Allí,
junto a su cama, sentado junto a ella, recibí la lección más importante de mi
vida. Han pasado más de 20 años pero sus palabras, grabadas a fuego en mi
memoria, resuenan en mi mente cada vez que creo que la situación me desborda.
Recuerdo que llevaba tres meses internada en el Hospital y notaba que sus
fuerzas mermaban poco a poco. Su enfermedad había hecho estragos en su ya débil
cuerpo y el final se nos antojaba a todos demasiado cerca. Y ella lo sabía, era
consciente de que la llama se apagaba y lo aceptada con abnegada resignación.
Había luchado tantos años por superar el cáncer que el desgaste comenzaba a ser
evidente en todo su ser. Esa tarde de enero, sentado junto a su cama, tuve la
osadía de contarle un problema laboral que para mí en ese momento era muy
importante, pero que hoy ya no recuerdo. Ella escuchó atenta, sonrió levemente
como solo ella sabía hacerlo, me miró con sus cansados y entornados ojos y
agarrando mi mano me dijo: - Ojalá tuviera yo ese problema. El mío sí que es un
problema porque sé que mi final está cerca. Recuérdalo toda tu vida.
Pocas
semanas después su débil llama se apagaba para siempre. Pero su recuerdo
perdura y sus sabias palabras también. Desde ese momento intento minimizar, trivializar
los problemas que me aquejan como a cualquier hijo de vecino. Una bronca del
jefe, una discusión con mi mujer, un malentendido con mi amigo, una avería en
el coche, una factura sin pagar… Situaciones difíciles, tragos amargos,
problemas que no desaparecen por arte de magia pero que se suavizan con el
simple recuerdo de unas palabras que marcaron desde ese instante mi vida. Tendemos,
yo el primero, a magnificar los problemas elevándolos a una categoría que igual
no poseen. Cuando llegan se aposentan en nuestra cabeza y dan vueltas y más vueltas
minando buena parte de nuestra energía. Incluso buscamos aliados que certifiquen
y validen su importancia, los encadenamos con otros y caemos así en un círculo
vicioso que nos impide ver la botella medio llena. Es, en ese preciso instante,
cuando paro en seco, respiro hondo, cierro los ojos e intento recordar su
serena expresión al darme el consejo. Y pienso que ojalá tuviera ella esos
problemas, porque significaría que aún estaría a mi lado. No vio nacer a sus nietos.
No envejeció junto a mi padre. Pero su recuerdo siempre estará presente entre los
que tuvieron la fortuna de conocer a mi madre.
Esteban Conmovedor este articulo las madres siempre estará presente aun que pase el tiempo muy interesante su blog Saludos
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