(Artículo publicado en Viva Jerez el 27/1/2011)
“Si quiere, le podemos aplicar un tinte. Gradualmente, ya sabe, sin que el proceso se note demasiado. De esta forma, disimularemos sus canas…”. Las palabras de mi peluquero sonaron como un estruendo en mis oídos. ¿Me estaba llamando viejo?. ¿Qué se creía el insensato?. ¿Canas yo?..¡Ja!. De repente, bajé la vista… y ahí estaban. Ya no eran algunos pelillos blancos que, salteados, se habían aposentado sin permiso alguno en mi cabellera (y en otros sitios, ejem) y que nunca intenté arrancarlos (por aquello de que te salen siete más, según dice la gente…). El preciso corte de la tijera y la maquinilla había desparramado, por esa especie de sábana que te anudan al cuello cuando te pelan, un contraste blanquinegro que me indicaba, a las claras, la realidad canosa que me esperaba. Y es que ya paso de los 45, y la edad no perdona.
Pasé minutos justificándome pensado que aún no tengo entradas, ni pierdo pelo en el baño, ni llevo gafas para lejos ni para cerca. Andaba yo en estas reflexiones cuando de nuevo me interrumpió el peluquero preguntándome: “¿Le pongo el tinte?. Déjeme que lo piense unos minutos”, le respondí. Por mi cabeza comenzaron a pasar imágenes de gente que lucía con orgullo el pelo canoso: Richard Gere, George Clooney, Sean Conery, Harrison Ford… aunque supongo que a mí no me quedarían igual las canas que a ellos… En fin, bajé el listón y me fijé en amigos que habían optado por no ocultarlas: Modesto, Luis, Perico… Y ahí están los tíos, mostrándolas al mundo, sin vergüenza alguna. Orgullosos de haber vivido y… de tener pelo, aunque canoso. Ya lo dice el refrán, “El que canea, no calvea”. Lo tenía claro. Levanté el rostro y hablé claro al peluquero: “nada de tintes…”. “¿Seguro?”, me dijo. “Convencidísimo” le respondí. Y volví a acordarme del refranero: “Quien se tiñe las canas, sólo a sí se engaña”. Una vez terminado su trabajo, me quitó la sábana y esparció por el suelo el seccionado pelo. Ahí estaban las canas, mirándome fijamente. Los miré sin miedo, afrontando la situación, levantando ligeramente el mentón en señal de desafío.
Salí de la peluquería animado, orgulloso de haber tomado esta decisión… De repente, me crucé con una chica, dicho sea de paso, de muy buen ver, que atrajo mi mirada. Le sonreí picaronamente y saqué pecho (no sin antes, encoger un poco la barriguita cervecera y entornar los ojos). Y recordé ese refrán que dice: “Arriba canas y abajo ganas”. Así que, me armé de valor y le dije “Echamos una canita al aire”… “¡Viejo verde!”, me espetó. Bajé la cabeza y me quedé parado. Era como si me hubiesen echado un jarro de agua fría. Aún estaba a tiempo de volver a la peluquería… En fin, ahora hacen unos tintes magníficos y que no se notan nada…
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