Abro el periódico y me indigno, supongo que como la mayoría
de ustedes. Que si Urdangarín y la Infanta, que si Jaume Matas, los ERES
fraudulentos, Bárcenas y ahora Acebes, Rodrigo Rato y las black, los Puyol y
los Mas, José Luis Núñez y Neymar, Fabra y Correa… ¡Ya está bien! ¿Qué será lo
siguiente? ¿Quiénes esconden aún sus cabezas bajo las alfombras? Me pregunto,
igual que ustedes, en manos quiénes hemos estado y, algunos casos, seguimos
estando. Hablamos de personajes públicos que, en muchos casos, administraban
nuestro dinero en virtud al mandato que les dimos. Pero nos defraudaron.
Metieron la mano en la caja creyéndose impunes. Nos engañaron vilmente y
abusaron de nuestra confianza.
Supongo que ahora muchos abjurarán de la
política en general u optarán por formaciones ideológicamente ambiguas que nos bombardean
de promesas vacías y de paraísos inalcanzables. Yo, en particular, creo que
podemos regenerar la forma de hacer política. Con controles más exhaustivos,
con mandatos limitados, con transparencia, con las puertas abiertas de par en
par, con luz y taquígrafos. Cierto es que en todos los países hay casos de corrupción y prevaricación.
Por desgracia la naturaleza humana tiene sus fallos y puede ser que la
tentación de obtener dinero fácil sea algo que se de en cualquiera que ocupe un
cargo público pero, reconozcámoslo, la frecuencia, la cantidad y el descaro con
el que esta clase de delito se da en España es imposible que se pueda repetir
en cualquier país civilizado de nuestro entorno. Aquí no se salva nadie;
políticos, banqueros, miembros de la judicatura, grandes directivos,
sindicalistas, tonadilleras... Solo hay que oír un telediario para ponerse las
manos en la cabeza. El menos pensado nos sorprende con dinero negro en paraísos
fiscales, coches y cenas de lujo con tarjetas opacas y otros dispendios que
cargan al bolsillo de curritos como usted o yo, mientras nos hablan de
recortes, de despidos “justificados”, de preferentes, de desalojos, de subida
de impuestos, de apretarse un cinturón que ya no tiene más agujeros…
Pero, hay
un hecho que agrava a mi juicio la cuestión y es que, aparte de las
responsabilidades administrativas o penales, el hecho de que el corrupto sea un
político alto cargo en la Administración, comporta un factor añadido que
debería impulsarle a que, sin necesidad de que se le pidiera u obligara su
partido, y ante la duda de que pudiera ser inculpado; dimitiera de su cargo, al
menos, hasta que hubiera quedado clara su situación. Pero no es así. El apego
al puesto, la falta de respeto por quienes lo eligieron o el empecinamiento en
negar lo evidente han hecho que en este país no dimita ni Dios. O cambiamos las
tornas de una vez o paramos este país y nos bajamos. Yo el primero.