Artículos y otros comentarios de un periodista del Sur que un día se marcó una senda Sin Límites
miércoles, 28 de abril de 2010
miércoles, 21 de abril de 2010
UN CUENTO QUE NOS SUENA DEMASIADO
(Artículo publicado en Viva Jerez el 22/4/10)
Erase una vez un pequeño pueblo de un pequeño país de quién sabe dónde. Sus vecinos vivían felices. Un día, el cartero del pueblo protestó por que su bolsa era pequeña para aguantar el peso de las cartas. Los vecinos se quejaron, ya que los envíos se recibían tarde. El alcalde le compró una bolsa más grande. Poco después, el cartero volvió a protestar por los kilómetros que andaba repartiendo cartas con una bolsa que pesaba demasiado. Los vecinos le dieron la razón y el Ayuntamiento le compró una moto con sidecar para que pudiera ir más rápido y no tuviera que soportar la carga sobre sus hombros.
Pasó el tiempo y nuevamente el cartero se quejó por que trabajaba muchas horas por poco dinero. El alcalde le recordó que aquel era un pequeño pueblo, con pocos recursos, por lo que el aumento debía esperar. El cartero no se lo pensó y desde ese día no repartió más cartas hasta que no aceptaran su demanda. El pueblo se rebeló porque no les llegaba el correo y se manifestó frente al Ayuntamiento. Finalmente, el alcalde cedió. Y llegó el invierno y con él las nieves. El pueblo quedó incomunicado y el único contacto con el exterior eran las noticias que el cartero traía cada día sorteando toda clase de dificultades. Por la tarde, los vecinos lo esperaban en la plaza. Pero el primer día de nevada no llegó. Ni siquiera había salido de casa aduciendo que su abrigo no era lo suficientemente grueso como para soportar el frío del camino. Los vecinos increparon al alcalde y éste le compró otro abrigo. Pero el cartero pidió además unas botas, gorro y pantalones mejores. El Ayuntamiento, esta vez dijo no. Era un pueblo pequeño y ya se había endeudado con la bolsa, la motocicleta, el abrigo, y el aumento de sueldo. Y pidió al cartero que, durante el invierno, abandonara su protesta y que después hablarían. El cartero se negó y se quedó en casa. Pero esta vez los vecinos no protestaron frente al Ayuntamiento. Más bien negaron el saludo al cartero. Pasó el invierno y el cartero anunció nuevas protestas, pero el pueblo ya no estaba de su lado. Le increpaban en la calle con la mirada. Se quedó solo. Nadie le hizo caso. Nadie le apoyaba. Incluso se pensó en contratar a otro cartero. Igual tenía razón en lo que pedía, o igual no, pero lo realmente cierto es que las formas no fueron las correctas.
Dos moralejas: 1.- El error del cartero fue perjudicar a sus vecinos en un momento muy especial para ellos. 2.- Las amenazas y las presiones desaforadas pueden volverse en contra porque deslegitiman a quienes la formulan. Apliquen este cuento a Jerez, ahora que llega la Feria y el Mundial de Motos. ¿A qué colectivo les suena?. ¡¡Bien, acertaron!!. Pues que se apliquen el cuento.
miércoles, 14 de abril de 2010
ESAS SUFRIDAS MUJERES...
(Artículo publicado en Viva Jerez el 15/4/10)
Es un domingo cualquiera de verano. Nueve de la mañana. La sufrida esposa se ha levantado dos horas antes para preparar la tortilla, los pimientos asados, la ensaladilla, los filetes empanados y las papas aliñás. Su marido aún duerme. Mientras se fríen las patatas, María ha puesto la lavadora, planchado las camisetas de los niños, tirado a la basura el cenicero repleto de colillas de la noche anterior, recogido los calcetines sucios que Manolo dejó a los pies de la cama todo ello mirando de reojo el reloj del pasillo.
Son las once y un bostezo matutino, que siempre le recuerda al león de la Metro, le anuncia que su costillita acaba de despertar. ¡Que nos vamos a la playa, María!. ¿Aún estás así?. ¡Ponme el desayuno, mientras que me ducho y me afeito!.¡Oye, por cierto!, ¿No huele a quemado?. ¡Dios, que se me queman las patatas!. María sale corriendo a lo justo de evitar las llamas en la sartén. Pela más patatas, prepara otra sartén y vuelta a empezar. Manolo ya se ha duchado y entra en la cocina. ¿Aún no has preparado el desayuno?. ¡María, encima que te llevo a la playa!. La sufrida esposa lo mira preguntándose en qué lugar del camino se quedó ese h ombre que le regalaba flores, le piropeaba por teléfono y le traía el desayuno a la cama. Está a punto de responderle cuando aparecen por el pasillo los dos diablillos, que ya apuntan las maneras de su padre. ¡Mama, el desayuno! ¿Aún estás así?. ¿Has visto mi bañador azul?. ¡No me gustan los filetes empanados, prepárame una hamburguesa!. Son las doce y los niños ya están en el coche. El papá mira impaciente el reloj. ¡María, que nos va a pillar la cola y después no queda sitio en la playa para la sombrilla!. Ella, aún en casa, termina de tender la ropa, recoge la mesa con el desayuno, pone la comida al gato y apaga las luces...
Son las dos de la tarde. No cabe un alfiler en la playa. ¡Mamá, ponme crema en la espalda!, ¡María, tráeme el Marca que me lo he dejado en el coche!. Ella mira al cielo imaginando la vuelta.. En que debe bañar a los niños, en la arena en el pasillo, la ropa sucia. Un pensamiento que se rompe cuando la oronda figura de su marido sale del agua y, dirigiéndose a ella le dice: ¡María, dame un tinto!. ¿Tinto? ¡Yo no lo he cogido, no me has dicho nada!. ¡Por Dios! ¿Se te ha olvidado? ¿En qué estás pensando?. ¿No estarás a punto de que te baje la regla?. María lo mira con ojos cansados, mientras una tímida lágrima asoma por su rostro.
(Pd: A quienes corresponda: Describir una realidad, que afortunadamente está cambiando, no es sinónimo de comulgar con ella. Relatarla y exagerarla en tono jocoso no implica justificarla. Por el contrario, sacar punta a todo puede esconder cierta intransigencia).
miércoles, 7 de abril de 2010
ESOS SUFRIDOS HOMBRES
(Artículo publicado en Viva Jerez el 8/4/2010)
Parece que nunca va a llegar el día. Los hombres vivimos felices en nuestra ignorancia creyendo ingenuos que a ellas se les pasará la cita. Pero al final ese aciago día llega. Es la tarde de un sábado cualquiera. Apaciblemente sentados en el sofá o en nuestro sillón favorito nos disponemos a echar una merecida siestecita con la última peli del “Cine de barrio” cuando, en ese momento, aparece nuestra mujer y nos dice sugerente ¿Me acompañas a comprar ropa?. Un sudor frío recorre en ese momento la frente al imaginarnos el mal trago que nos aguarda. Un temblor se apodera de todo nuestro ser. Lo primero que se te pasa por la cabeza es poner una excusa. La más recurrida es “cariño, me duele la cabeza”, pero ¡ojo!, porque esa evasiva la inventaron ellas, y para nosotros no cuela. Se echa entonces mano de un rosario de justificaciones que va desde aludir al cansancio a que finalmente arreglarás ese grifo que gotea. Pero todo es inútil y, por arte de birlibirloque en un abrir y cerrar de ojos te ves entrando en el Hipermercado con la cabeza gacha y cara de cordero degollado preparado para vivir una experiencia sobrenatural.
Preguntar cuánto tiempo sufrirás el mal trago es absurdo. Siempre dirán que media hora, que necesitan una falda a juego con esa chaqueta beig que le sienta tan bien. ¡Mienten!. La media hora se convertirá en dos, tres o cuatro en el mejor de los casos. Y es que está científicamente comprobado que las manecillas del reloj pierden su cadencia al entrar en la sección de ropa con la pareja de uno. El tiempo se dilata y todo discurre a cámara lenta. Es entonces cuando observas la mirada solidaria de otros hombres que se esfuerzan en sonreírte en un gesto de complicidad mientras con sus rostros amarillos deambulan como zombis sin alma tras sus compulsivas mujeres. Pacientes esposos con ojos entornados y mirada perdida que sortean stands de ropa mientras su esposa entra y sale del probador, se pierde y vuelve a aparecer entre estanterías. Sufridos maridos aguantando con entereza a la puerta del probador eso de “¿Me sienta bien, cariño?” “¿Parezco más delgada ahora?” o “Tráeme la talla 36 de esa falda marrón”. Santos Job que, por su infinita paciencia, bien merecerían un monumento al esposo desconocido en alguna de las innumerables rotondas con que cuenta esta ciudad.
Propongo que sea un lugar de peregrinación y culto donde nunca falte una corona de laurel, un ramo de flores y una llama perpetua en honor de esos sufridos hombres. (La próxima semana hablaré de “esas sufridas mujeres”. Ya saben, por aquello de la paridad...).