miércoles, 17 de julio de 2013

MANOLIN

(Artículo publicado en Viva Jerez el 18/7/2013)

Eran alrededor de las cuatro de la madrugada. Afortunadamente decidí no ir en coche a la fiesta previendo la larga noche de copas. Regresaba a casa andando por una ciudad a esa hora desierta, en blanco y negro. Por calle Porvera me encontré con el camión de la basura y con una pareja que hacía arrumacos en una casapuerta junto a esa misteriosa tienda de máquinas de escribir ¿? que constituye sin duda uno de los enigmas más insondables de esta ciudad. Al filo del antiguo quiosco de Paco Castro, torcí por Chancillería. Ya en su tramo final, junto a Las Reparadoras, me quedé mirando a un hombre que venía por la misma acera pero en sentido contrario. No me pregunten porqué, pero me pareció extraño. Cuando nos cruzamos, el tipo me pidió fuego sin mirarme a la cara. No fumo. ¿Y un euro para un café?  Uy, lo siento. ¿Seguro?, me dijo mientras sacaba una navaja del bolsillo y amenazaba con rajarme si no le daba la cartera. Me quedé de piedra. 

De repente, el tipo me miró fijamente. Fue tan solo un segundo pero su rostro cambió de repente. ¿Esteban?, me preguntó. Sí, le dije yo con voz temblorosa. ¿No te acuerdas? Soy Manolo. Manolín, el hijo de Paco. El hermano de Antonio. Vivía en la calle Justicia, unas casas más abajo que la tuya. Rosa, mi madre, compraba en la tienda de tus padres y yo estudié en el colegio del Dute Robaperas. Manolo, Manolín… En ese momento vinieron a mi mente fugaces momentos de esa familia que un buen día dejó el barrio y se mudó a San Juan de Dios. De Paco, sin oficio conocido y que se bebía hasta el agua de los floreros en el bar “La Fábrica”. De Antonio, que ya robaba desde muy temprana edad para pagar sus correrías a Venus y que un día amaneció muerto en Rompechapines a consecuencia de un mal viaje. De Rosa, que hacía malabares para dar de comer a su familia aguantando las palizas de su marido. Y cómo no, de Manolín. Un joven enjuto que un mal día viró su camino y comenzó a trapichear con todo. La cárcel se convirtió en su segunda casa, aunque a decir verdad no se le conocía domicilio fijo después de que su padre muriera de cirrosis y su madre probablemente de pena. 

Y allí estaba ahora, mirándome con una sonrisa socarrona mientras guardaba su navaja. ¿Qué tal, tío? Te veo en la tele. Eres un buen tipo. Perdona por lo de la navaja pero, ya sabes, debo buscarme la vida… Me acompañó a casa. Hablamos de conocidos comunes, de esos tiempos en los que la calle era un gran salón de juegos, de cómo habían cambiado nuestras vidas. Nos despedimos con un abrazo. No he vuelto a verlo. Alguien me dijo que regresó a la cárcel, pero esta vez por muchos años. A veces pienso en Manolín. Y me pregunto cómo hubiera sido su vida si su familia, el entorno y las circunstancias hubieran sido otras. No seré yo quien lo juzgue. Porque juzgar es fácil. Y castigar, también. Lo difícil es ponerse en la piel de una persona a la que la vida no le dio la más mínima oportunidad.   

miércoles, 10 de julio de 2013

EL MOSQUITO


(Artículo publicado en Viva Jerez el 25/6/2013)
Estaba cansado. El día había sido duro y caluroso. ¿Quién dijo que este año no iba a ver verano? La mañana trabajando, mediodía de reunión familiar y tarde de compras. Un día completito y, para colmo, me había perdido mi sagrada siesta vespertina que, parafraseando al malogrado Cela acostumbro a dormirla “con padre nuestro, pijama y orinal” (lo del pijama lo suscribo, lo del padre nuestro menos y lo del orinal… me suena a una guarrada a esta alturas). En fin, que allí estaba yo después de una dura jornada, recostado en el sofá mientras comenzaba a sentir cómo los párpados cedían lentamente. Justo después de la tercera cabezada, y visto que en la tele solo ponían reposiciones infumables, decidí acostarme. Eran las once pero nada me hacía suponer la nochecita que se avecinaba. 

Todo fue bien las tres primeras horas pero, al filo de la dos de la madrugada, un zumbido fino, hiriente, desagradable e insoportable me taladró el tímpano haciéndome despertar al instante. No sé si a ustedes les pasa lo que a mí, pero me siento incapaz de dormir ante la presencia de un mosquito que no tiene otra cosa que hacer (y mira que es grande la habitación), que pasearse desafiante por mi oído emitiendo su inconfundible e insufrible zumbido. Encendí la luz, me puse de pié en la cama y armado con mi letal almohada de látex me dispuse a acecharlo. Lo oía. Sabía que estaba en algún lugar de la habitación, pero no lo veía. Para colmo, sentí un ligero escozor en la pantorrilla; síntoma inequívoco de que el maldito insecto volaba con, al menos, una gota de mi sangre en su panza. De repente lo vi. Estaba posado junto a la mesita de noche. Respiré hondo, me acerqué despacio, reconocí el terreno y… ¡almohadazo que te crió!. El resultado fue una lamparita rota y el rolex que había dejado en la mesita revoleado por el dormitorio. Busqué su cadáver sin éxito, así que me volví a acostar con la sonrisa de la victoria en mis labios. No habían pasado ni diez minutos cuando volví a sentirlo traspasar mi oído, el tímpano, el martillo, el yunque y adentrase en lo más hondo de mi cerebro hasta hacerme perder los nervios. Vuelta a encender la luz y a trazar una nueva estrategia. Así toda la noche hasta que el reloj no marcó las seis. 

Recuerdo el momento como si lo estuviera viendo. Ese mosquito, descansando tan plácidamente en el techo y esa almohada de látex impactando sobre él. No lo toqué. Allí quedó para la posteridad. Aplastado, ensangrentado y pegado al techo. Cada noche, al acostarme elevo mi mirada y lo veo. Estoy seguro que es la mejor advertencia para otros congéneres que quieran desafiarme. ¿Qué se han creído?. ¡No saben con quién están tratando!. ¡Vamos, hombre!.  Y es que yo soy así…

miércoles, 3 de julio de 2013

GLOBOS VERDES

(Artículo publicado en Viva Jerez el 4/7/2013)
A veces los sueños se hacen realidad. Otras, se aparcan a la espera de mejores tiempos. La mayoría se esfuman, se pierden en ese mundo onírico de imaginarios globos de color verde esperanza que se llenan del fresco aire de las ilusiones, pero que en el ascenso chocan con el inexorable techo de una realidad que les impide salir. Y es entonces cuando muchos explotan. Y se olvidan. Y desaparecen. Proyectos, planes de futuro que un día imaginamos con la confianza puesta en hacerlos realidad pero que impactaron de frente con los muros de la intransigencia de una sociedad que solo cree en lo que ve, en lo seguro. Pero las cosas están cambiando. La realidad que nos ha tocado vivir está haciendo posible que muchos de esos globos verdes escapen al fin y alcen el vuelo surcando el cielo. Es probable que muchos de ellos tengan una corta vida y exploten. Pero habrán salido y al menos habrán tenido la gran oportunidad de ser visibles. Otros, sin embargo, crecerán y, en algunos casos, se convertirán en grandes globos verdes que seguirán ascendiendo. Pero ojo, nadie dijo que llegar hasta aquí, e incluso mantenerse, fuera fácil. Hay que soportar las flechas que nos lanzan otros globos que creen haber comprado el cielo porque llegaron antes. Pero el cielo es de todos y hay hueco para que cualquier globo demuestre su valía y que sean los demás quienes juzguen su trayectoria.  

Buen ejemplo de ello es la empresa Xerintel, de mi amigo Alberto Alcántara que ya ha alcanzado un trocito de ese cielo; el soplo de aire fresco de Airearte, de Juan Miguel Blanes; el toque innovador de Marco Antonio López con Jerez Emprende; la apuesta por la música de María José Rodríguez con Escena Lírica; la imagen hecha arte de Monty Montero y Jose Melero con Handa Films; la profesionalidad más joven de Cristina Lojo y Lourdes Rojí con LC Comunicación; el acercamiento a nuestro entorno de Eduardo Valderas y Cecilia Rodríguez con Spirit Sherry; la valentía de César Pérez con Jerez sin Fronteras y su tabanco de plaza Rivero; el desarrollo de proyectos urbanos de Jose María Aragón, Carlos Gutiérrez y José Luis Nieto con Livingtown; la imaginación de Eva Lara, Mayte Gutiérrez y Gema Trigo con UnMandaito; el ímpetu de los hermanos Pablo y Carolina Ruiz Amo con Urban Oasis; el ritmo más innovador de Alabrisa Eventos, de Jesús Pérez; la experiencia puesta al servicio de la comunicación con Sinlímites, de la reconocida periodista Amparo Bou; la innovación tecnológica que defiende Komuniko, de Toni Rodríguez; el empeño de la diseñadora Mónica Padilla, el tesón de María Bonald, la valentía de Lola Rueda y tantos otros emprendedores que cada día apuestan por sacar esto adelante.

Globos verdes, de distintos tamaños, que ya surcan el cielo de Jerez. Están ahí. Solo hay que alzar la vista para verlos. Y todos ellos surgieron de ese lugar de donde nacen los sueños.