vivimos la transición y luchamos por conquistar unas libertades
que ahora les sirven a ellos para parodiar y ensuciar todo lo que se ponga en
su camino. Respeto, moral, ética, valores, educación… ¿Tan difícil es de
comprender? Como cantaba Víctor Manuel “Aquí cabemos todos… o no cabe ni Dios”.
miércoles, 10 de febrero de 2016
EL DÍA DE LA MARMOTA
(Artículo publicado en Viva Jerez el 11/2/2016)
Allí estaré. Colgué el teléfono. Bajé las escaleras de dos en dos y, ya en la puerta, salí flechado hacia la moto. Había tiempo. El director me había citado a las 12.30 y en el Ayuntamiento aún no habían tocado las doce campanadas. Calculé diez minutos para llegar a la moto y otros diez para llegar a su oficina. Siempre es mejor, pensaba, llegar antes a una cita que retrasarse. En fin, iba con esos pensamientos cuando me para mi amigo Perico. Tito ¿qué tal el finde? Bien, Pedro. Ya sabes, cargando las pilas y bla, bla, bla… Pero, perdona, tengo prisa. Una reunión muy importante. En ese momento, las doce campanadas ¿Nos vemos a las tres para tomarnos un oloroso? Venga, hablamos. Lo dejo atrás y a cinco metros alguien me sujeta del brazo. Javier, un amigo madridista hasta las cejas. Esteban, vaya con el Madrid ¿Viste a Ronaldo cuando cogió el balón y bla, bla, bla…? Que si, que Cristiano es un crack, pero Javi, lo siento, tengo prisa… Y qué me dices del entrenador cuando… Lo siento, tío, no puedo, de verdad. Lo dejé con la palabra en la boca. Miro el reloj. Las 12.05.
De repente caigo. Me palpo el bolsillo y… ¡Olvidé las llaves de la moto en mi despacho! Miro al cielo y vuelvo sobre mis pasos. Javier, que me ve, se acerca de nuevo. Y lo de Benzemá ¿qué me dices? Javi, que sí, que ando liado… Lo dejo atrás hablando solo. A 10 metros, Perico, otra vez. Tito, a las tres no puedo, mejor a las tres y media. Que si, luego te llamo. Llego al despacho. Escalera pa arriba, escalera pa abajo. Las 12.20. Vuelta a empezar. El día de la marmota. Perico otra vez diciéndome no sé qué de la hora, Javier que si el Madrid adelantará al Barça… Y yo, a lo mío, con las llaves en la mano sin atender a nadie. De repente un joven con carpeta me para para hablarme de no sé qué asociación ecologista y firma aquí que vas a contribuir a salvar el planeta, y a las ballenas… Lo siento, tengo prisa. Finalmente llego a la moto. Las 12.45. Me pongo el casco y suena el móvil. Mi padre. Debe ser importante. Me quito el casco. Dime ¿Papá? ¿Papá? Falla la cobertura. Cuelgo. Lo llamo. Comunica. Debe estar llamándome.
No puedo esperar más. Me pongo el casco. Arranco la moto. Suena el móvil. Mi padre. Apago el contacto. Me quito el casco ¿Si? Ahora sí, me dice. Es que mi móvil falla y lo tengo que llevar a la tienda porque bla, bla, bla… Papá, perdona tengo prisa ¿Cómo? Se va la cobertura. Que llego tarde y… ¿Cómo? Que después te llamo. No me entero de nada. Cuelgo. Las 12.50. Como pronto llegaré media hora tarde. Suena el móvil, es mi mujer. Dime que llego tarde. No, que ha llamado el director y que te cita para mañana la misma hora. Vuelvo al despacho y otra vez la letanía del ecologista, de Javier y de Perico que si las ballenas, el Real Madrid y a qué hora nos tomamos la copita. Suena el móvil. Mi padre. Suspiro, miro al cielo mientras suena una campanada en el reloj del Ayuntamiento.
Allí estaré. Colgué el teléfono. Bajé las escaleras de dos en dos y, ya en la puerta, salí flechado hacia la moto. Había tiempo. El director me había citado a las 12.30 y en el Ayuntamiento aún no habían tocado las doce campanadas. Calculé diez minutos para llegar a la moto y otros diez para llegar a su oficina. Siempre es mejor, pensaba, llegar antes a una cita que retrasarse. En fin, iba con esos pensamientos cuando me para mi amigo Perico. Tito ¿qué tal el finde? Bien, Pedro. Ya sabes, cargando las pilas y bla, bla, bla… Pero, perdona, tengo prisa. Una reunión muy importante. En ese momento, las doce campanadas ¿Nos vemos a las tres para tomarnos un oloroso? Venga, hablamos. Lo dejo atrás y a cinco metros alguien me sujeta del brazo. Javier, un amigo madridista hasta las cejas. Esteban, vaya con el Madrid ¿Viste a Ronaldo cuando cogió el balón y bla, bla, bla…? Que si, que Cristiano es un crack, pero Javi, lo siento, tengo prisa… Y qué me dices del entrenador cuando… Lo siento, tío, no puedo, de verdad. Lo dejé con la palabra en la boca. Miro el reloj. Las 12.05.
De repente caigo. Me palpo el bolsillo y… ¡Olvidé las llaves de la moto en mi despacho! Miro al cielo y vuelvo sobre mis pasos. Javier, que me ve, se acerca de nuevo. Y lo de Benzemá ¿qué me dices? Javi, que sí, que ando liado… Lo dejo atrás hablando solo. A 10 metros, Perico, otra vez. Tito, a las tres no puedo, mejor a las tres y media. Que si, luego te llamo. Llego al despacho. Escalera pa arriba, escalera pa abajo. Las 12.20. Vuelta a empezar. El día de la marmota. Perico otra vez diciéndome no sé qué de la hora, Javier que si el Madrid adelantará al Barça… Y yo, a lo mío, con las llaves en la mano sin atender a nadie. De repente un joven con carpeta me para para hablarme de no sé qué asociación ecologista y firma aquí que vas a contribuir a salvar el planeta, y a las ballenas… Lo siento, tengo prisa. Finalmente llego a la moto. Las 12.45. Me pongo el casco y suena el móvil. Mi padre. Debe ser importante. Me quito el casco. Dime ¿Papá? ¿Papá? Falla la cobertura. Cuelgo. Lo llamo. Comunica. Debe estar llamándome.
No puedo esperar más. Me pongo el casco. Arranco la moto. Suena el móvil. Mi padre. Apago el contacto. Me quito el casco ¿Si? Ahora sí, me dice. Es que mi móvil falla y lo tengo que llevar a la tienda porque bla, bla, bla… Papá, perdona tengo prisa ¿Cómo? Se va la cobertura. Que llego tarde y… ¿Cómo? Que después te llamo. No me entero de nada. Cuelgo. Las 12.50. Como pronto llegaré media hora tarde. Suena el móvil, es mi mujer. Dime que llego tarde. No, que ha llamado el director y que te cita para mañana la misma hora. Vuelvo al despacho y otra vez la letanía del ecologista, de Javier y de Perico que si las ballenas, el Real Madrid y a qué hora nos tomamos la copita. Suena el móvil. Mi padre. Suspiro, miro al cielo mientras suena una campanada en el reloj del Ayuntamiento.
miércoles, 13 de enero de 2016
PUERTAS AL CAMPO
Durante estos últimos meses he asistido a una serie de
declaraciones públicas sobre el independentismo de Cataluña y, por
consiguiente, sobre el desmoronamiento de España, la desmembración de este país
que “tanta gloria atesoró durante siglos” y que ahora corre el peligro real de
convertirse en un conjunto de estados federados con su bandera y su lengua
propia. Los que a este discurso se aferran hablan de desastre, del hundimiento
irremediable de un país que no volverá a ser el mismo de antaño. Y todo ello lo
pregonan engolando la voz y alzando el dedo inquisidor al cielo en señal de
advertencia divina a quien ose fragmentar esta patria una, grande y libre. No
puedo remediar una amarga sensación cuando escucho este tipo de glosas que me
suenan irremediablemente a patriotismo trasnochado. Como también me suenan a
otros tiempos esos aires victimistas contra el estado “español” de un puñado de
catalanes que enarbolan unos derechos históricos inexistentes para poner
puertas y fronteras a un campo que es de todos y de nadie.
En un planeta unido
bajo los lazos invisibles de la globalización, que aboga por la supresión de
las fronteras, este tipo de actitudes anacrónicas suenan, de un lado, a una
chirriante regresión al pasado más casposo de una parte del país que aún se
acomoda entre los algodones del franquismo más tardío, y de otro al intento
burdo de unos independentistas que únicamente desean ocultar bajo la alfombra
los desmanes de una parte de burguesía catalana escenificada por la corrupción
en partidos como Convergencia. Unos y
otros me producen un gran rechazo. De un lado, esos que ven la mismísima mano
del diablo en la posible escisión del concepto patrio, y de otro, aquellos que
persiguen el cierre de sus fronteras atendiendo a la no ingerencia de otra
cultura que, según ellos, ahora les es ajena después de siglos de pacífica
convivencia.
El mundo es de todos y de nadie. El hombre no es más que una gota
de agua en el océano de la historia del planeta. Pretender ser ahora el ombligo
del mundo construyendo fronteras, enarbolando banderas y cantando himnos solo
es un intento vano por poner puertas al campo. Nunca en la historia de la
humanidad existió tanta complicidad entre los habitantes de este planeta azul.
La información fluye de un punto a otro de la Tierra en segundos, el medio
ambiente nos une, el Tercer Mundo llama a la puerta de nuestras conciencias y
el efecto mariposa nos condena colateralmente a entendernos. El futuro discurre
por esa senda y lo demás suena a rancio. Menos fronteras y más solidaridad. ¿No
les parece?
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