(Artículo publicado en Viva Jerez el 15/3/2012)
La travesía fue dura. Mucha arena y poca vegetación. Calor
sofocante de día y mucho frío por la noche. Durante años vagué por el desierto
con la esperanza de hallar una salida. Un día, a lo lejos, percibí unas formas
que a medida que me acercaba fueron conformando un paisaje de ensueño. Altas y
frondosas palmeras rodeaban ese lugar en el que se oía el ruido del agua y
niños jugando y un agradable olor a carne a la brasa. Entré y fui recibido con
los brazos abiertos, apretones de manos, abrazos y besos. Me aceptaron gustosos
en ese oasis rodeado de arena. Durante años viví en ese paraíso, ajeno a lo que
había dejado atrás. Tanto, que me creí uno de ellos. Encontré trabajo fijo como
maestro y, con la ayuda de unos vecinos que me prestaron dinero, me compré
ropas nuevas, dos camellos, varias cabras y una casa.
Pero una mañana, al despertar,
todo había desaparecido. Me hallaba a las puertas de ese oasis, despojado de
mis ropas nuevas, sin camello, cabras ni dinero. Llamé una y otra vez, pero
nadie abrió. Oía a lo lejos el ruido del agua y los niños jugando, y el olor a
carne recién hecha. Y allí estaba yo. Al sol, con el desierto a mi espalda.
¿Qué había pasado? ¿Qué hice mal? Me pregunté. Y de pronto, sonó el
despertador. ¡Vaya sueño! Desiertos, oasis, camellos… Sonreí mientras trataba
de buscarle una explicación. Ya en el desayuno, abrí el periódico y leí varios
titulares. “El juzgado hace efectivo el
desahucio de una familia en…”; “Los bancos siguen negando crédito a las
familias...”; “La plantilla sigue sin cobrar las nóminas de…”; “El paro llega a
4,7 millones de personas…”; “La reforma laboral rebaja derechos…”; “Los
comedores sociales no dan abasto…”; “Más de 8 millones de españoles en el
umbral de la pobreza”…. Cerré el
periódico.
Comprendí que el protagonista de mi sueño era un país que, después
de vagar años por el desierto, subió los peldaños de tres en tres y creyó ser
una potencia del primer mundo, rodeado de dinero, de manga ancha con los
créditos, segundas viviendas en la playa o en la montaña y dos o tres vehículos
por familia, de viajes a Cancún, de ganar cuatro y gastar cinco, de números
rojos en un banco que siempre sonreía al abrir las puertas, de compro este piso
por diez y lo vendo mañana por veinte, de seguridad laboral hasta que me jubile,
de espejismos... Y nos creímos nuevos ricos. Todos. Usted y yo. Hasta que
alguien clavó una aguja en la burbuja paradisíaca en la que vivíamos “de
prestado” y nos estrellamos contra la fina arena del desierto. Y ahora estamos de
nuevo a las puertas de ese oasis, con un cuaderno de deberes bajo el brazo y añorando
ese paraíso de trabajo seguro y nómina puntual, créditos fáciles y derechos
adquiridos. Sé que volveremos a entrar ahí. Tarde o temprano. Pero, ojo, ya
nada será como antes. Hemos cambiado de ciclo y
deberemos cambiar el chip. Cuanto antes lo comprendamos antes asumiremos
nuestra realidad… por cruda que ésta parezca.
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