(Artículo publicado en Viva Jerez el 12.1.2017)
Aún recuerdo cuando
cumplí 10 años. Mis abuelos a un lado, cuatro primos y dos titos a otro y en
frente mis padres. Yo en el centro, junto a una gran tarta con diez velitas que
apagué emocionado mientras mi padre me hacía una foto. Aplausos y todos a
cantar el “feliz, feliz en tu día” de
Gaby, Fofó y Miliqui. Sobre la mesa, para los niños, Mirinda y chocolate con
galletas María; para los mayores, una botella de Soberano y otra de Anís del
Mono. Unos Juegos Reunidos Geyper, un estuche de rotuladores carioca y un balón
de reglamento fueron mis regalos. Ese rito se repetía en mi casa cada dos de
noviembre, con los mismos protagonistas (supongo que también en las casas de
los que hoy peinan alguna cana).
Pero hoy, las cosas han cambiado. Hoy mi hijo
y sus amigos del colegio celebran los cumpleaños en locales con castillos
hinchables, camas elásticas, animadoras infantiles, pistolas láser…además de la
tarta y los sandwichs. Ya no hay Soberano, ni Anís del Mono, ni chocolate con
galletas, ni abuelitos, titos o primos. Y los padres nos limitamos a recibir a
los otros padres y esperar dos horas para abrir la cartera y pagar el festejo.
¡Que esa es otra! El último cumpleaños de mi hijo fue un peregrinar por una
decena de locales en busca de un buen precio y ninguno bajaba de los 12 euros
por barba. El mínimo que te piden es 10 niños, por lo que la fiesta, en el
mejor de los casos, sale 120 euros. Si sumamos el café y copas que invitas a
los padres que se quedan, las invitaciones y el regalo que le haces a tu hijo,
los 60 euros no te los quita nadie. Ya estamos en 180. Pero aquí no acaba todo.
Esos mismos amiguitos invitarán a tu hijo a sus cumpleaños en locales parecidos,
con lo cual debes contar con un mínimo de 10 regalos al año… suma y sigue. Pero
puede ser peor. Como te pille en época de primeras comuniones… No hay cartera
que lo soporte. Y no hagas la fiesta en casa. Yo la celebré un día y se acabó.
¿Se imaginan a diez niños, dos horas, con los vasos de cocacola gritando por los
pasillos, con platos de tarta hasta debajo del sofá, corriendo de la cocina al
cuarto de tu hijo y de éste al sofá del salón para jugar a la Play, mientras otros
dos investigan en todas las cajoneras de la casa y otro bate records en la PSP?
Y todos gritando, sin hacerte caso. Desquiciante, oigan.
Ese día se me ocurrió
invitar a los abuelitos. Los encontré una hora más tarde asustados en un rincón
del salón, farfullando que cualquier tiempo pasado fue mejor. Mi hijo ni
siquiera se había enterado que estaban allí, agazapados en un rincón, con su
copa de Soberano y de Anís del Mono y junto a su regalo: una caja de Juegos
Reunidos Geyper que mi hijo había mirado con indiferencia preguntando si llevaba
pilas y si se podía jugar en red mientras buscaba en el lateral de la caja dónde
narices tenía la conexión USB.
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