miércoles, 9 de noviembre de 2011

JALOWIN

(Artículo publicado en Viva Jerez el 10/11/2011)

Noche del 31 de octubre pasado. Vuelvo del trabajo y, en el camino a casa, observo atónito a varios grupos de chicas y chicos disfrazados de brujas, momias, de muertos vivientes vertiendo sangre por la boca... ¡Qué mal rollo, por Dios!. Es Jalowin (me niego a escribirlo en inglés, ¡ea!). Se trata ésta de una más de tantas otras fiestas “importadas” de fuera y que algunos, con gran éxito por cierto, decidieron algún día introducir con calzador como si fuera la más antigua de nuestras tradiciones. Porque estoy seguro que muchos de esos padres que visten a sus hijos de tal guisa desconocen el sentido de esa fiesta anglosajona. Ni que decir tiene que ni los críos saben porqué van así, y que muchos lo confunden con el Carnaval.

Permítanme bucear en la historia. El origen se produce con la conversión de los pueblos paganos al cristianismo. Ellos se negaban a abandonar sus fiestas y ritos paganos celebrados desde tiempos ancestrales, como el Samhain, celebración celta que coincidía con estas fechas. Cuando los cristianos tocaron tierras celtas, pensaron que esta fiesta era un culto a Satanás. Para convencerlos, el cristianismo adoptó el festival y lo convirtió en la conmemoración de la víspera del día de todos los santos o “All hallow's eve”, frase de la que surgió el nombre de Halloween (¡Vaya, ya lo escribí en inglés… cachis!). Los colonizadores irlandeses llevaron esta tradición a Estados Unidos y fue en la década de los ochenta del siglo XX cuando se internacionalizó, siendo la que más dinero genera, después de la Navidad. Pero estamos en España, donde estas fechas tienen un significado endémico. La festividad de Todos los Santos representa, culturalmente, la preparación para una nueva estación, el invierno, en el que la Naturaleza entra en letargo, en un tipo de muerte aparente. En nuestro país, este día es de obligado recuerdo para con nuestros difuntos, a los seres queridos que ya no se encuentran con nosotros. Pero la aldea global en la que estamos inmersos nos ha obligado a comulgar con esta fiesta, con calabazas recortadas (¡Uy qué miedo!) y el “truco o trato” inclusive. Los jóvenes no tienen la culpa. Una fiesta más, disfraces, risas y diversión, ja, ja, ja.

Pero no. No me gusta. Me da lástima esquilmar nuestras raíces. Y es ahora, cuando se acerca la Navidad, cuando pienso en que esa maldita globalización ha llegado también a estas fiestas, con el gordo Papa Noel colgado de las ventanas, Santa Claus con el trineo por la calle Larga y el árbol de Navidad con sus lucecitas de colores. Nada de esto nos pertenece. El nacimiento, el belén sí que forma parte de nosotros. Yo, por mi parte, se lo explicaré a mi hijo, para que no olvide dónde nació y cuáles son sus tradiciones. Y es que, como sigamos así, cualquier día celebraremos el 4 de julio cantando el barra y estrellas. Eso sí que me da miedo, y no los que vi la noche del 31 vagando por esta ciudad de la baja Andalucía.

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