(Artículo publicado en Viva Jerez el 2/10/2014)
Si.
Lo confieso. Me ha costado mucho, pero al fin me atrevo públicamente a
confesarlo. Creo que debo asumir una realidad que, inexorablemente, me persigue
sin que pueda hacer nada por evitarlo. Es superior a mis fuerzas. Algo que me
supera. Una y otra vez caigo en la tentación y los consumo vorazmente, casi a
hurtadillas, a sabiendas que, a la postre, me producirá desazón y angustia por
haber sucumbido a la tentación. Pero no puedo remediarlo.
El sentimiento de
culpa me persigue antes y después de la ingesta de esos productos. Los compro
los fines de semana. Los introduzco en una bolsita y los llevo a mi casa. Los
guardo en el rincón más oculto. En un lugar alto, inaccesible para los niños.
Cuando nadie me ve, cuando todos duermen plácidamente, cuando la luna oculta
con su sombra la luz de mi pecado, me transformo cual Doctor Jekyll en un auténtico Mister Hyde, y comienzo
mi ritual. Todo empieza cuando agarro la bolsita y la miro con inusitada
exaltación. Todo el cuerpo tiembla pensado en el efecto que se avecina. Con un
ritual casi medido, me siento en el sofá.
Miro a mi alrededor. Pienso en lo que me espera y una sensación de bienestar,
de pasmoso regocijo me recorre el cuerpo. Entonces lo abro. El olor que
desprende me embriaga y la boca se me hace agua. Cierro los ojos y, tras unos
segundos, los vuelvo a abrir. Vuelvo a mirar a diestro y siniestro ante la posibilidad de que alguien
pueda verme. Y entonces me llevo uno de ellos a la boca. El paladar comienza a
sentir múltiples sensaciones. Los muerdo, los saboreo una y otra vez. Son de
todos los colores, sabores y texturas. Pero tienen algo en común que los hacen
irresistibles. Respiro hondamente y vuelvo al festín. Finalmente, veo el fondo
de la bolsita. Curiosamente, el último es el que sabe mejor. Me chupo los dedos
y vuelve a aparecer el sentimiento de culpa.
Pero, que me quiten lo bailao.
Mañana me apuntaré al gimnasio y, sin duda, comenzaré el régimen… En fin, que
sí, que lo reconozco. Lo confieso públicamente ante ustedes, lectores del Viva
Jerez. Tengo una adicción irrefrenable a consumir… golosinas, chuches,
gominolas, palomitas de maíz, frutos secos, regaliz, chocolate... No lo hago
habitualmente. ¡No se vayan a creer!. Pero cuando lo hago, la culpa y la
desazón me persiguen por igual (aunque yo corro más...). Ahora bajo la cabeza y
entorno los ojos ante ustedes. No se lo digan a nadie y, por favor, no me lo
refieran cuando me vean por la calle. Se me caería la cara de vergüenza. Ahora
les dejo. Es jueves, mañana viernes y se acerca el fin de semana…
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