(Artículo publicado en Viva Jerez el 27/6/2013)
Lo conseguimos. Llegamos por fin. Suspiré ante tal hazaña y
me senté a disfrutar del paisaje, junto a mis dos compañeros, al lado de la
gran cruz que coronaba la montaña. Casi seis horas de subida hasta completar el
pico más alto de la provincia. Debía tener 17 años y para mí ese día fue muy
especial. Abrimos las mochilas y dimos cuenta de los zumos, bocatas y
chocolatinas que sabían a gloria a esa hora de la tarde. Algunas fotos, media
hora de descanso y a afrontar la bajada. Los cien primeros metros fueron
fáciles, pero fue a partir de entonces cuando apareció esa neblina que poco a
poco se acercaba. Tanto, que en unos minutos desapareció ese maravilloso
paisaje rocoso y todo se tornó oscuridad. Era media tarde y parecía de noche.
No veíamos a cinco metros y eso dificultaba la bajada. La niebla era cada vez más espesa. El peligro de exponerse a bajar sin visibilidad alguna nos hizo, tres horas más tarde, sentarnos bajo unos árboles a esperar. Pasaron los minutos y las horas. Y se hizo, esta vez sí, la noche. Con frío, hambre y miedo pasamos los peores momentos de nuestra vida, en silencio, esperando un milagro, porque entonces no había móviles para alertar a las familias ni a la Guardia Civil. Era media noche cuando, de repente, Luis creyó oír algo. Suena como… No se… Pusimos el oído pero no escuchamos nada. Yo mismo, poco después, creí ver a pocos metros una luz que desapareció al instante. Mantuvimos un silencio sepulcral aguardando a que regresara la luz y el sonido… y lo hizo. Iba y venía. Ahora sí que podíamos escucharlo y provenía del mismo sitio que la luz. Nos miramos. En esa época éramos fans de los programas radiofónicos de ovnis, ciencias ocultas y todo eso. Nadie se atrevía a decir nada, pero pensábamos en algo sobrenatural. Jorge se envalentonó y midiendo sus pasos, se dirigió despacio a la fuente del sonido y de la luz. Detrás, cogidos de la mano, Luis y yo. Avanzamos lentamente mientras la luz y ese sonido se hacían cada vez más fuerte y cercano. De repente, allí estaba eso.
En medio de la niebla no alcanzábamos a ver qué era, pero se movía acompasadamente, desprendía luz y emitía un sonido que… parecía ¿música?. Tragamos saliva y nos acercamos más. ¿Dire Straits?, dijo Luis. ¡Pero si es un coche aparcado! dijo Jorge. Me acerqué y miré en su interior, algo que no sentó muy bien a la parejita que en ese momento retozaba ajena a nuestra presencia. Tras la sucesión de gritos por parte del joven, explicaciones por nuestra parte, sentimos haberles interrumpido, dónde estamos, a dónde lleva esta carretera, tienen agua o comida, etc… les pedimos amablemente que nos llevaran al pueblo más cercano. Durante el camino a Benamahoma ninguno habló de ovnis ni de seres extraterrestres pero sin duda, durante unos minutos, esa idea había rondado nuestras cabezas. Sonreí entonces, y aún hoy lo hago cuando recuerdo la luz, el sonido y el “movimiento acompasado” de ese vehículo en medio de la espesa niebla.
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