Ayer me desperté a las seis y
media de la tarde. Todo un record personal. Casi tres horas de sueño profundo.
En la cama, con el aire acondicionado que vaya el calor que hace a mediodía en
Jerez, con esa babilla saliendo de las comisuras de mis labios, algún que otro
ronquido suave y, eso sí, con las persianas echadas a cal y canto… como Dios
manda. Siestón del quince, como diría aquel. Una bendición de esta Iberia en la
que me ha tocado nacer, que profeso desde hace años y que perfecciono siempre
que me es posible. Nada de sofás incómodos que me obligan a doblar las piernas
hasta buscar la mejor posición, butacones sin orejeras que hacen que mi cabeza
se mueva más que un tentetieso, ni documentales de animalitos en la sabana
africana en la 2.
Siempre que puedo, me meto en el sobre, agarro celoso la
almohada no vaya a ser que se me escape, me echo por encima la colchita de
crochet que me hizo mi madre (no en estos días de verano intenso que todo me
estorba…), dejo en silencio el móvil y cierro los ojos hasta que mi adorada
deidad, el Señor Morfeo, me acoge en su seno y me hace navegar por esos
profundos océanos del mundo onírico (¡por Dios, qué cursi me ha salido esta
última frase!). En fin, que soy un firme defensor de la siesta vespertina, con
mayúsculas. No en vano, considero que es uno de los placeres más agradables que
tiene el ser humano y más en veranito.
Está demostrado científicamente que la
siesta mejora la salud en general y la circulación sanguínea y previene el
agobio, la presión y el estrés. Además favorece la memoria y los mecanismos de
aprendizaje (Todo esto lo que copiado y pegado del Wikipedia, para que vean que
es verdad lo que digo). Y es que quién no recuerda esas siestas de verano, bajo
la sombra de un árbol, con el sonido de las ramas al viento y los jilgueros
cantando. O cuando uno se queda dormido en la playa después de una buena
tortilla de papas, tomando el sol bajo la sombrilla, a media tarde, con el
rumor constante de las olas… Por ponerle alguna pega a esta sana costumbre,
reconozco que tras la siesta necesito un cierto tiempo para retornar al mundo
de la vigilia. Durante unos minutos deambulo como un zombie sin rumbo, del
dormitorio al baño y de éste a la cocina, en babucha, arrastrando los pies, con
los ojos aún entornados y llenos de legañas, el habla estropajosa, despeinado
hasta las orejas y poco lúcido, la verdad. Pero balbuciendo entre dientes y con
una tímida sonrisa eso de “pedazo de
siesta que me he metío entre pecho y espalda. Qué bien me ha sentao”. Uno
de los escritores más importantes de la literatura española, el premio Nobel
Camilo José Cela, con su sarcasmo habitual, definió como nadie esta sana costumbre
tan española, indicando que la siesta había que hacerla “con pijama,
Padrenuestro y orinal”. Pues ahí queda eso. Que no tengo más que decir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario