(Artículo publicado el 7/11/2013 en Viva Jerez)
El pasado fin de semana viví una experiencia sobrenatural, inaudita, escalofriante... Tres días de vacío, de incomunicación. De pálpitos, mirada perdida y sudores fríos. Una ansiedad que crecía a medida que pasaban las horas en la casa de campo en la que nos quedamos el puente de Todos los Santos, junto a tres parejas más y los niños. Un oasis entre Algodonales y La Muela, rodeado de montañas, ganado vacuno, olivos y parapentistas que poblaban el cielo. Un paraíso para descansar. Hasta aquí, todo bien. Lo realmente escalofriante es que ¡No había electricidad ni cobertura de móvil! Sí, como lo oyen. Supongo habrán lanzado un terrorífico grito al pensar en esta situación. Pero juro que así fue. Nada hacía suponer el viernes, cuando llegamos, lo que estaba a punto de suceder. Cervecitas, choricito picante y queso de cabrales, pan de la venta Las Cuevas y un guiso de papas con chocos que daba gloria verlo. Cafetito, cubatitas, animada charla, qué bonito el paisaje... Hasta que anocheció.
El pasado fin de semana viví una experiencia sobrenatural, inaudita, escalofriante... Tres días de vacío, de incomunicación. De pálpitos, mirada perdida y sudores fríos. Una ansiedad que crecía a medida que pasaban las horas en la casa de campo en la que nos quedamos el puente de Todos los Santos, junto a tres parejas más y los niños. Un oasis entre Algodonales y La Muela, rodeado de montañas, ganado vacuno, olivos y parapentistas que poblaban el cielo. Un paraíso para descansar. Hasta aquí, todo bien. Lo realmente escalofriante es que ¡No había electricidad ni cobertura de móvil! Sí, como lo oyen. Supongo habrán lanzado un terrorífico grito al pensar en esta situación. Pero juro que así fue. Nada hacía suponer el viernes, cuando llegamos, lo que estaba a punto de suceder. Cervecitas, choricito picante y queso de cabrales, pan de la venta Las Cuevas y un guiso de papas con chocos que daba gloria verlo. Cafetito, cubatitas, animada charla, qué bonito el paisaje... Hasta que anocheció.
Y aquí comienza el relato más
terrorífico de cuantos habrán oído nunca. Sin luz, sin electricidad para cargar
unos móviles que a estas alturas comprobamos que no tenían ni una rayita de
cobertura, deambulábamos con velas como almas en pena entrando y saliendo de la
casa. Aislados del mundo, sin noticias del exterior, sin televisor ni vídeo, sin
Facebook ni Twitter, sin Smartphone ni Ipad, sin Play ni Nintendo para los
niños. Supongo que estarán aterrados al imaginar esta situación ¿no? ¡Pues es
verdad!. Algunos hacían malabarismos con el móvil buscando cobertura. Otros
intentaban recordar cómo se jugaba al parchís, un juego primitivo que se
popularizó a mediados del pasado siglo y que alguien encontró en un cajón. Los
niños, babeando, con la mirada perdida y encerrados en una habitación, repetían
el mismo mantra una y otra vez: “Nos aburrimos, nos aburrimos”. Al no haber
nevera, alguien trajo una extraña barra helada que al introducirla en un
barreño ¡enfriaba la bebida y duraba varios días! Incluso debíamos verter agua
en el retrete porque no había acometida. Yo intenté averiguar el mecanismo de
un aparato con tulipa llamado quinqué. Pero no tuve éxito. ¡Alguien dijo que
así vivían nuestros abuelos, pero nadie le creyó ¿Cómo podría nadie vivir así?
Al
día siguiente, el sol nos dio un respiro pero solo pensar que pasaríamos dos días
más en aquel lugar nos hundía en la miseria. Ni el multicolor desfile de
parapentes sobre nuestras cabezas, ni el bucólico paisaje que se presentaba
ante nosotros consiguieron aliviar la incomunicada realidad que padecíamos. Por
fin, el domingo por la tarde, sin color en los rostros, serios, apocados y alicaídos,
regresamos a la civilización. 15 llamadas perdidas en el móvil, 23 mensajes en Facebook.
Encendí todas las luces, abracé el portátil
y besé mi pantalla de plasma. Mi hijo encendió la Play, la Wii y mandó 25
whatsapp a los amigos. Han pasado tres días y aún, al recordarlo, se me ponen
los pelos como escarpias...
Un gran acierto literario incluir dentro de una historia el sarcasmo y la ironía sobre el estrés que sufrimos y el abuso de los adelantos tecnológicos a la hora del asueto y la diversión, creando al mismo tiempo añoranza de épocas pasadas.
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