Hoy he despertado con energía. A las
9 (¡ojo, aun estando de vacaciones aquí en Valencia!), me he dicho: “hoy voy a
aprovechar el tiempo”. He desayunado pan con aceite, su buen tazón de café con
leche y zumo natural de naranja. Después… bueno, después lo que hago siempre a
esa hora y que es consecuencia del desayuno. En fin, al grano. Lo primero,
lavar el coche. A mano, por derecho, nada de máquinas automáticas. Tres
bayetas, un bote de Fairy, una palangana, esponja, manguera y vamos que nos
vamos. En bañador, con el torso desnudo (mostrando la vacacional barriguita
cervecera) y en chanclas comencé el fregoteo. Lo primero, quitar la frasecita
que algún gracioso escribió en el parabrisas trasero “Lávalo, guarro, que no
encoge”. Después, enérgicos vaivenes con la esponja que hacían bueno el anuncio
del Fairy de que con una gotita… ¡Jo, cuánta espuma, casi no se ve el coche!
Para enjuagar, nada mejor que una manguera con difusor tipo pistola. En plan
John Wayne, disparando agua a diestro y siniestro, el coche apareció de nuevo.
Después, bayeta al canto y a secar para, a continuación, encerado profesional
(así lo dice el bote que compré en el Carrefour).
Y ahí estaba yo, en plan
Karate Kid “dar cera, pulir cera”. Después, aguantar el choteo de mi cuñado:
“cuando acabes ahí está mi coche…”, “no sabía que el color de tu Laguna era
ese…”. Para acabar, los cristales, por
fuera y por dentro. De lujo, oigan. Quince minutos y mi coche parecía otro.
Ahora por dentro. El sol, a esa hora, calentaba de lo lindo. Y dentro era un
horno. Abrí las ventanillas. Limpiasalpicaderos, limpiamoquetas y al lío. Al
retirar las esterillas hallé un cromo de Zidane del Mundial 2006; treinta
céntimos en monedas de uno, dos y cinco; dos bolígrafos; varias cáscaras de
pipas de calabaza; y un caramelo de limón de la Caja de Ahorros de Jerez.
Sudando como un pato salí del coche y situándome a varios metros miré mi obra.
Había merecido la pena. Ya era mediodía y el papa había dado bula para beber.
Así que, cervecita fresquita, quesito, papas fritas, aceitunitas con anchoas y
esto no será ná.
Ya iba por mi segundo zumo de cebada cuando oí un trueno
sospechoso. No podía ser. No había casi nubes en el cielo. En ese momento
recordé que, aquí en Valencia, llueve en verano cuando menos te lo esperas. Un brusco
contraste de las temperaturas y, en un pis pas, lluvia torrencial y después
vuelve a salir el sol… Y así fue. Un mes sin caer una gota y ahora, como un
pasmarote, cerveza en una mano y un papa frita en la otra, vi como comenzaba a
llover como si nunca hubiese llovido. Cinco minutos con cara de tonto. Cuando
escampó, el coche evidenciaba los efectos de una lluvia que había arrastrado
toda la arenilla que flotaba en el ambiente. Casi toda fue a parar a mi Laguna.
Menos mal, pensé, que por dentro seguirá limpio. ¿O no? ¿Cerré las ventanillas?
Diooossss.
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