ESE EXTRAÑO CONOCIDO
(Artículo publicado en Viva Jerez el 11/3/2010)
Salí del trabajo tarde. Hacía frío y una tenue lluvia caía sobre la ciudad. Pasaban las doce de la noche y el centro, a esa hora, estaba desierto. Sólo mis pasos rompían el silente escenario que se presentaba ante mis ojos. Jerez, a esa hora, nos enseña una faz distinta. Son las mismas calles, las mismas plazas, iglesias y monumentos. Pero, un incomparable abanico de sensaciones nuevas se abren en la ciudad a esa hora bruja. Es una serena quietud que invita a andar despacio, saboreando momentos invisibles a la luz del día. La vetusta fachada de “La Abacería”, en pleno corazón de San Miguel, me devolvía con su eco los pasos que despacio me dirigían al coche. Fue entonces cuando lo vi. Estaba sentado en el suelo. Tenía la mirada perdida y el rostro ajado. Reconozco que mi primera reacción fue cambiar de acera. Instinto, supongo. De soslayo advertí que se trataba de uno de tantos vagabundos sin un mundo donde habitar. Pero algo me hizo detener y volver la mirada hacia aquel sujeto menudo que ni siquiera había advertido mi presencia. Ese ser me resultaba conocido.
De repente, nuestras miradas se cruzaron. Fueron varios segundos. Después, él los bajó lentamente mientras los míos se abrían cada vez más. Una lluvia de recuerdos inundó entonces mi cabeza. Aquella fiesta en casa de sus padres, esa excursión a Villaluenga con la pandilla, el día que me acompañó a casa porque la borrachera me impedía dar un paso, cuando me presentó a su primera novia... Hacía años que no lo veía. Pero, sin duda, era él. Alguien me había advertido de su situación. La droga, la maldita y puta droga, lo agarró y su vida tomó una senda distinta y tenebrosa. Rompió con su novia meses antes de casarse, sus salidas de tono en el trabajo provocaron su despido y sus padres y hermanos lo perdieron en algún punto del camino. Y ahí estaba. Con la cabeza gacha y los ojos tristes. Me acerqué, pero mis pasos me delataron y rápidamente se incorporó y comenzó a andar. Lo llamé por su nombre pero no me contestó.
Con pasos inseguros se encaminó calle abajo perdiéndose por esa maraña de calles que se esconden en la Plazuela y al amparo de las sombras de una noche que para él es día. No lo seguí. Decidí respetar esa última llamada a la dignidad que me lanzó con su silencio. Volví sobre mis pasos y entré en el Café Arenal. Pedí un whisky solo, con hielo. Cerré los ojos, bajé la cabeza y apreté los puños en un intento de ahogar el grito de rabia que me consumía.
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