(Artículo publicado en Viva Jerez el 20/6/2013)
En
ocasiones paseo por las angostas callejuelas del barrio de San Mateo intentando
captar en algún rincón esencias y recuerdos de una ciudad que ya no es. Sí, son
las mismas calles y plazas, los mismos edificios en algunos casos reformados…
pero hay algo que falta: el olor. Recuerdo mi infancia en la calle Justicia
rodeado de olores. Esos que emanaban de la droguería de mis padres (alcanfor, jabón
verde, colonias a granel, pinturas y productos de limpieza), de la bodega que
daba pared con pared con nuestra casa de vecinos y que a ratos nos regalaba
aromas de vino y vinagre; de la frutería de Jeromo que cada mañana nos
despertaba con fragancias a mandarina y albérchigos, a tomates y yerbabuena; de
las golosinas de Caramelos Donaire;
del pescado fresco de la pescadería de la esquina de Justicia con calle San
Juan, del intenso olor a chicharrones que cada jueves nos regalaba la carnicería
de Manolo y Antonia, el olor a goma y lapicero de los niños que corrían calle
abajo al colegio de Don Fernando Casas, la ¿porqué no decirlo? peste a podrido
que emanaba de la azucarera cuando el corría el levante en esas noches de
verano…
Y es que, los olores son grandes
evocadores de recuerdos intensos. Y hoy, cuando paseo por los mismos escenarios
de mi niñez, siento con tristeza y algo de nostalgia que esos olores no están
en el aire, simplemente han desaparecido. La modernidad y los hipermercados
echaron hace años el cerrojo a la droguería, y a la carnicería, la pescadería y
la frutería. Cerró el colegio y los niños dejaron de correr por las calles y
plazas del barrio. Y se dejó hace años de trasvasar el vino de una bodega a
otra atravesando la calle con esos grandes tubos que siempre dejaban regados
los adoquines con algún chorro de fino o amontillado. No, Jerez ya no huele
igual que hace 30 ó 40 años. Algo ha cambiado. Los grandes cascos bodegueros se
convirtieron en lofts de lujo (algunos quedaron en proyectos y en grandes
carteles), los pequeños comercios de barrio desistieron ante las grandes superficies,
el envasado acabó con los graneles y las azucareras se fueron con la remolacha
a otra parte.
En ocasiones, muy raras veces, furtivamente, me llegan algunos de esos olores. Entonces
cierro los ojos y me traslado a otros tiempos. A una niñez de pan con
mantequilla con azúcar, parches en los pantalones y juegos en la calle. Y
sonrío nostálgico recordando cómo era esa ciudad que hoy ha desaparecido. Sí, es
la misma, son los mismos rincones y plazas, las mismas calles y edificios. Pero,
a la vez, es diferente. Ni mejor ni peor… simplemente diferente.
Muy bonito y evocador. Recuerdo a tu padre, era cliente de Cofarga donde tuve mi primer trabajo, e iba por su droguería a cobrarle las facturas de los suministros. Muy cerca, en la plaza de los Ángeles, la droguería de la mujer a la que más quise en mi vida detrás de mi madre, mi madrina María Brea. En esa misma calle Justicia nació mi padre en 1920. Ya ves que nos unen algunas cosas
ResponderEliminarEsteban: Te pasa como a mí. Yo soy una nostálgica empedernida y en mi blog también tengo relatos de cuando era chica, de mi calle y el olor a pan caliente. También me gusta pasear por el casco antiguo de Jerez, a pesar de ser una vecina nueva y no tengo vivencias de sus rincones, pero lo viejo me transporta a otras épocas y qué le voy a hacer... soy así.
ResponderEliminarUn abrazo
TERESA