(Artículo publicado en Viva Jerez el 16.2.2012)
A veces necesitamos escapar de todo y de todos. Evadirnos en
alma y en espíritu y lanzarnos a una aventura distinta que nos traslade a otros
mundos y a experimentar otras sensaciones. A veces, la rutina, la monotonía y
el hastío diario nos asfixian de tal forma que la única salida es la evasión.
Respirar el último aire puro que emana la montaña, pasear a solas y sin prisas
en la madrugada, conducir sin rumbo fijo
por una carretera comarcal, sentarse a orillas de un manso río y mirar su cauce
o simplemente aislarse del mundo con los ojos cerrados soñando despierto. Es
una necesidad del ser humano que se agudiza, más si cabe, en el seno de una
sociedad que nos oprime a golpe de las manecillas de un reloj.
Huir es, en muchas
ocasiones, vital para continuar sobreviviendo y en otras, esencial para cargar
las pilas de un espíritu cansado. Los que nos rodean lo agradecerán. Se trata
simplemente de huir del peso de un trabajo inestable y del consiguiente futuro
incierto que nos aguarda. Arrancar la pesada máscara de hipocresía social que
necesariamente debemos portar para alcanzar determinados logros. Hacer un
paréntesis que nos separe del ruido que nos rodea. Buscar un oasis con palmeras
y fina arena en mitad del asfalto que nos invade. Parar el mundo y bajarse
durante un instante. Un instante para adentrarnos en nuestro propio mundo. Es
una experiencia que les aconsejo que emprendan solos, sin prisas, masticando la
yerma serenidad y sintiendo cómo el aire entra y sale de nuestros pulmones. No
importa el día ni las circunstancias personales. No importa dónde ni cómo. Lo
realmente importante es que ejerciten de vez en cuando esta sana costumbre.
Pero, eso sí, solos. Como dijo el sabio Sancho Panza “desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni
gano”. Otro legendario sabio, Buda,
sentenció que el hombre nace y muere solo, y que esa soledad se mitiga durante
toda nuestra existencia con la compañía de otros hombres solos con los que se
comparten vivencias y momentos. Intentando no caer en los extremos que proponía
el filósofo Schopenhauer,
que veía la soledad como “patrimonio de los espíritus superiores y como un signo de su superioridad”, considero que la
búsqueda de esa soledad implica la realización de un ejercicio de introspección hacia lo más profundo de nuestro
ser. Es encontrarse y, a la vez, descubrirse a uno mismo. Y es que en ese
momento de conversación con tu propia alma, con tu mente y tu corazón
encontraremos respuestas a muchas preguntas. Algo que todos deberíamos hacer
algún día para sentirnos vivos y para volver a enfrentarnos con fuerzas y
optimismo a la cruda realidad diaria que nos envuelve y que, a veces,
agazapada, nos atrapa inexorablemente.
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