(Artículo publicado el 4/6/09 en Viva Jerez)
Durante estos últimos meses he asistido a una serie de declaraciones públicas sobre el desmoronamiento de España, sobre la desmembración de este país que tanta gloria atesoró durante siglos y que ahora corre el peligro real de convertirse en un conjunto de estados federados con su bandera y su lengua propia. Los que a este discurso se aferran hablan de desastre, del hundimiento irremediable de un país que no volverá a ser el mismo de antaño. Y todo ello lo pregonan engolando la voz y alzando el dedo inquisidor al cielo en señal de advertencia divina a quien ose fragmentar esta patria una, grande y libre. No puedo remediar una amarga sensación cuando escucho este tipo de glosas que me suenan irremediablemente a patriotismo trasnochado.
En un planeta unido bajo los lazos invisibles de la globalización, que aboga por la supresión de las fronteras, este tipo de actitudes anacrónicas suenan a una chirriante regresión al pasado más casposo de una parte del país que aún se acomoda entre los algodones del franquismo más tardío. Una actitud que paradójicamente se asemeja a la que propugnan algunos sectores declaradamente progresistas defendiendo el independentismo en virtud a vaya usted a saber qué derechos históricos que presumiblemente les amparan.
Unos y otros me producen un gran rechazo. De un lado, esos que ven la mismísima mano del diablo en la posible escisión del concepto patrio, y de otro, aquellos que persiguen el cierre de sus fronteras atendiendo a la no ingerencia de otra cultura que, según ellos, ahora les es ajena después de siglos de pacífica convivencia. El mundo es de todos y de nadie. El hombre no es más que una gota de agua en el océano de la historia del planeta. Pretender ser ahora el ombligo del mundo construyendo fronteras, enarbolando banderas y cantando himnos solo es un intento vano por poner puertas al campo. Nunca en la historia de la humanidad existió tanta complicidad entre los habitantes de este planeta azul.
La información fluye de un punto a otro de la Tierra en segundos, el medio ambiente nos une, el Tercer Mundo llama a la puerta de nuestras conciencias y el efecto mariposa nos condena colateralmente a entendernos. El futuro discurre por esa senda y lo demás suena a rancio. Menos fronteras y más solidaridad. ¿No les parece?.
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