(Artículo publicado en Viva Jerez el 20/9/2012)
Fue
hace años, en Conil. Un verano, junto a cuatro amigos más, decidimos pasar un fin de semana acampados en la playa
de la Fontanilla… cuando se podía y no había beneméritos merodeando. El
autobús, la comida, el hielo y las bebidas habían acabado con buena parte de la
paga mensual. Era sábado noche, el ambiente era genial y hacía ya años que las
madrileñas habían descubierto este rinconcito del sur. Y nosotros, que ya lo
intuíamos, nos pusimos las mejores galas. ¡A ligar tocan!... Las primeras incursiones
no dieron fruto. Qué tal, de dónde eres, estudias o trabajas (¡Ya sé lo que van
a decir, pero es que era lo que se estilaba…!). De repente, Juanlu, el más
ligón, nos hizo una seña. Había cinco madrileñas que estaban deseando
conocernos. Allá que fuimos, qué tal, cuánto tiempo os quedáis, qué os parece
Conil… Nos sentamos en el “reservado”. Entre una animada charla, risas, cubatas
y bailes lentos nos dieron las 6 de la madrugada. Una de las chicas alertó de
la hora y se levantaron con la escusa de que al día siguiente iban a Tarifa.
Con dos palmos de narices nos quedamos. Tanta rollo para nada. Ni siquiera un
piquito ni un achuchón.
En eso que Jesús pregunta ¿Han pagado? ¿Tenéis dinero
para todo esto?, dijo señalando la mesa llena de vasos vacíos. Diez personas,
cuatro horas bebiendo sin parar. ¡Jó, qué pasta!. Buscamos en los bolsillos,
pero entre todos sumábamos poco, y aún estaba el viaje de vuelta. ¡Igual nos
han invitado ellas!, dijo Luis. ¡Serás ingenuo! le respondí. Y allí estábamos,
tratando de hallar una estrategia de escape (lo que ahora se llama “hacer un
simpa”). Paco dio con la solución. Los servicios estaban cerca de la salida.
Así que solo debíamos levantarnos uno a uno, ir al wáter, y al salir escapar
raudos. El primero lo hizo bien. A los tres restantes la maniobra nos salió
perfecta. Pero Julio no salía. Habíamos quedado en la esquina. Esperamos quince
minutos, pero nada. Un amigo de Jerez, nos dijo que estaba retenido en la
puerta por dos securatas. ¡Lo habían pillado!”. Sin dinero ni tarjeta ¿Qué
podíamos hacer nosotros?. Pues… actuar como cobardes, como hicimos.
Veinte
minutos más tarde apareció Julio, serio y muy enfadado con nosotros. Les había
dejado en prenda su reloj y una cadena de plata por un importe que no recuerdo,
pero que era tremendo. ¿Tanto bebimos?. Nunca recuperó sus pertenencias. Se
aguó el finde y durante semanas tuvimos que devolverle el dinero que invirtió.
Hace un año me lo encontré. ¡Julio! ¿Qué tal?. Fue entonces cuando me confesó
que cabreado por nuestra actitud por no volver a la discoteca a salvarle el
culo, nos hizo pagar una deuda… ¡Por nada!. Al parecer, los de seguridad le
dejaron marchar cuando les juró que volvería en 5 minutos con el dinero, no sin
antes dejarles en prenda una barata pulsera de los moros que aseguró haber
pertenecido a su difunta madre. Además, resulta que las chicas sí habían pagado
su parte. Sonreí. Le día un abrazo y nos fuimos a tomar dos cervezas. Las
vueltas que da la vida.
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