(Artículo publicado en Viva Jerez el 6/9/2012)
Está
en pleno centro de Jerez. Es un bar pequeño, de cuyo nombre no quiero
acordarme. Recién había terminado de hacer una gestión en la plaza del Banco
cuando me encontré, en la calle Larga a mi amigo Manolo “El Venencia”. Abrazos,
qué tal cómo estás, cómo te ha ido el verano, cómo va la familia… en fin, que
decidimos tomar una copa para celebrar que hacía más de dos meses que no nos
veíamos y precisábamos actualizar nuestras vidas. Recorrimos un par de calle y
entramos en el mencionado bar. En la barra pedí un Tío Pepe y Manolo un
refresco. Estoy tomando antibióticos, y ya sabes… me dijo justificándose. En
eso que el camarero nos anuncia que había hecho chicharrones y que estaban aún
calentitos. Venga, le dije. Una tapita cortita… ¡Y cortita,!. Cuatro
chicharrones que tenían más de tocino que de otra cosa. En fin, tras quince
minutos de animada charla pedí la cuenta. Ésto es mío, le dije a Manolo. ¿Cuánto
es? Seis con veinte, me dice el
camarero. ¿Cómoooo? Es que, ya sabe, con
la crisis nos vemos obligados a subir un poquitín los precios para sobrevivir.
¿Más de mil pesetas por una copa de vino, un cocacola y una tapita de
chicharrones?. Así es, me dijo muy
serio. Pagué. Por supuesto que pagué. Pero no sin antes jurarle y jurarme por
lo más sagrado que nunca volvería a ese bar.
Tal cara de tonto debía habérseme
quedado que “El Venencia” me arrastró a
otro bar para ahogar mi incrédula desazón en dos cervezas. Pidió dos cañas y,
tras un minuto, el camarero nos sirvió dos tapas de garbanzos con bacalao. ¡Con
la primera cerveza damos una tapa!, me dijo al ver mi cara de asombro. Charla
distendida, pese al sofoco de la clavada anterior y al terminar, Manolo que
pide la cuenta: Dos euros. O sea, más barato y con la barriguita llena de
garbanzos con bacalao y con el pan con el que hice innumerables barquitos hasta
que vi el fondo al platito. Me despedí de “El Venencia” y me fui a casa andando
y reflexionando.
Evidentemente el dueño del primer bar había ganado con
nosotros más dinero que el segundo, aferrándose a la tan cacareada crisis. Pero
el del segundo nos había fidelizado para los restos. Está claro que a todos mis
conocidos y amigos y a cualquiera que me pregunte sobre ese bar de cuyo nombre
aún no deseo acordarme le diré que no entre, ya que la clavada está asegurada.
Sin embargo, les animaré a que acudan al segundo ya que allí me encontrarán
siempre que pueda escaparme con alguno de mis amigos. ¿No creen que algunos
hosteleros de Jerez padecen miopía empresarial al procurar una ganancia inmediata
frente a la necesaria fidelización del cliente? Sí, hay crisis, pero frente a
ella, imaginación. Si matamos la gallina nos quedamos sin los huevos. Además,
que esto está ya inventado… Ahí tienen el ejemplo de Granada donde la tapa está
asegurada tras pedir cualquier bebida… ¡A ver si tomamos nota!.
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