El
término “Drone” (zángano en inglés) fue aplicado por los americanos a los
primeros UAS (aeronaves cuyo piloto no va a bordo) derivados del modelo
británico “Queen Bee” (abeja reina).
Tras décadas de uso exclusivamente militar, el multirrotor al que hoy
denominamos Dron se ha popularizado en los últimos años
tras su aplicación
comercial en trabajos que requieren una cierta autonomía aérea.
Su
capacidad autónoma los convierten en herramientas esenciales para su
utilización en lugares peligrosos o de difícil acceso. Igualmente se muestran
adecuados para prestar apoyo a los servicios de emergencia en zonas de desastres naturales a fin de
coordinar las posibles acciones de rescate o el envío de medicinas o
suministros. La
cartografía de terrenos muy amplios y la realización de ortofotos; la gestión
de cultivos e incluso la fumigación automática de algunas zonas; el control de obras y la evaluación de su
impacto; el seguimiento de la planificación urbanística, la gestión del
patrimonio o el control y análisis del tráfico en las grandes ciudades son
otras de las aplicaciones que se están conociendo en paralelo a la aparición de
nuevos modelos con nuevas y mejores prestaciones.
Pero
probablemente, entre el gran público, la aplicación más conocida sea la imagen
que desde el cielo ofrecen estos drones. Equipados con cámaras de alta definición
dirigidas desde el propio mando en tierra y con la visión que en tiempo real
muestran en dispositivos como tablets o smartphones, son capaces de
sobrevolar cualquier escenario natural
para mostrarnos fotografías y vídeos de
una espectacularidad única. La industria del cine ya se ha fijado en estos
pequeños ingenios voladores para filmar escenas que, hasta ahora, solo podían
recoger helicópteros o avionetas con el gasto que ello suponía y el poco
control que se tenía sobre las imágenes que se captaban. En
definitiva, ningún experto se atreve hoy a aventurar hasta dónde podrían llegar las aplicaciones
de los drones a medio y largo plazo. El
abanico de posibilidades es inmenso y por ello los gobiernos de todo el mundo
han decidido regular su actividad. El hecho de que sean consideradas como
“aeronaves” no tripuladas les ha conferido una categoría que, en cierta medida,
está íntimamente ligada a la aeronáutica. Es por eso que la regulación actual
exige para su utilización en trabajos profesionales una titulación oficial de
piloto que, en el caso de España, está avalada por la AESA (Agencia Española de
Seguridad Aérea) dependiente del Ministerio de Fomento. Un curso de 60 horas
teóricas y 7 prácticas realizado por las Escuelas de Pilotos de Navegación
Aérea existentes en nuestro país.
No
en vano, utilizan un espacio aéreo común que ya está regulado por los
organismos correspondientes. Elevar un dron una altura considerable o en
lugares poco recomendables como en las
cercanías de un aeropuerto podría suponer un peligro para otras aeronaves. Sin
hablar del uso ilegal de estos aparatos por ejemplo para el envío de droga a kilómetros de distancia o
para la invasión de la intimidad; o
simplemente del peligro que supone en caso de caída ante una multitud de
personas. En
definitiva, los drones están aquí y han venido para quedarse. Sabemos su
presente, pero desconocemos hasta dónde podrán llegar en el futuro esos
ingenios voladores. El tiempo lo dirá.
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