(Artículo publicado en Viva Jerez el24/6/2010)
Mediodía de un tórrido viernes de agosto. En la plaza del Arenal, el termómetro marca ya los 41 grados. Un grupo de japoneses, ajeno al calor y con sus inseparables cámaras en mano, hace fotos a Primo de Rivera, al edificio de Urbanismo, al Señor de la Puerta Real y todo lo que se menea. Cuarenta metros más abajo, en la Corredera, estoy yo. En el bar Entrevinos tomándome una cerveza muy fría con unos amiguetes y con el aire acondicionado al máximo. No se está mal, pero ya alguno ha mirado la hora y en breve nos iremos a casa. Recuerdo que hoy me toca acoquinar la ronda y previéndolo, me giro disimuladamente y saco la cartera en busca de algún billete que mostrar orgulloso al camarero. Pero nada. Telarañas. Debo actuar rápido para que nadie note mi descuido, así que salgo del local con la excusa de llamar por teléfono, pero con la intención de buscar el cajero más próximo.
Un bofetón de calor me recibe en la calle mientras me dirijo a uno de la Corredera. Saco la tarjeta y en la pantallita leo: “No podemos atenderle por razones técnicas transitorias”. Vuelvo sobre mis pasos y camino hacia la plaza del Arenal. El otro cajero está ocupado por un señor de mediana edad. Me sitúo detrás, a pleno sol. El termómetro marca 43 grados. Las cervecitas empiezan a hacer efecto y miro el reloj. Han pasado 5 minutos y ahí sigue el señor, pidiendo extractos, recargando el móvil, sacando dinero, actualizando la cartilla y vaya usted a saber qué operaciones más. Empiezo a desesperarme. Por fin acaba y girándose me dice el señor; “No da dinero, sólo se puede ver el extracto”. Cierro los ojos y me seco el sudor. Voy ahora a la calle Larga. Me encuentro a los japoneses, más encogidos si cabe por el calor, inmortalizando el Gallo Azul. Suena el teléfono. Son mis colegas diciéndome que se marchan. “Tomaros otra ronda, que yo la pago. Ahora voy”.
Suspiro hondo mientras vuelvo a sacar la tarjeta y... “El cajero está en reactivación. Espere unos minutos”. Me armo de paciencia. El mismo mensaje una y otra vez. Observo un cajero de otro banco que no es el mío. Me cobrarán gastos, pero qué se le va a hacer. Parece que este sí funciona. Meto la tarjeta. Pido 40 euros y... nada de nada. Se queda colgado mientras yo espero. A los 10 minutos, se arregla pero sin noticias del dinero ni de la tarjeta. Se la ha tragado. Estoy empapado en sudor. En ese momento, se acerca uno de los japoneses y me pide que le haga una foto al grupo. Vuelve a sonar el teléfono. Son mis amigos otra vez. El sol me quema el cogote. No puedo más. Miro al cielo mientras me acuerdo de la familia del Señor Murphy y en la ley que un día inventó.