(Artículo publicado en Viva Jerez el 30/5/2013)
Ya llegamos a Lebrija. Por fin, me dije. Casi una hora desde
que salimos de Jerez en la Puch Condor y allí estábamos, un sábado por la
noche, dispuestos a ligar con todo lo que llevara falda. Tardamos porque en el
Alto de Montegil, cerca de El Cuervo, la moto no podía más y tuvimos que
bajarnos para subir la cuesta a pie. Además era de noche, íbamos sin casco, por
la Nacional IV y a poco más de 60 kilómetros por hora. Sonrío ahora que lo
recuerdo, pero entonces… Nos habían hablado muy bien de la discoteca “Centro
Urbano”. Entramos en el pueblo, aparcamos la moto y nos miramos: gomina en el
pelo, camisa floreada, Levis, jersey atado a la cintura... ¡Perfectos! Antonio
entró primero. Parecía mayor, y seguro que no lo paraban en la entrada (nos faltaban
meses para los 18...).
Pagamos la entrada y con ella, una copa gratis y un
sello en la dorso de la mano para volver a entrar si salíamos. La discoteca era
espectacular. Mucho ambiente, chicas guapas, buena música. La noche prometía. Un
destornillador (vodka con naranja) para Antonio y un lumumba (brandy con
chocolate) para mí y… a la pista de baile donde sonaban Alaska y los Pegamoides
cantaban eso de “bailando”. Y allí estaban ellas. Una rubia y una morena. Hola,
qué tal, ¿Tenéis fuego? Sonrisas, un paquete de cigarrillos rulando, qué tal
cómo os llamáis, estudias o trabajas, tomamos una copa en la barra… en fin, la
parafernalia clásica para ligar en los años 80. Aceptaron y comenzó el cortejo.
Dos de la madrugada y todo iba de dulce hasta que… aparecieron ellos. Eran dos
tipos mayores, de 24 o 25 años. Altos, rudos, con la piel quemada por el
trabajo en el campo. Se nos acercaron con cara de pocos amigos, remangándose la
camisa y apretando los puños. Detrás, los acompañaban otros cuatro con ganas de
liarla. Los que nos rodeaban se apartaron previendo jaleo. El chico de la
barra, en voz baja, nos alertó de que eran sus ex novios y que no llevaban muy
bien la situación. Nos aconsejó que saliéramos por patas. Visto y no visto.
Salimos corriendo de la discoteca como alma que lleva el diablo. Detrás nos
seguían los seis lebrijanos gritando algo sobre los pijos de la ciudad que
vienen al pueblo a quitarnos las chicas y que os vamos a partir la cara y no sé
qué más… Antonio, más rápido que yo, llegó antes a la Puch Cóndor. Pedí, por lo
más sagrado, que arrancara rápido y alguien, allí arriba, me oyó ¡Acelera, por
lo que más quieras! La moto se puso en marcha mientras a nuestro alrededor
llovían piedras, vasos y muchos insultos. En unos minutos pillamos la carretera
de El Cuervo, con el miedo aún en el cuerpo y mirando para atrás por si acaso. ¡Aún
tenemos el sello en la mano! ¿Volvemos? bromeé con Antonio para romper el
hielo. Muy gracioso, me dijo, muy gracioso. De la que nos hemos librado… Nunca
he vuelto a Lebrija. No creo que se acuerden de mi cara, ya hace muchos años de
aquello… pero por si acaso.
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