Jerez. Sábado de Feria. A la altura del Hospital. Cuatro en
punto de la tarde. 32 grados de temperatura en el exterior y 8 grados más en el
interior de mi vehículo. Yo, camino de la Feria, corbata, chaqueta y flor en la
solapa y escuchando un CD de María del Monte, cuando me encuentro con un
atasco. Las obras de ensanche que se realizan en esta vía habían obligado a
parar el tráfico unos minutos para la descarga de material pesado. Además, para
mas inri, mi móvil estaba sin batería y aún no había llevado el coche a que le
miraran la avería del aire acondicionado. Habían pasado quince minutos y mi
nerviosismo subía enteros. Sudaba. Me quité la chaqueta y aligeré la corbata de
mi cuello. Miraba impaciente el reloj cuando, sin darme cuenta, giré la cabeza
hacia la derecha y entonces lo vi... ¡Ahí estaba él!. Bien trajeado, en su BMW
blanco con aire acondicionado y luciendo sonrisa profidén. El “individuo"
portaba en su mano derecha un móvil que parecía alejarle de aquella agobiante
situación y ligeramente inclinado hacia atrás hablaba despreocupadamente,
alisándose el pelo con la mano que tenía libre y sonreía, sonreía, sonreía...Mi
rostro se tornaba cada vez más estúpido mientras lo observaba con la boca
entreabierta y el gesto paralizado por el asombro.
Eran las dos caras de la
moneda: Yo, sudoroso, incomunicado, camisa remangada, agobiado... y él, sonriente,
enchaquetado, engominado, parecía no haberse percatado del atasco. Fue un
instante. El "individuo" giró su mirada hacia mi coche. Con los ojos
entornados recorrió mi vehículo y después me dirigió una pasada visual acompañada
de una sonrisa de indiferencia y superioridad. Parecía reírse de mi situación.
¡No aguantaba más!. A punto estuve de salir del coche y hacerle tragar el
móvil. Afortunadamente, sonó un claxon que me devolvió a la realidad y vi que
el atasco remitía. Pisé el acelerador y lo adelanté, no sin antes volver a
observar cómo me dirigía esa sonrisilla de indiferencia una vez más mientras
arrancaba su vehículo.
A unos 100 metros, frené en seco ante uno de los agentes
que restablecían el tráfico. En un ejercicio de civismo (y, porqué no decirlo, de
envidiosa venganza) advertí al agente que el conductor del BMW que venía detrás
estaba hablando por el móvil mientras conducía. ¡Si. Lo sabía!. Me había
convertido en un chivato. El agente miró y comprobó mi denuncia con una
sonrisa. Con gesto inquisidor alzó su mano abierta e hizo sonar su silbato
mientras yo hacía mutis por la circunvalación. No sé que ocurrió después. Solo
pude ver, por mi retrovisor, la mirada atónita del "individuo" que no
comprendía la causa de esa parada. Apreté el acelerador. La circulación estaba
restablecida. Ya no me importaba el calor, ni el agobio del atasco. Sonreí, subí
el volumen del CD y ajusté la corbata. ¡Sí, era un chivato, pero... me sentía
tan bien...!.
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