miércoles, 6 de marzo de 2013

ABDUL


(Artículo publicado en Viva Jerez el 7/3/2013)
Se llama Abdul. Tiene 66 años aunque su cuerpo enjuto y aceitunado no lo evidencien. Tan sólo los surcos de su rostro ajado muestran a las claras las muescas de una vida ingrata, intensa e incluso cruel. Lo conocí hace un par de meses ejerciendo su trabajo de guía oficial en Tánger, Marruecos. Se me acercó al bajar del Ferry ofreciéndome, por sólo 20 euros, una visita guiada a la ciudad, acompañarme durante las más de 8 horas de estancia, espantar a los vendedores que te persiguen en cualquier punto del zoco, llevarme a los lugares alejados del turismo y ayudarme a la práctica del “regateo” tan extendida en estos lares. Y todo por 20 euros que, además, recogería al final de la jornada y siempre que el servicio fuera de mi agrado. Accedí guiado tan solo por mi instinto. Abdul habla 5 idiomas y se defiende en otros 5 más. Nadie le enseñó. Aprendió en la calle, escuchando y practicando guiado por la necesidad. Me acompañó al Kasbah y a los jardines del Sultán, al pequeño Zoco, a la Medina y la Alcazaba, a almorzar en el Marhaba y a tomar café en el Hotel Minzah. Pero también la otra cara de Tánger, la alejada del centro comercial, esa a la que rodea la miseria y el hambre. Niños descalzos en la calle, ancianos de mirada perdida, mujeres encorvadas del pesado trabajo que le tocó realizar. 

Y todo en una ciudad rodeada de palacios y casas señoriales que se caen a pedazos, vestigios de un pasado en el que fue colonia española y francesa. Abdul cumplió con creces su cometido siempre con una sonrisa en los labios. Según me dijo, es el sustento económico de una familia que, además de sus dos mujeres (en Marruecos se acepta la poligamia), la componen cinco hijos y dos abuelos. Y todo en una casa de 60 metros cuadrados. Esos 20 euros es el único sueldo que entra en su casa cada tres días ya que, debido al elevado número de guías oficiales que trabajan en Tánger, solo se les permite trabajar dos días a la semana. A Abdul se le humedecen los ojos cuando habla de la Alhambra de Granada y de la Mezquita de Córdoba. Del parque de María Luisa en Sevilla o del tabanco que visitó en Jerez. Eso fue hace 40 años, cuando era joven y trabajaba en España de sol a sol para mandar dinero a su familia. 

Ahora, que el gobierno alauí impide atravesar con normalidad el estrecho, añora esos momentos con la mirada perdida. Abdul me dejó puntual a la entrada del puerto. Le prometí buscarle la próxima vez que visitara Tánger. Fiel al pacto le entregué los 20 euros a los que añadí otros 20 con un guiño de complicidad. Un fuerte apretón de manos selló el adiós. Al volver la vista atrás me saludó con la mano esbozando una sonrisa agridulce. Tánger está tan solo a 35 minutos de una España que observa en su televisor de plasma hablar de crisis económica, de jesulines y campanarios, de Bárcenas y Puyoles, de la subida del precio del gasóleo. 

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