(Artículo publicado en Viva Jerez el 17/2/2010)
Si. Lo confieso. Me ha costado mucho, pero al fin me atrevo públicamente a confesarlo. Creo que debo asumir una realidad que, inexorablemente, me persigue sin que pueda hacer nada por evitarlo. Sí, soy un vicioso. Estoy enganchado. Es superior a mis fuerzas. Algo que me supera. Una y otra vez caigo en la tentación, casi a hurtadillas, a sabiendas que, a la postre, me producirá desazón y angustia por haber sucumbido a la tentación.
Pero no puedo remediarlo. El sentimiento de culpa me persigue antes y después de la ingesta de esos productos. Los compro y los consumo los fines de semana. Los introduzco en una bolsita y los llevo a mi casa. Los guardo en el rincón más oculto. En un lugar alto, inaccesible para los niños. Cuando nadie me ve, cuando todos duermen plácidamente, cuando la luna oculta con su sombra la luz de mi pecado, me transformo cual Doctor Jekyll en un auténtico Mister Hyde, y comienzo mi ritual. Todo empieza cuando agarro la bolsita y la miro con inusitada exaltación. Todo el cuerpo tiembla pensado en el efecto que se avecina. Con un ritual casi medido, me siento en el sofá. Miro a mi alrededor. Pienso en lo que me espera y una sensación de bienestar, de pasmoso regocijo, me recorre el cuerpo. Entonces lo abro. El olor que desprende me embriaga y la boca se me hace agua. Cierro los ojos y, tras unos segundos, los vuelvo a abrir. Vuelvo a mirar a diestro y siniestro ante la posibilidad de que alguien pueda verme. Y entonces me llevo uno de ellos a la boca. El paladar comienza a sentir múltiples sensaciones. Los muerdo, los saboreo una y otra vez. Son de todos los colores, sabores y texturas. Pero tienen algo en común que los hacen irresistibles. Respiro hondamente y vuelvo al festín. Finalmente, veo el fondo de la bolsita. Curiosamente, el último es el que sabe mejor. Me chupo los dedos y vuelve a aparecer el sentimiento de culpa. Pero, que me quiten lo bailao.
Sí, lo confieso públicamente. Tengo una adicción irrefrenable a consumir… ¡Golosinas, chuches, gominolas, frutos secos!. Espirales de regaliz, palomitas de maíz, masticables y toffes, ladrillos de fresa, pintalabios, sandías de chicle, caramelos blandos, esponjitas, fresones y moras, pica picas… No lo hago habitualmente. ¡No se vayan a creer!. Pero cuando caigo, la culpa me persigue. Ahora bajo la cabeza y entorno los ojos ante ustedes. No se lo digan a nadie y, por favor, no me lo refieran cuando me vean por la calle. Se me caería la cara de vergüenza. Ahora les dejo. Ya saben mi secreto. Es jueves, mañana viernes y se acerca el fin de semana…
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