Probablemente una de las cosas más agradables de la Navidad sea la convivencia con los amigos, la reunión con los colegas de profesión, el encuentro con los compañeros alrededor de una buena comida. Son días de vacaciones, de regreso a lo más íntimo, de fraternidad. Comidas de empresa, almuerzos con la familia, cenas con los amigos… Pero este año es tan particular como el patio de mi casa. Se nota que la cosa económica no está como otros años. O bien se mira con lupa el presupuesto de una comida o, simplemente este año hemos preferido hacerla en nuestra casa y así no gastar demasiado fuera. Pero hay momentos ya institucionalizados que son “sagrados”.
Viene esto a colación del almuerzo que la pasada semana reunió a Los Titos (creo que ya les he hablado de esta peña de amigos míos), en un conocido Restaurante de la ciudad. Pues bien, allí estábamos, rozando las tres de la tarde, una decena de “titos” alrededor de una mesa, hablando de todo un poco, brindando con oloroso y bromeando con la crisis… cuando llegó. Fue casi sin darnos cuenta. Se abrió la puerta del salón y allí estaba él. Su olor nos llegó incluso antes de que apareciera. Se hizo el silencio. Todos giramos la cabeza y lo miramos embelesados. Se acercó despacio, a cámara lenta, casi protocolariamente, hasta que fue a pararse justamente en el centro de la mesa. Troceado y churruscadito, nuestro amigo el “Tito Cochinillo” era, como cada año, la excusa perfecta para reunirnos en torno a él y degustarlo regado con un buen Rioja. Pasaron los minutos y llegaron el postre, los chupitos y las copas. Y más brindis por el añorado tito Juan Andrés, que se nos fue al cielo, por el tito Paco Méndez que estaba de viaje y por nosotros y el año que comienza. En ocasiones pienso que son estos momentos los que realmente merecen la pena. Los fugaces instantes en que se aparcan los problemas y surge la charla relajada y amigable, sin ambages, sin intereses de por medio, con la amistad como única bandera a enarbolar. Abrir hoy un periódico o escuchar un informativo en radio o verlo en televisión es una invitación permanente al pesimismo por lo que hay y por lo que nos espera. Nuestro futuro laboral está en el aire, los que aún lo mantenemos. Y el país se prepara para tiempos nada gratos. Por eso, momentos como los vividos el pasado viernes me ayudan a sobrevivir y a encarar el nuevo año con optimismo y ganas de hacer las cosas bien.
Probablemente cada uno de ustedes tenga su propia experiencia navideña, sin duda, agradable. Pero yo, desde esta tribuna, a dos días de la Nochebuena y con el permiso de los lectores de Viva Jerez, quiero agradecer la fantástica tarde vivida con mis titos Pedro García, Sergio Seco, Desi Martínez, Juan Álvarez, Juan Reyes, Antonio Cala, Manolo Monge, Gregorio Ruiz y Emilio Rubiales. Levanto mi copa y brindo por vosotros. Feliz Navidad a todos.
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