jueves, 30 de agosto de 2012

EL CAMARERO


Martes por la mañana. Hoy me he despertado temprano. He pedido el día libre en el trabajo y me dispongo a disfrutar de una jornada sin informes ni jefes, sin órdenes ni horario establecido. Un día para ir a pagar el seguro, al banco para eso del préstamo, a pasar la ITV... ya saben. Lo primero, desayunar en la calle. Sí, me voy a permitir el lujo de tomarme unas tostadas en el centro. Me compro el periódico y me siento en la terraza de un conocido bar. Alzo mi mano a fin de llamar la atención del camarero... y nada. Pasa una y otra vez a mi lado, con la bandeja en la mano y con la prisa reflejada en su cara. Lo llamo: “Jefe, por favor”. Ni por esas. Llevo diez minutos y por fin se acerca para, sin ni siquiera mirarme, limpiar la mesa de cafés, restos de migas, el sobre arrugado del azúcar y un vaso de agua a medio terminar. “Uno con leche, una media con aceite y un zumo de naranja natural, por favor”. 

El camarero se marcha quedándome la duda si ha oído mi pedido, pero en fin vamos a tener fe. Otros diez minutos. Vuelvo a repasar el periódico y, cuando ya me disponía a hacer el sudoku, aparece el camarero con un café solo, un croissant y un vaso de agua. Respiro hondo. “No ha dado ni una, oiga”. “Le pedí...”. No me dio tiempo a más. Recogió en un pis pas asintiendo con la cabeza, como diciendo “Sí, ya lo sé, ya recuerdo”. Otros cinco minutos por el reloj. Al fin aparece con lo que le pedí. Lo deposita en la mesa buscando mi aprobación, que finalmente obtiene al comprobar que todo estaba bien. Me acerco al café y ¡voila!, “está frío”. La tostada, también ha sufrido los rigores de un largo tiempo fuera del tostador y el zumo... es de bote. Se me queda la cara de tonto y, a riesgo de pillar una pulmonía, me tomo el café, la tostada con aceite y el zumo de bote que, además, estaba aguado ya que los dos cubitos de hielo ya se habían derretido. 

Respiro hondo una vez más y pido la cuenta. Se acerca el camarero, recoge todo y se lleva el periódico. “Oiga, que no es de la casa, que es mío, que lo compré esta mañana”. Ni caso. Se pierde entre las mesas y decido esperar a que vuelva para expresarle mis quejas. Vuelve, sí, pero de pasada. Sin hacerme caso. “Mi cuenta, por favor”. “Y el periódico, que es mío”. Respiro hondo una vez más, pero esta vez sonrío. Me levanto despacio y, sin vacilar, desaparezco por la calle abajo. Sí, me he ido sin pagar... pero ¡Qué gustazo y qué bien me he quedado.! ¿No les parece?.

miércoles, 22 de agosto de 2012

A COLARSE TOCAN


Es uno de esos deportes nacionales en los que este país es líder indiscutible. Me refiero a “colarse, entendiendo este término en la acepción más pícara, esa que supone ponerse por delante de alguien saltándose el turno preceptivo. Vaya como ejemplos éstos que refiero a continuación. Primero: El “cara”. Dícese del que haciendo caso omiso u oídos sordos se cuela el primero, o en medio de la cola del banco, despacio, disimuladamente, silbando “mi jaca galopa y corta el viento..” y que, cuando alguien le recrimina su actitud se sorprende y aduce no haberse dado cuenta, que lo siento, que no era mi intención y que no había visto la cola. Segundo: El “enchufao”. Por este sobrenombre se conoce al individuo que, aprovechando una relación de parentesco o amistad, se salta a la torera a la gente que lleva media hora esperando a la entrada del fútbol, saluda afectivamente al de la ventanilla o puerta, según el caso, y entra como Pedro por su casa hasta la cocina. Tercero: El “listo”. En este apartado incluiremos a ese paciente que llega el último y que cuando se abre la puerta del médico se cuela rápidamente con cualquier falsa excusa diciendo algo así como “Perdonen, solo es una pregunta rápida y salgo enseguida” o “¿Me permiten?, es urgente”, dejando con un palmo de narices al personal. 

Cuarto: El “tengo un morro que me lo piso”. Es el que se cuela en una boda de postín, bien conjuntado, con su acompañante del brazo, arroz en mano, vivan los novios y viva el padrino y dispuesto a jurar en arameo que está invitado por la familia del novio o de la novia, según sea el que se lo pregunte. Quinto: El “no sabe usted con quien está hablando”. Aquí incluiremos a ese individuo engominado, barbilla en alto, aire de superioridad, andar distinguido y móvil en la oreja que entra decidido saludando de soslayo al portero de la discoteca, y dejándolo tan absorto que creerá que tiene ante sí a  alguien “importante” y que estaría feo pedirle la entrada.  Sexto y último: “El mente fría”. Se trata de un ser inteligente, que estudia el terreno y que actúa en consecuencia. Es ese que falsifica la entrada de los toros con el Photoshop o bien la fotocopia en color; el que se inventa un carnet o acreditación falsa de periodista para entrar en un concierto; o que el que se cuela en el Circuito por la entrada de atrás o por la de emergencia haciéndose pasar por trabajador. 

En otros apartados más simpáticos, estarían personajes como Jimmy Jump, ese cachondo de la barretina que se coló en los premios Goya dejando en evidencia a los responsables de seguridad de la Gala, y que también dejó perplejos a los europeos con ese minuto de gloria junto a Daniel Diges. Espero no haberles dado ideas para “colarse”, aunque seguro que alguno de los que leen esto incluirían más apartados y formas para entrar por el morro allá donde no están invitados. Aunque solo sea por el prurito de decir “me he colao…sin pagar”. 

jueves, 2 de agosto de 2012

VUELVE EL MACHOTE


El “machote” vuelve a estar de moda. Sí, el macho ibérico resurge de sus cenizas cuando todos le creían una especie en vías de extinción. Y es ahora, en verano, cuando aparece reivindicando altivo ese nuevo concepto de hombre que recoge el relevo de esos “tíos de pelo en pecho” verdaderos iconos sexuales de los 80 y que, aún hoy subsisten en alguna reserva. Empecemos por los últimos. Son fáciles de identificar. Vientre prominente, una querencia por las rubias (léase cerveza), su pasión por el fútbol y/o los toros, pelo en pecho que sobresale orgulloso por el último botón de la camisa (los pelos puntúan mucho, sobre todo los de la espalda y las orejas), lamparón en la pechera, olor a Varon Dandy, el perrito de muelle en el salpicadero del coche, pantalones ajustados, calcetines blancos y gafas oscuras con cristal de espejo. Pero éstos especimenes están en clara decadencia. Sobreviven en un hábitat muy definido, atesorando las películas del héroe fílmico de los 70, Alfredo Landa (inventor del landismo) y reuniéndose con otros compañeros que se resisten en el Alcázar de su integridad ibérica a entrar por el aro de una metrosexualidad que les incita a depilarse el pecho o embadurnarse su rostro sin afeitar de cremas y potingues. 

Vayamos ahora a los actuales “machotes”. Se reconocen por su coche tuneado, con alerones y faldones que casi arrastran por el asfalto y donde suena el "reggueton" a toda pastilla. Generalmente se saben las canciones e incluso intentan bailar dentro del coche mientras el semáforo esta en rojo. Llaman a su pareja por el apelativo de churri y llevan varios tatuajes en el brazo y la pierna. Comparte con su homónimo de los 80 que bebe cerveza y se ve los partidos de fútbol hasta de tercera división. El móvil colgado del cuello o en la cintura, como los profesionales y el mando a distancia siempre a mano. No usa desodorante ni cepillo de dientes. El cabello grasiento que parezca que lo lleva mojado todo el día. Y siempre se tocan el miembro unas cuantas veces durante la conversación. Así que, queridos metrosexuales, pésimas noticias. 

Apurad los últimos coletazos de vuestras cremas hidratantes y quemad en una hoguera colectiva vuestras camisetas ceñidas y los posters de Beckhan. Es el Apocalipsis de los torsos apolíneos. Llega con fuerza el machote del siglo XXI.