8 de la noche del pasado sábado. Me dispongo a disfrutar de una representación lírica de auténtico lujo en el Teatro Villamarta. Se ha colgado el cartel de no hay localidades. Faltan unos minutos para que comiencen las tribulaciones de Don Giovanni, Leporello, Doña Elvira o Don Octavio, y aguardo impaciente escuchar las arias de mi paisano y amigo, el tenor Ismael Jordi. Pasa a mi lado José Luis de la Rosa y le felicito por el magnífico libreto que ha editado para la ocasión la asociación cultural La Arcadia. Oteo a mi alrededor en el patio de butacas y observo rostros conocidos y anónimos, espectadores de toda condición, edad y estrato social. Hasta que mi mirada se detiene dos filas más adelante en un individuo de mediana edad, chaqueta azul y corbata del mismo color, con el abrigo doblado sobre sus piernas y que ojea el libreto pasando las páginas de tres en tres sin un interés manifiesto en su contenido. Lo acompaña una señora menuda, muy elegante, que muestra un gran collar de perlas en su cuello y que con la mirada altiva parece buscar impaciente a alguien conocido al que saludar.
Me he centrado algo más de lo debido en el entorno para que sitúen al personaje en su contexto, porque la historia viene a continuación. El motivo de fijarme en este señor, y no en otro, fue el cablecito que salía de su oreja izquierda y que trataba de disimular encogiendo los hombros y recostándose sobre la butaca. En un principio pensé que podría tratarse de alguien que tuviera problemas de sordera o bien un invidente que se disponía a asistir a una ópera merced a algún sistema audiodescrito ideado por el Villamarta (que yo sinceramente desconocía). Pero mis sospechas se confirmaron cuando se sacó las gafas del bolsillo interior de su chaqueta a la vez que encendía y sintonizaba un pequeño transistor que llevaba oculto. No me lo podía creer.
Rápidamente caí en la cuenta que esa misma tarde mi hijo me había recordado que a las 8 de la noche comenzaba el Valladolid-Barcelona. ¡Dios!. ¡Casi 60 euros para estar más pendiente de Messi y compañía que de una representación lírica del nivel de Don Giovanni!. No se quitó el auricular en ningún momento. Incluso le vi apretar el puño y sonreír en más de una ocasión. Más tarde comprendí que el sujeto era culé ya que su equipo había ganado tres a cero… el último gol de Messi. Evitaré los comentarios irónicos y despectivos a cerca de la hipocresía de un sector muy concreto que aún desea aparentar asistiendo a actos como una ópera en el Villamarta, pero creo que ustedes saben por dónde voy. En fin, esto es Jerez. O mejor dicho, una parte cada vez más residual de Jerez…