(Artículo publicado en Viva Jerez el 15/11/2012)
Cada uno de nosotros se arrepiente, con el tiempo, de
determinadas decisiones. Caminos y sendas que elegimos tomar y que únicamente
la perspectiva de los años nos dará o quitará la razón. Equivocaciones y
aciertos que nos van curtiendo en eso que llaman “experiencia” y de la que
pueden hacer gala muchos mayores como mi padre, al que acudo en varias
ocasiones buscando su docto consejo. Hace algunos años me hizo una pregunta que
aún hoy me sigue inquietando. ¿Qué edad tienes ahora?. ¿45 años?. ¿Qué harías si
tuvieses veinte años menos?. Lo miré fijamente y mi respuesta fue esbozar una
gran sonrisa, suspirar hondamente y acordarme de esas decisiones que nunca debí
adoptar, de las cosas que debí hacer y no hice, de los erróneos caminos que
seguí...
Aún seguía deambulando en ese territorio onírico de lo que “puso haber
sido y no fue” cuando mi padre me devolvió a la realidad formulándome otra
pregunta con respuesta incluida: ¿Sabes lo que haría yo si tuviera 45?. También
él suspiró y esbozó una leve sonrisa para decirme después ¡Con cuarenta y cinco
años, yo haría mil cosas, me arriesgaría en mil asuntos y viviría la vida
intensamente!. Me dejó pensativo, y antes de que pudiera decir nada, sentenció:
¡Carpe Diem!. ¡No esperes a tener sesenta años para arrepentirte por lo que
pudiste hacer y no hiciste con cuarenta y cinco. Ahora los tienes, disfruta de
la vida, toma decisiones arriesgadas, exprime el día a día intensamente. El
segundo, el minuto que desaproveches... no vuelve. El pasado queda, el futuro
está ahí, pero el presente es tan efímero que antes de terminar esta frase ya
se ha convertido en pasado.
Pasan los días, y las semanas y los meses y años...
Y antes de que te des cuenta, te haces mayor y es entonces cuando miras hacia
atrás con nostalgia y con la rabia de no tener, al menos, veinte años menos
para aprovechar el instante al máximo, para afrontar esa indecisión de la que
hiciste gala años atrás. Me quedé pensativo, escrutando lo acertado de sus
palabras en su arrugado rostro. Esas palabras de mi padre me hicieron tal mella
que no hay día que no las recuerde. En ocasiones, ese espíritu rebelde choca de
frente con la realidad más cruda. Esa que nos impide tomar la decisión que
queremos en el momento en que queremos. Pero, lo importante es tener claro que
la vida es una y que nos pertenece. Sólo así algún día tendremos la valentía de
romper esas cadenas que nos atan a la cotidianidad más insulsa.“Carpe Diem”,
como diría mi padre.
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