(Artículo publicado en Viva Jerez el 28/3/2012)
Estoy cansado. Harto de los extremos
a los que hemos llegado en esta sociedad pretendidamente igualitaria. Hastiado
de los excesos a los que nos someten los nuevos adalides de una democracia mal
entendida. Fastidiado por tener que comulgar con ruedas de molino cada vez que
hablo o escribo en determinados foros como éste. Siempre hay alguien escondido
tras unas siglas rimbombantes que se aferra a una expresión, a un comentario o
a una simple palabra sacada de contexto para tacharte de homófobo, machista, rojo,
facha, racista o xenófobo. Y ya no se trata de la ofensa gratuita a las minorías
sociales, que es execrable a todas luces. Hablo de tener necesariamente que
coger el rábano por las hojas cada vez que escribo o hablo con el propósito
último de quedar bien con todo el mundo. De tener al lado el diccionario de lo
políticamente correcto para revisar mientras se escriben las palabras que “no
deben pronunciarse” (aunque aparezcan en el RAE y se hayan utilizado desde
siglos), por otras que sí están “permitidas” y que presumiblemente no incomodan
a una sociedad a la que le trae al pairo este tipo de eufemismos ridículos y circunloquios
absurdos de género o condición para referirnos a personas o situaciones.
Y es
que es fácil que la corrección política se deslice con naturalidad hacia los
extremos. En este artículo, como comprobarán, no he puesto ejemplos porque estoy
convencido de que me atestarían la bandeja de entrada de mi buzón con insultos,
descalificaciones y demás lindezas envueltas, muchas de ellas, en halos
aleccionadores y llamadas constantes a la contrición de mis pecados cual oveja
descarriada. Pero estoy seguro de que en la mente de muchos de ustedes aparecen
cientos de ejemplos de la vida cotidiana. De hecho, les confieso que me ha
costado escribir estas líneas. He borrado varias frases y palabras susceptibles
de ser políticamente incorrectas, en un claro ejercicio de autocensura,
consciente de que no puedo abstraerme al hecho de vivir en sociedad, pero sí de
criticarla cuando crea oportuno.
Pero en las distancias cortas, yo seguiré
llamando negro a un amigo de color y ciego a un invidente con el que he pasado
más de una noche de juerga. Y le contaré un chiste de mariquitas a un amigo gay
y le diré “viejo” a mi padre, y hablaré de borrachos en vez de beodos, y de aborto antes que de interrupción
voluntaria del embarazo. Creo que, al final, la cuestión no es “lo que se diga”
sino “cómo” se diga. En mi caso, respeto profundamente a todos, y los que me
conocen así lo atestiguarán. Y ahora, si a alguien incomodé con mi artículo,
adelante: abajo tienen mi web. La hoguera está preparada y el reo dispuesto a
que lo quemen para escarnio público. Pero seguro, que en el fondo, la mayoría
piensa como yo.
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