jueves, 23 de mayo de 2013

EL RONCADOR

(Artículo publicado en Viva Jerez el 23.5.2013)

Eran las tres de la madrugada y allí estaba yo, con los ojos como platos, sentado en una silla de playa y observando con desafío la tienda de campaña desde donde surgía ese feroz ronquido. Llevaba dos horas intentando dormir, dando vueltas en el colchón inflable aguardando a que cesara esa intermitente letanía, esa gota malaya que me taladraba el cerebro. Y es que el señor roncaba cual león enfurecido, y en el silencio de la noche... 

Así que me decidí a salir y sentarme a la puerta de mi tienda, tal y como ya habían hecho otros vecinos del camping que, al verme, sonreían resignados ante lo que se preveía una larga noche. Alguien alertó al vigilante del Camping pero éste alegó que no cometía delito alguno y que se encontraba plácidamente durmiendo en su tienda. ¡Y tan plácidamente, pensé yo!, acordándome  de la señora madre del señor roncador. No podía más. Así que sin pensarlo, cogí una piedra y la lancé hacia su tienda.  Nadie me vio. Mejor. Y se hizo el silencio. El señor paró de roncar. ¿Habría surgido efecto el “toque de atención”?. Lo cierto es que había cesado esa insoportable cadencia roncadora y podría volver a dormir. Entré en la tienda  y comencé a darle al tarro. ¿Le habré dado en la cabeza de manera accidental y el señor roncador es ahora un señor cadáver?. Cierto es que la piedra no rebotó en la lona de la tienda,  así que era probable que la hubiera traspasado. ¡Dios, homicidio imprudente! ¿Porqué lancé la piedra?. Debí pensarlo antes. ¿Tendrá mis huellas? Recordé su tamaño. No era muy grande y solo pensaba en asustarle un poco para que nos dejara dormir  ¿Se estará desangrando? ¿Y si llamo a la Guardia Civil?. Ya me veía en el cuartelillo prestando declaración: ¿Conocía usted a ese señor? ¿Qué le motivó a matarlo?... 

Con estas tribulaciones estuve otras dos horas más en vela, agudizando el oído por si lo oía. Pero nada. Desperté a las ocho de la mañana. Fuera se oía la actividad propia de los campistas. Salí y, en principio, todo parecía normal. Excepto en la tienda del roncador donde nada se había movido. Vi el boquete que la piedra había hecho en la lona. Pensé en huir de allí, pero me quedé para afrontar mi pena como un hombre. Y de repente, alguien salió de la tienda. Era un tipo alto, fuerte, con una prominente barriga, probablemente extranjero. A simple vista parecía estar bien. Respiré... por poco tiempo. El roncador se fijó en el boquete de la lona y agachándose recogió del suelo la piedra. Al parecer no había traspasado la segunda lona y había quedado entre ambas. Estudió la procedencia del impacto y entonces nuestras miradas se encontraron. Bajé la mía y silbando bajito me dispuse raudo a desmontar la tienda. El tipo miraba la piedra que tenía en su mano abierta y me miraba a mí entornando los ojos. Hubiera dado dinero por un boquete como el de la tienda… para meterme dentro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario