Volví sobre mis pasos. Escruté cada
rincón por donde antes había pasado, pero nada. Repetí cada movimiento a la
inversa, pero ni rastro del móvil. Recordaba que lo había cogido y me lo había
colocado en el bolsillo trasero del pantalón, pero ahí no estaba. Llegué a casa
y le pedí a mi mujer su móvil. Marqué mi número. Sonaba. Buena señal, me dije.
Volví a recorrer el camino agudizando el oído a la espera de oír el tono, pero
nada. Además, recordé que lo había dejado en silencio cuando me fui a dormir la
siesta… y no lo cambié. El más difícil todavía, pensé. Perder un móvil, en los
tiempos que corren, es todo un drama. Además de los contactos, están las
aplicaciones bajadas, las notas tomadas, los datos personales, hay que darlo de
baja… Además del precio del teléfono, que no es moco de pavo. Un Iphone, con
todos sus avíos. Ahí es nada.
En fin, que proseguí con la búsqueda mientras seguía
llamando a ver si por lo menos algún parroquiano lo había encontrado y
respondía… Pero nada, ni rastro. Casi lo daba por perdido cuando observé a un
chico, de unos 20 años, con un Iphone como el mío en su mano derecha, con una
funda negra como la mía y enseguida lo guardó en su bolsillo cuando se percató
de mi presencia. Miró a un lado y al otro. Eran las 5 de la tarde y con el
calor la calle estaba vacía. De repente comenzó a andar rápido mirando hacia
atrás como con miedo. Blanco, y en botella, pensé. Volví a llamar.
Probablemente estuviera vibrando en su
bolsillo, pero no advertí nada extraño en su comportamiento. Al fin, me atreví,
salí corriendo y lo agarré del hombro. -¿Qué pasa?, me dijo nervioso. -¿Qué de
qué?, le dije, amenazante. -Creo que tienes algo mío. El chico se encogió de
hombros. -Dame el móvil de una vez y acabemos con esto. ¿Perdón?, -¡El móvil,
dámelo o te enteras!, le dije mientras alzaba mi mano derecha amenazante. No sé
de lo que me habla, dijo. El chico, en un descuido mío, salió corriendo. Salí
detrás, pero era más joven y corría como un galgo. -¡Como te coja, te enteras,
ven aquí, dame el móvil!.
En ese momento, vi a lo lejos un coche del 092. Alcé
mis manos y pararon. Les expliqué lo que estaba pasando. -¿Seguro que su móvil
es el del chico?. -¡Seguro, seguro. Es mío!. Blanco y en botella, leche. ¡Entonces
debe ser una casualidad que una señora nos acabe de entregar este Iphone que se
ha encontrado en el suelo, a unos metros de aquí…! Y me enseñó el que
identifiqué como el mío. Llamé y enseguida vibró y se encendió alertando de una
llamada de mi mujer. Tierra trágame, pensé. No me salía ninguna explicación
coherente a mi metedura de pata. Finalmente me entregaron el móvil y me fui a
casa. De camino volví a ver al chico y al llamarlo para pedirle disculpas salió
corriendo como alma que lleva el diablo pidiendo socorro a gritos. Tragué saliva.
Y es que, a veces, si es de color blanco y está en una botella, igual no es
leche… Digo yo.
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