Oiga, ¿092? Que me han robado la moto. Sí, aquí mismo, en
la puerta de mi trabajo, en la Plaza de la Yerba. Acabo de terminar el curro y
me disponía a cogerla para irme a casa. La dejé esta mañana y ahora no está.
Sí, es una kimco color gris y con la matrícula xxxx. Sí, agente, tengo todos
los papeles en regla. De acuerdo, muchas gracias. Colgué el teléfono aún con el
temblique en las manos. No podía ser. Le tenía puesto el candado, ese gordo que
compré en la tienda de los chinos y tampoco es una moto golosa de robar. Tiene
años para dar y regalar. Pregunto a mis compañeros de trabajo. Nadie sabe nada.
Todos los días la dejo en el mismo sitio, enfrente del trabajo, junto a las
otras motos. Y, qué casualidad, todas están en su sitio, menos la mía.
Doy una vuelta
por los alrededores pero ni rastro. Vuelvo a llamar a la policía local. Aún no
se sabe nada, ya le avisaremos si hay noticias, pero le aconsejamos que ponga
denuncia en comisaría. Así lo hago. Una hora después (ya son las cinco y aún no
he comido) vuelvo a llamar al 092. Nada. Me voy andando a casa. Es abril pero
vaya calor que hace. 24 grados a pleno sol. Por fin llego y como algo rápido.
Se ha pasado la hora de la siesta y vuelvo a llamar. El agente, algo enfadado
ya, me dice que no llame más, y me repite la cantinela de que ya me avisarán
cuando sepan algo. Reviso mis papeles en busca del seguro, pero la póliza no
cubre el robo. Y no están las cosas como para comprarme otra moto. Así que a
patita a partir de ahora. ¿Y si la han desguazado y ahora el manillar, el faro
y las ruedas están cada uno por un lado? Y si la han quemado en algún
descampado? Era vieja, pero le tenía cariño. En las cuestas se venía abajo,
pero aguantaba el envite y al final siempre las subía. Quizá debí mimarla más
en sus últimos meses. Debí limpiarla y cambiarle la bujía y el aceite y
arreglar la pata de cabra. Cuántos buenos ratos pasé con mi moto.
Pero, en fin,
son ciclos que pasan y terminan. Siempre la aparcaba aquí, a la puerta de casa,
y cuando llovía le ponía un plástico para que no se mojara. La echaré de menos.
Con ese runrún del motor que tenía cuando la arrancaba… Esta mañana, sin ir más
lejos… ¿O fue ayer cuando…? Recuerda, Esteban, recuerda. Salí a las 8 y llegué
al trabajo poco después. Y la aparqué, como siempre, en la Plaza de la Yerba ¿O
no? Piensa Esteban. Ahora recuerdo, el aparcamiento lleno y… ¡Dios!. No la
aparqué allí, si no en calle Armas. Sonrío ¡No me la han robado! ¡Vaya
despiste! Suena el teléfono. Es la Policía Local. Oiga, que hemos encontrado su
moto. Está cerca del lugar de la sustracción… en calle Armas. Está intacta.
¡Hay que ver, cómo son estos ladrones!, digo en voz alta. Le quitan a uno la
moto para dejársela varios metros más allá. Gracias, señor agente. Es nuestro
trabajo, caballero…